Encontré tus ojos,
en medio de dos edades tiernas de silencio;
con su invitación pasmódica,
desdoblando las distancias a mi pecho.
Tus dedos tejieron un invisible hilo,
de mi boca a tu boca,
que palpitaba entre los pétalos de tu rosa íntima,
escondida en tu risa
y esparcida suave sobre tu blanca piel,
la rosa se volvío la lengua ede la noche.
Encontré tus manos,
en medio de la fricción de los instantes,
que desmembraban las huestes del eco
y visitaban las fibras de mi deseo perplejo.
Atrapada en la gracia de tu luz-aroma,
me tocaste como trueno, paroxismo inestrucable,
donde se acabaron todas las distancias,
y el espacio fue ciego,
entonces las bocas del aire
nos lamieron lentamente, todo el cuerpo.
Conocí tu desnudez como deslumbrado por la llama,
se quedó tu forma oculta en mis pupilas,
ya van mis manos a ensayarte de nuevo,
ya van mis risas a imitar tus alaridos.
Tus labios fueron aces de tinta,
suaves etapas de las estaciones de mi impulso,
concatenación de las voluntades tu cadera,
y en medio, suspendido, el tiempo.
Encontré tus brazos como infiernos de éter,
en los que ardí ahíto de vértigo,
de la altura de tus pechos caí al océano de mis venas
me agaché hasta mi sangre,
me escondí detrás de tus pupilas,
y la catástrofe de tus besos
abatió todas mis barreras.
Sobreviví a la tragedia de tu tacto,
me consumiste con el rojo de tu piel,
perdido en los mares de tu aliento,
me dejaste arrodillado ante el altar de tus pechos.
Encontré ahí tus palpitaciones
como la música más inédita del vuelo,
se extendió el horizonte sobre mi mano
para enseñarme tu secretas geografías...
Consumido entre tus miradas,
me deshiciste, pulverizando mis rocas interiores,
me agrietaste el cascarón del pensamiento
y desnudo me dejaste ante la duda.
Enloquecí en el asombro de tu aroma,
suave caricia que embriago estos versos,
en lo que ahora recuerdo que el alba,
fue el primer recuerdo que de eso tengo.
Vengo de conocer tu rosa interna,
de acariciar sus 24 pétalos,
vengo de ahogarme en sus pistilos,
y ebrio de ti, el alba me abrió los ojos
y me entregó la palabra que te nombra,
el epítome justo de tu mirada.
Gerardo Cielorraso
1 comentario:
Al parecer Megara ahora no vino para decir "yo aquí primero"... Y bueno, me deja la difícil labor de abrir pista. Podremos comenzar por decir que el nombre me remite a aquello que hacía nombrar a Efraín Huerta... Las rosas y las albas... Y después me encuentro con el encuentro después del encuentro, en el que uno da ciertos pormenores de la batalla, después de la cual uno ya no vuelve a ser el mismo... No sé, como si hubiese salido vivo de un manantial de lava, o de un bosque en el que nadie se adentra por peligro y misterioso... Digamos que hay mujeres que son como las rosas, y a veces se dignan a compartir con nosotros el alba.
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