Mujer-Arte-Objeto
Como
casi todas las columnas que he escrito para esta revista, la columna
que presento esta vez nace de una inquietud súbita, aunque súbita
en repetidas ocasiones. Podría decir que esta modesta columna
responde a dos inquietudes, la primera ante la conferencia que dio en
Marzo de 2012 Blanca Vázquez en Taxco de Alarcón en el marco del
evento El Péndulo de azogue sobre las mujeres y la
literatura. La segunda sobre la columna presentada en nuestro número
pasado por Miroslava Rosales y su Artes de la resistencia.
Debo confesar que esto es una respuesta a esos planteamientos que a
mi parecer sólo rosan superficialmente el tema del feminismo y la
crítica de arte. Las dos comparten una misma problemártica que a mi
parecer no se resuelve en sus exposiciones: el papel marginal de la
mujer en el arte. La mujer en el arte entendido únicamente como
objeto de construcción y contemplación estética. La razón por la
que hago está contrapropuesta es porque siento que el feminismo que
se defiende en las dos exposiciones mencionadas colabora con los
prejuicios machistas y hembristas del feminismo y no plantea una
alternativa auténticamente emancipatoria. O bien dice: “las
mujeres deberíamos tener un lugar más importante en las artes”
pero no explica cómo podemos salir al determinismo histórico del
arte. O bien: “hay mujeres haciendo arte y necesitamos echarles una
mirada” pero no nos brinda elementos criticos para aproximarnos a
éste arte femenino salvo el hecho de que es producido por mujeres y
muchas veces para mujeres.
Es
cierto que el tema toca muchas sensibilidades e inmediatamente se
forman posiciones que gustan de bailar el desinhibido swing de la
dialéctica. Este punto sensible que es el feminismo y lo que ésta
lucha político-histórica ahora también teórico-ética, lo que
éste discurso de reivindicación aporta a la crítica. Es decir, a
mi parecer, una crítica feminista al arte deberia plantearse primero
que nada responder a la pregunta simple de: ¿el feminismo amplía o
sesga la crítica de arte? ¿La compromete con una deóntica
exagerada e ideológica? Claro que para empezar a atizar el fogón es
preciso declarar qué es el feminismo y esto podría bien llevarme la
columna entera y quizás muchas más. Sin caer en peticiones de
principio diremos que el feminismo son una serie de discursos
reivindicartorios de una diferencia sexualmente determinada que en
perspectivas éticas y políticas plantea una suerte de crítica
emancipatoria hacia su objeto de crítica. Creo que ésto es
suficientemente amplio y podríamos aceptarlo sin muchos quebraderos
de cabeza, le recuerdo a mis lectores simpatizantes de ésta
vertiente del pensamiento, que ésta no es una columna de corte
académico, a la talla y con etiqueta, sino una aproximación
hermenéutica siempre renovada a la posibilidad de seguir pensando el
arte. Ya he dicho antes que entiendo la crítica en un sentido amplio
como el pensamiento libre, comprensivo e interpretativo en torno a la
pertinencia, posibilidad y apertura de ciertos discursos y prácticas.
La
crítica del arte tiene su objeto terriblemente asediado, como esa
obra de DuChamp La
Novia puesta al desnudo por sus solteros donde
la
novia está arriba, esperando que la posean y debajo los nueve novios
practicando sus oficios masturbatorios, así también la crítica
está frente a su objeto deseado, al que no se acerca, que no lo
realiza, y sólo se vuelve sobre sí misma en el goce masturbatorio
del solipsismo. El oficio de crítica requiere comprometerse con
algún uniforme, como los solteros de DuChamp, tomar alguna
metodología mecánica y repetitiva. Ya he insistido en que la
crítica persigue un acontecimiento que siempre la elude, que no se
termina de decir lo más novedoso, no se termina de hallar una teoría
cuando el arte ya se ha adelantando en múltiples acontecimientos. Se
parece a Alcinoo, dios del viento en la Odisea, que cambiaba de forma
para evitar ser capturado.
