sábado, 2 de octubre de 2010

Fulgor

Hay que salvar al fuego,
salvarlo de las negras lenguas de la noche,
salvarlo del oscuro mirar del frío
y del brutal tacto del incendio.

Este fuego que salvamos es su propio fuego,
y en sí mismo se consume,
con blancos ojos que miran lo que escapa,
que detienen el avance de las formas,
este fuego dibuja las estelas.

Hay que salvar al fuego,
ponerlo alto donde no la alcance un párpado,
donde el ojo no refleje su brillo
para que no haya conciencia,
que aprenda a consumir el mundo con su mirar
al ver en sus pupilas la luz de estas brazas.

Hay que salvar el fuego, sobre todo del aire,
que lo amplifica y lo esparce,
del aire fugaz amante en el que se consume;
hay que salvar al fuego del aire
que trae palabras y viene el día,
seguido de la noche, y del alba
y las palabras son volátiles
y estallan en el fuego...

Cerca de la llama,
nacidos de la oscuridad de un útero,
hay que salvar al fuego.

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