miércoles, 12 de enero de 2011

Muerte de sí...


La muerte sólo es visible a ojos que pueden mirar su propia sombra. Eso dice Buddha en una de sus enseñanzas. La muerte es el elemento necesario en la dialéctica de la vida como un lapso temporal finito. En la vida como individuación de lo múltiple en lo único. ¿Uno o varios lobos? ¿Aplastar a la hormiga es matar a la hormiga? Lo que deja claro la reflexión sobre la muerte es que nosotros como invidivuos, biológicos y sociales, somos nudos de un hilado de relaciones, movimientos y fuerzas a las que llamamos indistintamente "realidad" y "mundo". No estamos inviduados como quisiera creer nuestra psicología sino en-situación, y esta situación nos excede en nuestra finitud. Eso no implica que sea Inmortal, o vaya a quedar en una especie de memoria abstracta, sencillamente la memoria sólo es posible en la suspensión del presente y la actualización del pasado (San Agustín). Los momentos de autoindividuación sólo existen cuando detenemos el flujo de las cosas, cuando hacemos una pausa para distanciarnos y conocer, es decir, cuando nos hacemos conscientes de la tensión entre nuestra propia pausa y el mundo que se mueve a nuestro alrededor. El lenguaje escrito y su estatismo significante, nos dan la ilusión de que el mundo opera de la misma manera en que opera la gramática, Sujeto-verbo-adjetivo (Derrida). Hay sujetos móviles, y relaciones que los ponen en movimiento, hay fuerzas que atraviesan y reordenan ese movimiento, fuerzas abstractas y concretas. La mortalidad se vuelve un problema entonces sólo en la esfera de lo humano, y cuando la mente se entiende a sí misma, individuada con respecto a lo múltiple transformable, cuando se hace una sombra de sí misma a la que se llama conciencia.
La muerte afecta entonces a una individualidad insostenible de todas formas. La muerte es la insustentabilidad de toda individualidad. El individiduo es una vritualidad, un instante de temporalidad que se extiende en instantes súbitos de conciencia, fuera de esos instantes fluimos dentro dela vida, y nuestro morir sólo es el cesar de esos instantes donde nos enteramos que existimos, no nuestra desapación, sino la de aquellos instantes que detienen e fluir. Lo que permanecen son las fuerzas y relaciones que la mantenían en tensión a ese invididuo con la multiplicidad en la que el mismo se percibía aunada a la mutiplicidad de lo percibido, curiosamente es esa misma tensión lo que la mata. Pero al desaparecer el nudo, ya no existe la individuación determinada que esa existencia que ha cesado, que esa individuación que ocurría, hacía convergir. Están las fuerzas, y las relaciones pero ya no hay nada que las mantenga girando en un núcleo, nada que hable de una identidad.
Por eso pensaban también los Upashti que la fama inmortal ya no era individualidad, sino devenir-relación, es decir, ser un recuerdo, una fuerza que cambie el flujo en otras individualidades.
Puesto que tenemos que vigilar nuestras individualidades y darnos cuenta de las fuerzas que la ponen en tensión en el mundo y la mantienen ahí, como la salud, el lenguaje, es decir, la actividad humana en general y sus relaciones están constituidas en torno a construir una tensión específica entre el individuo y el mundo.
Ser conscientes de que somos lapsos y estamos constituidos por relaciones y fuerzas que nos superan (superan la ilusión dela conciencia) es la capacidad de crear líneas de fuga, de crear posibilidades y reordenar lo sensible, de escapar en la intemporalidad de lo absurdo...

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