En
su carácter elusivo entender, ya no una obra, sino todo un proceso
creativo, un movimiento estético, una vanguardia, presenta múltiples
retos. Por un lado porque los críticos tienden a las soluciones
sencillas e inmediatas, ciertas categorías, descripciones
superficiales y prontos juicios de valor. Por el otro porque el acto
del artista está dividido en lo que conscientemente quiso lograr y
lo que su obra nos dice. Cuando sólo interrogamos uno de estos dos
polos, la obra en el sentido semiótico o al artista en un análisis
socio-histórico estamos atendiendo a dos reversos que no nos dejan
jamás contemplar los puntos de unión y enlace, ambos se muestra
como enteramente significantes. Por esto se vuelve común en los
críticos hacerse de ‘metodologías’ más o menos
conscientemente. Es decir, que asumen que alguna ideología, estética
o análisis les dará el secreto privilegiado de la obra que
interrogan.
Dentro
de las críticas al arte que han sabido abarcar los diversos niveles
en que este se manifiesta y desde los cuáles se configura (niveles
interrelacionados, jamás independientes) el ‘feminismo crítico’
ha planteado las mayores interrogantes. Pero quiero ser claro, el
feminismo surge originalmente como una pugna político-social por
parte de las mujeres y otros grupos discriminados para buscar su
lugar dentro de los lugares de los que son excluidos. El feminismo ha
mostrado, exitosamente, que las relaciones de poder que rigen una
sociedad no son únicamente de carácter político-económico (como
la teoría crítica de principios del siglo XX quiso denotar con
ayuda de Marx y Nietzsche). Hay una dominación y una exclusión
originarias, al decir de Simone de Beauvoir, que es la distinción,
so pretexto de una diferencia biológica real, de la humanidad en
‘dos polos’. Esta distinción ha traído la dominación de uno de
los dos polos, el masculino, y éste polo ha establecido cultural e
históricamente como deseable todas aquellas características que lo
afirman como macho, y ha denigrado, oscurecido y renegado las
características femeninas. Inclusive ‘lo femenino’ mismo, y esta
es la tesis más radical de De Beauvoir, no es sino un constructo que
el polo masculino ha hecho.
Para
no extenderme tanto, la mayoría de las feministas estarían de
acuerdo en sostener que los valores universales proclamados en
occidente son en realidad valores de hombres, adultos, blancos. Entre
estos valores se encuentra el arte y es la parte sobre la que muchas
feministas han insistido. El arte como práctica, producción y
reproducción de valores socio-culturales es un recinto privilegiado
para entender los papeles periféricos de la mujer.
Pero
cuando decimos ‘feminismos crítico’ estamos diciendo muchas
cosas y cuando decimos ‘crítica feminista del arte’ estamos ya
ante un multiverso donde las posturas chocan y se entrelazan, desde
el posthumanismo, el feminismo de la diferencia, hasta el
multiculturalismo, donde cada uno se compromete con una deóntica
distinta y por lo tanto lo que esperan del arte (y lo que ven en el
arte) es distinto. Si nos dejamos guiar por esta pluralidad quizás
nos extraviemos y temo que el espacio de este artículo no alcance si
quiera para exponer una introducción adecuada. Pero hay muchos
puntos en común que estas posturas diversas comparten. Exponiéndolos
brevemente podemos transitar hacia una comprensión de qué se dice
cuando se dice que hay una crítica feminista al arte.
Mujer
El
lugar más común de la crítica feminista, incluso para la gran
mayoría de las críticas, es una gran tesis reduccionista que
podemos sintetizar de la siguiente manera: “La mujer como excluida
históricamente sólo tiene un papel de objeto en el arte, de modelo,
musa, jamás un papel activo, creador.” Por cualquiera que sea la
razón que se adjudique, la mujer tiene un papel relegado dentro de
la producción, esto es un hecho y no una especulación. Lo que es
especulación son las explicaciones al respecto, unas de las más
comunes son las explicaciones sociológicas que describen las
‘oportunidades’ que tenían las mujeres de desarrollar su arte,
como la que hace Virginia Woolf en su famosa conferencia Una
habitación propia. Todas
las especulaciones de éste tipo coinciden en los puntos principales
que desarrolla Woolf: 1) que la mujer está en una condición de
desventaja cultural y social con respecto al hombre 2) que el arte es
un ejercicio de autonomía del individuo 3) que la mujer debe asumir
lo que el arte ha consagrado como universalmente bello, y sólo lo
asumirá de manera cabal hasta lograr su propia autonomía. Es decir,
ésta línea de crítica señala que la problemática principal entre
el arte y el feminismo ha de ser la de el papel de la mujer en la
praxis del arte. Este discurso tiene mucho de político porque
intenta poner al arte en un lugar de comparecencia política. Es
decir, es cierto que gran parte de los pensadores y artistas de la
“historia” del arte han sido machistas y han opacado a sus
congéneres pero ésto no responde la cuestión ¿por qué la otra
mitad del mundo ha sido silenciada en los discursos estéticos?
