martes, 24 de septiembre de 2013

"Yo mismo me había preguntado si el filósofo no había estado obsesionado, durante un período aún más largo, por la quimera de un pensamiento puro Y conviniendo, de acuerdo con la misma inspiración, que en la práctica el filósofo se había consagrado siempre a un trabajo de expresión, a la producción de una obra en la que se buscaba el pensamiento a través de la escritura --desvelándose e inventándose a la vez--, de manera que el pensamiento nunca había sido transparente para sí mismo, y que la noción de transparencia no daba cuenta de su camino, yo concluía que la cuestión, la indagación de ¿qué es pensar?, ligada como estaba a la cuestión de la escritura, se había convertido, aún más, en nuestro tiempo, en la pregunta propia de la filosofía.
¿No debía sacar dos consecuencias de esta reflexión? La primera sería que el filósofo se encuentra inducido a acoger, y no a rechazar, su vocación de escritor y a reconocer lo que une a la filosofía con la literatura. La segunda sería que si la cuestión que lo singulariza como filósofo es "¿qué es pensar?", ésta no podría circunscribirse, definirse, en el sentido tradicional, como una cuestión de conocimiento, una cuestión que pone a un sujeto en la dirección de su objeto, una cuestión que invitaría a remontar hacia un origen para desplegar y dominar las articulaciones de un campo de conciencia. Se trataría más bien de una cuestión inubicable e indeterminable que acompaña a cualquier experiencia del mundo: bien surge de las  relaciones sensibles y más generales inscritas en los órganos de nuestro cuerpos, que lo abren a la vez a los otros y a las cosas, y los imprimen en él; o de esas relaciones formadas en nosotros por el hecho de nuestra implicación en una cultura, y, aún más allá, en una historia de la humanidad. En este sentido, aquello que llamábamos "exigencia filosófica" nacería y renacería por todos lados y sólo estaría regida, para el filósofo-escritor, por la apelación a la obra en la que la cuestión permanece en busca de sí misma y se reitera desde todos los lugares a los que su deseo singular la ha conducido.
Antes citaba la fórmula de Merleau-Ponty: "El ser es aquello que exige de nosotros creación para que de él podamos tener experiencia." Pero, ¿deberíamos de conservar el singular (el ser)? Aquello que el término señala, ¿podemos aún darle la fuerza de un nombre si como el mismo autor lo escribe alguna vez --marcando de ese modo su reserva respecto a Heidegger--, sólo hay ontología indirecta, esto es, en el desciframiento de los entes y en la aventura de la expresión? Y por referirnos a lo que nos hace pensar y hablar, si hay que dejarse desplazar por el pensamiento y por la palabra; si el mismo movimiento nos desarraiga y nos arraiga, no debe reivindicar aquel que conoce la atracción de la filosofía el vagar de un sitio a otro y acoger deliberadamente esta vida nómada; envolverse en ese torbellino que, para cada uno y sin que lo sepa, instituye y confunde sin cesar las fronteras del aquí y del allá, del dentro y del fuera."

Claude Lefort, "La incertidumbre democrática." p. 18-19 Ed. Anthropos.

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