XXXV
Ahora os describiré una batalla naval de tiempos lejanos.
Os diré quién fue el vencedor bajo la luz impasible de la luna.
No es una fábula.
Mi bisabuelo materno, el marino, me la refirió muchas veces.
Nuestro enemigo no se dormía en su fragata (me decía).
Era un enemigo de coraje.
Ingleses duros y aguerridos como no he visto nunca ni pienso ver jamás.
Al caer la tarde comenzaron a batirnos.
Los abordamos.
Se enredaban las jarcias
y se tocaban casi las bocas de los cañones.
El capitán trincaba firme, con sus propias manos, como cualquier marinero.
Algunos disparos nos barrenaron bajo la línea de flotación.
Dos grandes cañones de nuestra batería de cubierta estallaron al romper el fuego,
y hechos pedazos volaron sobre nuestra cabeza los que estaban al lado.
Luchamos durante el crepúsculo
y luego en la sombra cerrada.
A las diez, surgió llena la luna.
Su luz nos advirtió que las vías de agua crecían y que se inundaba el barco.
El contramaestre libertó a los prisioneros de las bodegas para que se salvasen como pudieran.
Subieron a la cubierta.
Los centinelas daban el alto a los que se acercaban al polvorín
y viendo tantas caras extrañas no sabían de quién fiarse.
Comenzó a arder nuestra fragata y el enemigo nos gritó: ¡Rendíos ya! ¡Arriad la bandera!
Yo reventé de risa cuando nuestro capitancito respondió: ¡No arriamos nada! ¡Ahora comenzamos noso-
tros!
Sólo nos quedaban tres cañones.
El propio capitán disparó uno y le desmochó el palo mayor al enemigo.
Los otros dos, cargados de metralla, derribaron la mosquetería y arrasaron la cubierta.
En las cofas y en las de gavia, sobre todo, reforzaban el ataque de nuestra pequeña batería;
sostuvieron el fuego sin un momento de tregua.
Las bombas de agua eran impotentes ya ante las brechas enormes que nos inundaban
y el incendio avanzaba hacia los polvorines;
un cañonazo reventó una bomba y todos creímos hundirnos.
El capitán no se inmutó,
su voz no se oyó ni más baja ni más alta, pero sus ojos nos alumbraron más las linternas del combate.
Cerca de las doce, y bajo la luz de la luna, se rindió el enemigo.
XXXVI
Avanzaba callada la noche y, sobre el pecho de la sombra, salían enormes y espectrales los dos bultos de
los cascos.
Estábamos acribillados, nos seguíamos hundiendo,
y decidimos transbordar a la fragata conquistada.
El capitán, en el alcázar, daba sus órdenes sereno, con el rostro blanco como una mortaja.
A sus pies yacían inertes el mocito que le asistía en la cabina.
y el viejo marino de las crenchas blancas y largas, con bigotes cuidadosamente rizados.
Las llamas se adueñaban del barco,
lamíaya todos los rincones
y las ásperas voces de algunos oficiales pedían todavía la consigna……
En la arboladura y en los mástiles,
entre los cordajes rotos
y los aparejos oscilantes
se vislumbraban trozos de carne humana y miembros desgarrados….
Junto al suave chocleteo de las olas se oía la voz del cirujano,
el ris-ras del bisturí,
el rechinar de la sierra,
el estertor sibilante del moribundo,
el cloqueo y el borboteo de la sangre,
gritos agudos y salvajes,
largos lamentos…… lo irremediable.
Los cañones descansaban impasibles y mudos
y sobre los efluvios de los juncos y de las flores de la costa cercana, que la brisa traía como una fúnebre co-
rona y como un lamento a los supervivientes, se levantaba el fuerte olor de la pólvora y de la carne cha-
muscada.
Arriba, en el cielo remoto, brillaban algunas estrellas silenciosas y funerarias.
XXVII
¡Eh, remolones, en guardia! ¡Alerta!
La gente amontonada va a derribar las puertas. ¡Estoy loco!
Encarno todas las tragedias:
la del forajido,
la del poseso,
la del convicto,
la del leproso,
la del mendigo……
Me veo encarcelado
y agobiado por una pena negra sin fin.
Los guardianes de la prisión se echan al hombro los fusiles y me vigilan,
me dejan suelto en la mañana y por la noche me vuelven a la celda.
Ningún rebelde va esposado a la cárcel si yo no marcho a su lado, esposado con él.
(El que va callado, sudoroso y con los labios crispados, soy yo).
Ningún ratero se sienta solo en el banquillo y es acusado por hurto;
yo me siento a su lado y soy juzgado y sentenciado con él.
Junto al enfermo del cólera agonizo yo también.
Mi rostro es de ceniza,
truenan mis nervios
y todos huyen de mi lecho.
Y ese mendigo soy yo. ¡Miradme!
Alargo el sombrero y pido vergonzosamente una limosna.
XXXVIII
¡Basta ya….. basta, basta!
¿Por qué me golpeáis?
Estoy aturdido….. Dejadme,
dejad que me rchaga,
que vuelva de mi sopor,
de mi delirio, de mi agonía…….