En
la polémica sobre el papel socio-histórico de la mujer muchos
feminismo han optado por el método crítico-deconstructivo, en
términos simples, han optado por mostrar que la mujer siempre ha
estado inmiscuida en el arte pero que ha sido ocultada o
menospreciada por los varones como inferior. Un sólo ejemplo basta,
y es el de Leonor de Quitania, madre de Ricardo Corazón de León,
reina Inglaterra y Francia, en diversas ocasiones al casarse con
distintos príncipes. Ésta mujer de la edad media no sólo se
divorció 2 veces, sino que inclusive llegó a tener amoríos
públicos. Pero no es su carácter moral lo que nos interesa, Leonor
de Quitania fue la figura de la poesía más representativa del siglo
XII y la que más influyó en el desarrollo de la poesía provenzal y
trovadora. Influyó de manera significativa en los intelectuales de
su época y configuró el modelo de la mujer “ideal” que surge
como primer discurso reivindicatorio de la mujer como heroína,
frente a la mujer como pecado vista por el cristianismo. Es cierto
que no se enseña su papel fundamental en el desarrollo de la poesía
en las escuelas de arte y a esto podemos aducir una construcción
machista de la historia del arte.
Ésta
crítica deconstructiva-reconstructiva es, a mi parecer, la más
fecunda del feminismo, pero no la más radical. La más radical viene
del lado de las teóricas de la diferencia como Sheila Benhabib,
Estrella de Diego, Judith Butler y Rosi Briadotti. El problema no ha
sido sólo el 'ocultamiento' de la mujer en el arte, sino que las
prácticas artísticas y su valoración se han construido en un
discurso unilateral, es decir, sólo privilegiando el hacer del
hombre, lo que el hombre considera bello o perfecto. Es decir, la
ocultación socio-histórica de la mujer tiene una causa más
profunda, a decir de Nancy Armstrong en su libro Deseo
y ficción doméstica, las
formas de visibildad de la mujer en el arte no han sido facultadas
por la construcción misma del arte. Ésto nos lleva a nuestro
segundo apartado.
Arte
Siguiendo
atentamente a Armstrong se cae en la cuenta de que el discurso de lo
que es el arte se ha erigido como una distinción del trabajo
doméstico. Para los griegos, como revela Simone Weill en otro
fantástico libro La
fuente griega, Τεκνέ
(arte) se refería a cualquier actividad de carácter ténico-creativo
desde la poesía hasta el tejido y el bordado. Es decir en un primer
momento el término arte recogía tanto las actividades masculinas
como las femeninas. El primer gran filósofo del arte, y como muestra
Simone Weill, el primer gran crisitiano, Platón, decide esquivar
categóricamente el asunto y emprende su lucha contra los poetas,
contra los artistas en sentido contemporáneo, sin embargo en La
República
reconoce la importancia del trabajo artísitico en sentido doméstico
si bien en una escala inferior.
Pero
para entender la construcción contemporánea del arte hay que irnos
hasta el siglo XVII a Félix Baumgarten e Immanuel Kant quienes
pusieron las bases para el concepto de arte que dominó durante tres
largos siglos. Para ellos el arte y la técnica estaban perfectamente
separados. Si bien el conocimiento estético era generalizado para
hombres y mujeres (al ser una condición a priori del conocimiento),
la capacidad de desarrollar el arte estaba remitida a los varones
cuyo carácter tendía a la comprensión abstracta. Tanto Kant como
Baumgarten se caracterizaban por ignorar muchísimo sobre la
situación de la mujer, tanto que la subsumían a “tutelada” por
el hombre. La mujer no tuvo muchas oportunidades de aparecer en la
escena del arte alemán, salvo por los casos paradigmáticos de
Madame Staël quien escribió el manifiesto romántico, Fanny
Mendelsson extraordinaria compositora hermana de aún más famoso
Félix Mendelssohn, Clara Weick mejor conocida como Clara Schumman,
esposa del compositor Robert Schumman. Los ejemplos que podemos
encontrar siempre relacionan a una mujer talentosa con su aún más
talentoso esposo o pariente lo que apoyaba la teoría de la tutela
intelectual. Ni siquiera el primer crítico de la modernidad,
Nietzsche, concede una oportunidad de creadora a la mujer aunque
convivió con una de las más importantes mujeres del siglo XIX Lou
Salomé.
