jueves, 8 de abril de 2010

SEMANA DE FERNANDO PESSOA

ESTANCO

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Esto aparte, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
del cuarto de uno de los millones del mundo que nadie
sabe quién es
(y de saberse quién es, ¿qué se sabría?)
dais al misterio de una calle cruzada constantemente
por gente,
a una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, verdadera, desconocidamente
verdadera,
con el misterio de las cosas debajo de las piedras y de los seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos
blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo el carro de todo por la carretera
de nada.

Hoy esty vencido, como si supiera la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morir
y no tuviera más hermandad con las cosas
que una despedida, convertidos esta casa y este lado
de la calle
en la hilera de vagones de un tren,
silbada su salida desde dentro de mi cabeza
y sacudidos los noervios y chirrianes los huevos al marchar.

Hoy estoy perplejo, como quien pensó y halló y olvido.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que debo
al Estanco del otro lado de la calle, como una cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

En todo fracasé.
Como no tenía propósito alguno, todo tal vez fuera nada.
Del aprendizaj que me habían dado
me descolgué por la ventana de las trasera de la casa.
Fui al campo con grandes propósitos,
y sólo encontré hierbas y árboles,
y una gente que, cuando la había, era igual a la otra.
Abandono la ventana, me siento en una silla.
¿En qué he de pensar?

¿Qué sé acerca de lo qué seré, yo, que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tanta cosa!
Y tantos piensan serlo que no podrán serlo tantos.
¿Genio? En este momento
cien mil cerebros se conciben en sueños tan genios
como yo,
y la historia no marcará, ¿quién sabe?, ni a uno sólo,
ni quedará más que estiércol de tanta conquista futura.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos descabalados por tantas certezas!

Yo, que de nada estoy cierto, ¿soy más cabal o soy menos cabal?
No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no habrá a estas horas genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas-,
y quién sabe si realizables,
nunca verán la luz del sol real ni hallarpan los oídos de nadie?
El mundo es de quien nace para conquistarlo
y no del que sueña que va a conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que todos cuanto Napoleón hizo,
he estrechado contra el pecho hipotético
más humanidades que Cristo,
he construido en secreto filosofías no escritas
aún por ningún Kant.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no nació para eso;
seré siempre tan sólo el que tenía cualidades;
seré siempre el que esperó a que le abrieran la puerta
junto a una pared sin puerta
y cantó la cantinela del Infinito en un gallinero
y oyó la voz de Dios en un pozo cegado.

Derrame la naturaleza sobre mi cabeza ardiente
su sol, su lluvia, ese viento que me busca el cabello,
y lo demás, que venga, si es que viene o tiene que venir,
o que no venga.
Esclavos por el corazón de las estrellas,
conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama;
pero despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de la casa y es toda la Tierra
más el sistema solar, y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolatinas, niña,
come chocolatinas!
Mira que en el mundo no hay más metafísica
que las chocolatinas.
Mira que todas las religiones no enseñan más
que la confitería.
¡Come, niña sucia, come!
¡Ojalá pudiera comer chocolatinas con la misma verdad
con la que las comes!
Pero yo pienso, y al quitarles el papel de plata,
que es de hoja de estaño,
lo tiro al suelo, como tiré la vida.)

Pero de la amargura de lo que nunca seré queda al menos
la rápida caligrafía de estos versos,
pórtico hendido hacia lo Imposible.
Pero al menos consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
noble al menos por el gesto de largueza con que arrojo,
sin tomar nota, la ropa sucia que soy al discurri de las cosas,
y me quedo en casa sin camisa.

(Tú que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
seas diosa griega concebida cual estatua viva,
o patricia romana de imposible nobleza y nefasta
o princesa de trovadores muy gentil y abigarrada
o marquesa del siglo XVIII escotada y distante
o cocotte famosa del tiempo de nuestros padres
o qué sé yo qué moderno -no concibo bien qué-
todo eso, sea lo que sea que seas, ¡si es que puede inspirar,
que inspire!
Mi corazón es un cubo vaciado.
Como los que invocan a los espíritus invocan espíritus,
me invoco a mí mismo, y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con nitidez absoluta.
Veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan,
veo los entes vivos, vestidos, que se entrecruzan,
veo los perros, que también existen,
y todo eso me pesa como una condena al destierro,
y todo eso es ajeno, como todo.)


Viví, estudié y hasta creí,
y hoy no hay mendigo al que no envidie que no sea yo.
A cada uno le miro los andrajos, las llagas, la mentira,
y pienso: quizás nunca has vivido, estudiado, amado, ni creido
(pues es posible hacer realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
quizás sólo hayas existido como una lagartija a la que cortan el rabo
sólo es un rabo removiéndose más acá de la lagartija.

Hice de mí lo que no supe
y lo que de mí pude haber hecho no lo hice.
Vestí un disfraz equivocado.
En seguida me tomaron por quien no era,
y no lo desmentí, me perdí.
Cuando me quise quitar la máscara
se me había pegado a la cara,
Cuando me la quité, y me vi en el espejo,
había envejecido.
Estaba borracho, no acertaba a llevar el disfraz
que no me había quitado.
Arrojé la máscara y dormí en el guardarropa
como un perro al que tolera la gerencia
por ser inofensivo.
Y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.

Esencia musival de mis versos inútiles,
quién pudiera encontrarte cual cosa hecha por mí
en vez de quedarme siempre frente al Estanco de enfrente
pisoteando la conciencia de estar existiendo
como una alfombra en la que el borracho anda a traspiés
o un felpudo sin valor robado por gitanos.

Pero el Dueño del Estanco se asoma a la puerta,
permanece en la puerta.
Lo miro con la incomodidad de quien tiene mal orientada la cabeza
y con la incomodidad del alma cuando está malentendiendo.
Él morirá y yo moriré.
Él dejará el letrero y yo dejaré versos.
Un día morirá el letrero, y los versos morirán también.
Tras ese día morirá la calle donde estuvo el letrero
y la lengua en que fueron escritos los versos.
Morirá después el planeta girante donde había sucedito todo eso.
En otros satélites de otros sistemas algo así como gente
seguirá haciendo cosas como versos y viviendo bajo cosas como letreros.
Siempre una cosa frente a la otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio de lo hondo tan verdadero como el
sueño de misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa, o ni una cosa ni otra.

Pero un hombre entra en el Estanco (¿para comprar tabaco?)
y la realidad plausible cae, de pronto, sobre mí.
Me semiincorporo enérgico, convencido, humano,
para intentar escribir estos versos en que digo lo contrario.
Mientras pienso en escribirlos enciendo un cigarillo,
y en el cigarrillo saborea la liberación
de todos los pensamientos.
Sigo el humo como una ruta propia
y en este momento sensitivo y adecuado gozo
y la conciencia de qu ela metafísica es una consecuencia
de hallarse uno indispuesto.

Después me reclino en la silla
y continuó fumando.
Mientras el Destino me lo conceda, continuaré fumando.

(Si me casara con la hija de mi lavandera
tal vez fuera feliz.)
En vista de lo cual me levanto de la silla. Me acerco a la ventana.

El hombre ha salido del Estanco (¿guarda el cambio
en el bolsillo de los pantalones?)
Ah, lo conozco: es Esteves, sin metafísica.
(El dueño del Estanco se ha asomado a la puerta.)
Como por instinto divino Esteves se vuelve y me ve.
Gesticula un saludo, le grito, ¡Hola Esteves!, y el universo
se reconstruye en mí sin ideal ni esperanza, y el Dueño del Estanco,
sonríe.

Por: Álvaro Campos.

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