Esto es un error.
¡Si pudiese olvidar las burlas y los insultos!
¡Si pudiese olvidar las lágrimas
y los golpes de las clavas y de los mazos!
¡Si pudiera ver con ojos extraños mi propia crucifixión y mi corona de espinas!
Ya recuerdo.
Ahora coordino la escena perdida.
La tumba de roca multiplica lo que se le ha confiado,
todas las tumbas multiplican lo suyo.
Los muertos se levantan,
las heridas se curan,
mis ataduras ceden y caen.
Camino en tropel, rehenchido de poderes supremos,
y vuelvo a la vieja procesión interminable.
Vamos por las planicies y las costas,
cruzando todas las fronteras.
Nuestros decretos siguen veloces su camino por toda la Tierra
y las flores que adornan nuestros sombreros son el esfuerzo de miles de años.
¡Discípulos! ¡Yo os saludo! ¡Adelante!
Preguntad…… seguid preguntando
y anotad…… seguid anotando
XXXIX
¿Quién es ése?
¿Quién es ese salvaje bizarro y amoroso?
¿Está esperando la civilización o la ha superado ya y la domina?
¿Es un hombre del suroeste, criado en las montañas?
¿Es del Canadá?
¿De la región del Mississipí?
¿De Iowa?
¿De Oregón?
¿De California?……..
¿Nació en la meseta,
en el valle,
en el bosque?
¿Es un marino que viene del mar?
Las mujeres y los hombres lo acogen y lo buscan.
Quieren que los ame,
que los toque,
que les hable,
que viva con ellos…..
Se mueve sin ley, igual que los copos de la nieve,
sus palabras son simples como la hierba,
lleva la cabellera sin peinar
y es ingenuo y alegre.
Camina despacio,
sus rasgos son corrientes como sus ademanes
y sus efluvios también.
Pero salen en formas nuevas de las puntas de sus dedos,
irrumpen en el aire con el olor de su cuerpo,
con su aliento…….
y se escapan por las ventanas de sus ojos.
XL
Sol arrogante y fanfarrón…… yo no necesito de tu fuego….. acaba ya de girar.
Sólo iluminas superficies;
yo ilumino superficies y profundidades.
Y tú, Tierra…… ¿qué buscas entre mis manos?
Vieja vanidosa y presumida….. ¿qué quieres de mí?
Hombres y mujeres,
quisiera decir cuánto os amo, pero no puedo;
quisiera decir lo que se esconde en mí
y lo que hay en vosotros, pero no puedo;
quisiera mostraros mi angustia
y el pulso de mi corazón en el día y en la noche.
Mirad, yo no doy conferencias
ni pequeñas limosnas.
Cuando doy, me doy entero yo mismo.
¿Qué haces ahí, impotente, doblado sobre las rodillas?
Abre tus quijadas y deja que te llene de energía,
extiende las manos y descorre tu bolsa.
Yo no vengo a que me nieguen, sino a dominar.
Mi granero está henchido
y todo lo que tengo es para ti.
No sé quién eres ni qué haces,
no te lo pregunto
ni me importa saberlo.
Tú no puedes ser más que lo que yo te doy
ni hacer otra cosa que lo que yo te enseñe.
Me doblo ante el forzado
y ante el que limpia las letrinas,
y pongo en sus mejillas el beso familiar.
Os juro por mi alma que nunca os negaré.
Yo lanzo la semilla de las repúblicas augustas
y a las mujeres sanas y fecundas las siembro de vástagos ágiles y fuertes.
¿Quién me llama?…….. Alguien agoniza
Voy, corro, llego…….
levanto el picaporte, abro la puerta……. entro,
tiro hacia los pies las ropas de la cama
y les digo al médico y al cura: ¡Fuera de aquí!
Cojo entre mis manos al moribundo
y lo levanto con mi voluntad irresistible.
Aquí está mi cuello, no desesperes.
Por Dios te juro que no morirás;
cuélgate de mí,
cuelga todo tu cuerpo de mí.
Yo te infundo mi aliento terrible,
yo te sostengo
y te saco a flote como a un náufrago,
no te ahogarás.
Toda esta habitación la lleno yo de una fuerza poderosa,
de un ejército invencible,
de elementos que me aman,
de genios destructores de sepulcros…..
¡Duerme!
Ellos y yo
te velaremos hasta el alba.
La enfermedad y el miedo no osarán poner un dedo sobre ti.
Te he abrazado y te he hecho mío……..
Cuando mañana despiertes, verás que todo cuanto he dicho es verdad.
1 comentario:
Esta parte de la obra contiene un lamento enardecido de piedad hacia la sangre que sufre, el poeta toma su sitio de bandera, mendigo y guerrillero, toma el rumbo de su justicia y el nombre de su dolor para cantar esta misma guerra, y aún y en eso relumbra la llama de la última esperanza. Me gustó especialmente la última parte, una especie de absolución poética, un permiso para vivir.
Excelente esta creación amigo, igual que las tuyas.
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