El
punto es que la construcción de lo que debe ser el arte y lo que
debe ser un artista excluyó de golpe las actividades femeninas que
había en el siglo XVII, como el bordado, la cocina, la poesía
provenzal y amorosa, la jardinería, la botánica y privilegió las
actividades que los hombres elaboraban. Silvia Bovensch en su
artículo ¿Existe
una estética feminista?
defiende la tesis de que la configuración misma del arte como
privilegiadora de los carácteres morales del hombre hace que el
lugar de la mujer en el arte deba ser necesariamente marginal y
limitado. Si entendemos creadora y artista en los parámetros
masculinizantes del discurso occidental moderno, entonces la mujer
nunca ha sido creadora ni artista.
El
problema mismo que subyace a esta concepción del arte es su
pretendido carácter de Universalidad. Otra importante teórica
contemporánea, Gisela Ecker, ha demostrado que sí existen mujeres
artistas aunque éstas hayan sido sistemáticamente negadas, sostuvo
que la exclusión se produjo debido a los códigos y categorías de
valoración estética masculinas y patriarcales que delimitan el
sentido de la legitimidad artística. Su argumento más fuerte fue el
hecho de la delimitación de la capacidad creadora de las mujeres
donde sus actividades se denominaron someramente en casi todas las
estéticas anteriores al siglo XX, como 'artes menores'. El mismo
Immanuel Kant aunque reconoce que un juicio estético no tiene
ninguna objetividad señala que aspira a ella mediante el acuerdo, lo
que nos revela la composición misma de la cultura, lo propio del
arte son los canones y categorías que inserta en el proyecto
cultural-racional. Pero el artista, el genio, es aquel que supera
esos canones y le dicta sus propias reglas a la naturaleza. ¿Qué
hay de la mujer? Podemos preguntar, ¿si nunca en primer lugar está
incluída en esos canones y por lo tanto cada creación que tienen es
una diferencia? La más importante poetisa francesa del siglo XVII Marcline Desbordes-Valmore influyó a todos los poetas posteriores desde
Baudelaire hasta Hugo. Sin embargo sus poemas eran enteramente
expresiones subjetivas de su sufrimiento personal, no aspiraban a
ninguna forma 'perfecta', eran ejercicios personales de expresión.
Esto dio lugar al expresionismo poético de Baudelaire y al
simbolismo posterior. La primera en romper los moldes de la poesía
rítmica y lírica en Francia fue esta fracasada actriz Desbordes. Lo
que equivale a decir que el rompimiento de los esquemas del arte no
se da en todos los casos (y podríamos seguir exponiendo casos
parecidos en música, plástica, danza) por un genio varón que dicta
sus reglas a la naturaleza, sino de una mujer que desde su diferencia
se acercó a hacer arte fuera de los esquemas masculinas aunque ella
tuviera a su vez una comprensión masculinizada de lo que debía ser
el arte. Pero su diferencia privó y su vivencia retroalimentó el
discurso unilateral y supuestamente universal del arte.
Objeto
La discusión más
radical a mi parecer, y por desgracia la menos estudiada, yo sólo
tengo noticias de Rubí de María Gómez en México, es la que
cuestiona la supuesta objetividad del arte. En su artículo Estética
y Feminismo
Gómez señala: “Las teóricas feministas descubrieron así que los
parámetros de valoración estética resultaban ser masculinos,
patriarcales, y con ello excluyentes también para otros grupos al
imponer sobre el arte una lectura blanca, de clase media, masculina y
heterosexual. En esos momentos como ahora se asumía, como afirma
Estrella de Diego, que existe una sola norma humana, una norma
universal, ahistórica, y sin sexo, sin clase o raza, si bien es de
hecho claramente masculina, clase media y blanca.” De ésto se
sigue que las teóricas feministas propusieron frente a la Historia
del Arte, historias del arte otras, que exploraran por ejemplo el
arte negro, o el arte del bordado, o la historia de la cocina, etc.
