martes, 18 de mayo de 2010

Palabras que se han escurrido entre mis dedos
derramándose en oscuros laberintos,
bocas que no han tocado mi boca,
risas que no conocen mi risa,
el mundo es la ausencia permanente,
el lenguaje es su epitafio,
Dios queda en las alturas,
En el panteón de estrellas muertas,
donde nace el delirio,
y se encuentra toda ciencia.

Apetito primigenio de esperanza,
conocer el mismo en el espejo,
hay dolores tan profundos
que cavan zurcos hondos en el rostro
calan las espaldas con su peso
y esos dolores nunca mueren,
herencia de la humanidad entera,
hay dolor en la palabra.

Cómo nombra la palabra,
cómo nombra el aliento,
cómo contiene tanto gesto,
cómo espera romper las fronteras,
del ser humano con el tiempo,
trascender los muros
destruir lo que ha sido construido en lo abierto.

Hay un ausencia original en nuestra lengua
un vacío que llevamos en la garganta,
nudo nunca desecho por la historia
que oculta lo evidente en lo difuso,
que nos da la ilusión del movimiento.
Una ausencia primitiva que nos traicionó de muerte.

Después lo impronunciable
la nada
después...
el alma.

1 comentario:

Reptante dijo...

Pocas cosas importantes quedan expuestas al otro lado del espejo, cuando al mirar como un doctor la radiografía, ante la pantalla que le da vida, uno descubre que el la nada o que la pena, es una enfermedad congénita, que se arrastra con una naturaleza de objeto, maldición y sanguinolento flematismo. Así pues, como expones en tu poema, con el cual siento una profunda afinidad, y porque a todos, los que tomamos la pluma como un elemento de cura injustificada, nos llega ese momento de enfrentarnos a la nada, a nuestra sombra ante la luz que ciega, y sólo así es que podemos mirarnos tan transparentes, indefensos y reconocer, que lo único que poseemos es nuetro espíritu. Una maldición, una silente calma.

Saludos.