martes, 19 de mayo de 2009

Y así mueren los hombres.

Todos sabemos que el pasado 17 de Mayo el escritor, periodista pero sobre todo poeta, Mario Benedetti murió de una complicación infecciosa. Uno de mis grandes gurús de la poesía, al que recurría en más de una ocación en busca de ese abrevadero precioso que algunos llaman inspiración. Y muchas veces además le rendí el mayor homenaje que un escritor le pudiera hacer a otro, copiarle.
Uno de los útltimo poetas latinoaméricanos de lo que se llamó el nuevo simbolismo, socialista y defensor de la juventud y el ímpetu del escritor. No estoy haciendo este escrito para soltar una larga y profunda repériqueta sobre su vida y obra, ya que habrá quien lo haga y mucho mejor de lo que yo pudiera hacerlo. Su vida y por consiguiente su muerte no me conciernen en lo más mínimo pero siento un profundo apego poético por él, tanto que cuando me comentaron sobre su muerte no pude evitar preguntarme.
¿Después de la muerte, qué queda de un poeta?
´Diego Rivera contestó quizás con mucha mayor lucidez está pregunta. "La Obra de un artista sólo acaba con la muerte."
Quizás Rivera tenía razón y efectivamente las últimas palabras de nuestro poema las escribe la muerte, que nos cierra por fin los ojos.
Me vienen a la mente entonces un sin número de poetas finádos, de lo que quedan algunos versos fragmentarios, alados. Los ojos de Pavesse, los Buhós de Baudelaire, los Yos de Girondo, todos esos versos que se visten de negro y de luto. Un misterio queda renombrado en muchos versos que leo, un misterio que los poetas se llevaron a la tumba, porque todos sabemos que un poema va mucho más allá de lo que está escrito en sus versos, es todo un nuevo lenguaje, un paroxismo con letras.
¿Qué queda, pues, de un poeta muerto? Probablemente su misterio, probablemente todas esas cosas que sólo inquirió entre líneas, como si hiciera gala de una sabiduría más lúcida y antigua que la nuestra. Una verdad tan evidente que lo agotó hasta la muerte.
Puedes remar, pero la orilla esperará de todas formas, y entonces atravesamos ese río de los griegos y nos perdemos en el vasto moho de la muerte, la muerte que nos da la mirada final, en la que por fin nos reflejamos nosotros mismos. La mirada que nos brinda ese momento de eternidad que luchamos toda la vida por conseguir.
Me gusta pensar en la muerte de esa forma, no como fin, no como comunión, ni redención, ni salvación, la muerte como un proceso que nos revela nuestros paraísos infinitos. Al morir vemos nuestros momentos preciosos, una mujer debajo de una tormenta, la primera vez que probamos el helado de chocolate, el olor de aquel árbol cuyo nombre desconocesmos, quizás aquellas líneas que subrayamos y repetimos histéricamente durante siempre, cómo si nos definieran. Entonces morimos en esos instantes, que nunca murieron, que nos superan y en los cuales nos quedamos para siempre.
¿Dónde habrá quedado Benedetti? ¿En la revolución? ¿Tras las señas del Che? ¿En la mirada del hombre preso que miraba a su hijo? ¿En las confesiones del amor urbano y revolucionario? ¿En e hombre qu emiraba al techo?
Al final ese hombre se miró a sí mismo, reflejado en los ojos de la muerte, y quizás, como me gusta creer, se quedó suspendido en su momento de eternidad.
Mario Benedetti... "No es con la muerte que morimos, sino con la vida, la muerte no se presenta jamás como un estado, sino como un instante... que algría que como instante sólo ocurra una vez en la vida."

1 comentario:

Reptante dijo...

La muerte es un contínuo estado de chaqueta mental que cuando nos llega o le llega a alguien, es demasiado tarde como para ponerse a reflexionar sobre la vida. Porque ya están allí los fantasmas, todo aquello que se añoró y llegó, así, como sorpresa después de haber abierto una cloaca prohíbida.

Por eso es que cuando uno está vivo puede hacer tanta faramalla y especulación al respecto. Realmente, mi acercamiento a Benedetti fue en primera instancia por un par de libros, inventarios suyos de poesía, en donde condensaba un estilo poco parafernalezco y más bien sencillo, del cuál aprendí bastante tiempo después, un día en que desperté queriendo ser un intento de poeta.

Ahora bien, más allá de esas preguntas de corte ontológico que posiblemente a mí me llegaron con la muerte de uno de mis allegados, y que a ti te llegaron con la muerte de un gentil desconocido, que sin proponérselo fue el maestro de tantos improvisados y arremetidos, lo que podría concluír, es que tal vez un hombre comienza a dilucidar con la pluma, un complejo sistema de signos, que al final toma una cadencia de accesibilidad universal, y entonces lo que queda es un legado, un testamento, y una honrosa forma de decir "muero pero no muero, cuando comencé a morir logré un estado de inmortalidad, mi nombre no se evaporará como mi cuerpo en un horno crematorio".