El problema es si la
concepción supuestamente universal de lo que es el arte, que sigue
permeando muchos de los discursos contemporáneos, debe ser aceptada
sin más. Y por lo tanto también eso que se conoce como las artes:
cine, arquitectura, plásticas, visuales, musicales, letras,
fotografía, instalación, performance, teatro, danza. Aunque la
clásica clasificación se ha vuelto más incluyente en nuestros días
sigue manteniendo su vieja metafísica, la de la distinción entre un
arte y un no-arte, sigue entendiendo el arte como una forma
privilegiada de la producción y la experiencia que por principio
excluye a las formas otras de producción y de experiencia estéticas.
La critica feminista
más radical a esto viene de mano de Julia Kristeva y de Luce
Irigaray, quienes no sólo cuestionan la objetividad
(universal-occidental-masculina) sino la subjetividad como vértice
de la experiencia. Está crítica es importante porque permite
cuestionar las prácticas de la experiencia estética como por
ejemplo los museos o los escenarios, las jerarquías en la acción
estética o inclusive la teleología misma del arte. Objetivamente el
arte del siglo XX intentó desprenderse de la noción de
representación, y por lo tanto de una práctica jerarquizante y
dominante del arte como el producto de un sujeto solipsista que tiene
un acceso privilegiado a las formas verdaderas de la realidad y logra
plasmarlas materialmente. Desde Cézanne, dice Merleau-Ponty en su
maravilloso ensayo La
duda de Cézanne,
entendemos que el arte contemporáneo nos habla de ese mundo oscuro e
ignorado en nuestras concepciones objetivizantes de la percepción.
Merleau-Ponty fue también el primer filósofo en reconocer que el
principio de toda alteridad es la alteridad sexual y que el ser
humano no sólo es un ser encarnado sino un ser sexuado y ésta doble
condición es el vértice de toda posibilidad de mundo. A saber, que
el mundo nos interpela a través de nuestro cuerpo y ésta
interpelación la vivimos en un cuerpo irremediablemente sexuado.
Teóricamente
Merleau-Ponty es anterior al feminismo, éste no se formaliza sino
hasta cuatro años después de que él publica La
feneomenología de la Percepción en
1945, con el ya clásico libro de Simone de Beauvoir El
segundo sexo de
1949. Lo interesante de éste feminismo teóricamente radical es que
cuestiona la construcción misma de objetividad basada en la
subjetividad del hombre occidental, y por lo tanto de todas las
prácticas que se legitimaban en ésta 'objetividad'. La historia de
occidente es un “falogocentrismo” al decir de Jacques Derrida y
el arte podría verse aquí como un “falor estético.”
¿Quedan opciones? A
partir de los ochentas el feminismo empieza a construir estéticas
otras, como lo hace Estrella de Diego en su ensayo Figuras
de la diferencia. Lo
que es cierto es que no se puede hacer una crítica del arte
feminista sin considerar los tres ejes problemáticos presentados,
sobre el papel de la mujer, sobre la construcción del arte y sobre
la objetividad del arte y sus categorías supuestamente universales.
Y así podemos entender qué discursos y prácticas estéticas se
presentan como emancipadoras y reafirmadoras de la diferencia y qué
prácticas estéticas se presentan como reafirmaciones de los
discursos dominantes en la estética.
La crítica feminista no es, pues, la crítica de las mujeres hacia los hombres artistas, ni una lucha por la reivindicación de la mujer en el arte, es una triple crítica y un ejercicio emancipatorio de la práctica artística que la acerca a la diversidad y la inclusión. No se trata de una quantum de hombres y mujeres, sino de la construcción de un discurso incluyente y no jerarquizante del arte y la reconstrucción de un pasado en el que se ha silenciado a la mitad de la humanidad. Y éste ejercicio a penas comienza y parafraseando un poco a Spinoza “aún no sabemos de lo que un cuerpo femenino es capaz.”
La crítica feminista no es, pues, la crítica de las mujeres hacia los hombres artistas, ni una lucha por la reivindicación de la mujer en el arte, es una triple crítica y un ejercicio emancipatorio de la práctica artística que la acerca a la diversidad y la inclusión. No se trata de una quantum de hombres y mujeres, sino de la construcción de un discurso incluyente y no jerarquizante del arte y la reconstrucción de un pasado en el que se ha silenciado a la mitad de la humanidad. Y éste ejercicio a penas comienza y parafraseando un poco a Spinoza “aún no sabemos de lo que un cuerpo femenino es capaz.”
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