MUERTE SIN FIN
- TERCERA PARTE -
(BAILE)
Pobrecilla del agua,
ay, que no tiene nada,
ay, amor, que se ahoga,
ay, en un vaso de agua.
En el rigor del vaso que la aclara,
el agua toma forma
—ciertamente.
Trae una sed de siglos en los belfos,
una sed fría, en punta,
que ara cauces en el sueño moroso de la tierra,
que perfora sus miembros florecidos,
como una sangre cáustica,
incendiándolos, ay, abriendo en ellos
desapacibles úlceras de insomnio.
Más amor que sed;
más que amor, idolatría,
dispersión de criatura estupefacta
ante el fulgor que blande
—germen del trueno olímpico—
la forma en sus netos contornos fascinados.
¡Idolatría, sí idolatría!
Mas no le basta el ser un puro salmo,
un ardoroso incienso de sonido;
quiere, además, oírse.
Ni le basta tener sólo reflejos
—briznas de espuma para el ala de luz
que en ella anida; quiere,
además, un tálamo de sombra,
un ojo, para mirar el ojo que la mira.
En el lago, en la charca, en el estanque,
en la entumida cuenca de la mano,
se consuma este rito de eslabones,
este enlace diabólico que encadena el amor a su pecado.
En el nítido rostro sin facciones
el agua, poseída,
siente cuajar la máscara de espejos
que el dibujo del vaso le procura.
Ha encontrado, por fin,
en su correr sonámbulo,
una bella, puntual fisonomía.
Ya puede estar de pie frente a las cosas.
Ya es ella también,
aunque por arte de estas limpias metáforas cruzadas,
un encendido vaso de figuras.
El camino, la barda, los castaños,
para durar el tiempo
de una muerte gratuita y prematura,
pero bella, ingresan por su impulso
en el suplicio de la imagen propia
y en medio del jardín, bajo las nubes,
descarnada lección de poesía,
instalan un infierno alucinante.
Pero el vaso en sí mismo no se cumple.
Imagen de una deserción nefasta
¿qué esconde en su rigor inhabitado,
sino esta triste claridad a ciegas,
sino esta tentaleante lucidez?
Tenedlo ahí, sobre la mesa, inútil.
Epigrama de espuma que se espiga
ante un auditorio anestesiado,
incisivo clamor que la sordera tenaz
de los objetos amordaza,
flor mineral que se abre para adentro
hacia su propia luz,
espejo ególatra que se absorbe a sí mismo
contemplándose.
Hay algo en él, no obstante,
acaso un alma,
el instinto augural de las arenas,
una llaga tal vez que debe al fuego,
en donde le atosiga su vacío.
Desde este erial aspira a ser colmado.
En el agua, en el vino, en el aceite,
articula el guión de su deseo;
se ablanda, se adelgaza;
ya su sobrio dibujo se le nubla,
ya embozado en el giro de un reflejo,
en un llanto de luces se liquida.
Mas la forma en sí misma no se cumple.
Desde su insigne trono faraónico,
magnánima, deífica,
constelada de epítetos esdrújulos,
rige con hosca mano de diamante.
Está orgullosa de su orondo imperio.
¡En las augustas pituitarias de ónice no juega,
acaso, el encendido aroma con que arde a sus pies la poesía?
¡Ilusión, nada más gentil narcótico
que puebla de fantasmas los sentidos!
Pues desde ahí donde el dolor emite
¡oh turbio sol de podre!
el esmerado brillo que lo embosca,
ay, desde ahí,
presume la materia
que apenas cuaja su dibujo estricto
y ya es un jardín de huellas fósiles,
estruendoso fanal,
rojo timbre de alarma en los cruceros
que gobierna la ruta hacia otras formas.
La rosa edad que esmalta su epidermis
—senil recién nacida—
envejece por dentro a grandes siglos.
Trajo puesta la proa a lo amarillo.
El aire se coagula entre sus poros
como un sudor profuso que se anticipa a destilar en ellos
una esencia de rosas subterráneas.
Los crudos garfios de su muerte suben,
como musgo, por grietas inasibles,
ay, la hostigan con tenues mordeduras
y abren hueco por fin a aquel minuto
—¡miradlo en la lenteja del reloj,
neto, puntual, exacto, correrse un eslabón cada minuto!—
cuando al soplo infantil de un parpadeo,
la egregia masa de ademán ilustre
podrá caer de golpe hecha cenizas.
2 comentarios:
Verde... Este tercer pasaje me remite a esos pequeños experimentos de los fuera de este mundo científicos, que tratan en una cápsula dar con el origen de cómo fue que se originó el universo y la materia. Y a la vez, en el andar de sus hipótesis deschabetadas y suculentas, encuentran tan sólo vestigios probables de lo que no se puede nombrar ni ser clasificado. Porque... cómo chingados ponerle nombres a la materia concerniente a la física cuántica, al puto ejercicio del alquimista aficionado, a la pinche especulación metafísica. Simplemente no se puede, y mientras tanto aquí nosotros, bebiendo del néctar venenoso de ese vaso, observando como a pesar de derramarlo no se vacía, y nosotros, después de todo, como fantasmas obsesionados. Así las cosas. Genial, sigue siendo genial y releíble.
Saludos amigo. Por cierto, ya hay un nuevo poema en mi blog para cuando tengas tiempo y ganas de visitarlo.
Hablando de física cuántica, el otro día estaba leyendo la más reciente teoría. Dicen que hay este universo y otros cientos de universos posibles que llenan todas las probabilidades concebibles que tienen forma de Membranas, por eso se le llama aquel universo el universo branal. En fin supuestamente a menudo (y eso lo dicen con un seguridad que verga, ya hicieron que Tolkien sonara como alternativa viable para explicar el medioevo) como decía a menudo estas membranas chocan entre sí, creando un universo complejo como el nuestro.
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