"Creo que me dan asco los hoyos". Y con esa declaración ella inaguraba todo un impulso nervioso de pensamientos corrosivos dentro de mí. ¿Qué puede tener un hoyo que cause asco? ¿No es acaso el hoyo la ausencia de sustancia?
Miras las cuencas oculares vacías de los cráneos, el cráter de un impacto nuclear, la boca negrísima de alguna bestia fantástica, la perforación de una bala sobre el pecho de la mujer amada, cualquier cosa atravesada con su reminiscente redondeado, el agujero de la capa de ozono, los enigmáticos y perturbadores hoyos en el queso, la amenaza distante de los hoyos negros y su carácter supermasivo. ¿Masa y hoyo?
Luego piensas, el sexo de la mujer es un hoyo, la boca que se besa es también un agujero, el hoyo es el contenido del círculo, el hoyo es lo imcomprensible del báratro, la figura de la muerte, el agujero siempre exhala su aliento de vacío hacia nosotros.
Entonces te comprendo, que el hoyo de asco no es más que un primer resultado del miedo que nos causa, esa su naturaleza inconfundible, vacía, constante. Siempre esperando ser llenado, y queda lejos la posibilidad de satisfacer su exigencia.
Luego vienen las imágenes de los agujeros simbólicos del mundo, como cuando nos entierran y me doy cuenta que el hombre es simple sacrificio para el hoyo, que nuestros cadáveres van a parar a su boca enteramente abierta, emanada del suelo. Luego los mares que no son más que hoyos disfrazados, cubiertos de agua, como cuando se tapan los túneles con telas, pero al entrar todo debe hundirse en la voracidad del agujero submarino.
Y creo que los hoyos rellenos son los más terribles, están las tumbas llenas de nuestros restos, el mar lleno de agua, están los volcanes con sus estómagos de lava, lo túneles que agujeran las montañas y descubren las entrañas de la tierra. Las X de los tesoros que sólo se abren ante la expectativa de ser hoyos de nuevo, sólo cederán su tesoro cuando hayamos completado ese ciclo. Luego más cercanos a mí, los agujeros en los bolsillos, que dejan escapar las monedas, las coladeras en las que se hunde la escoria y nos arrojan ratas, y cucarachas y a veces hasta nos devuelven el agua putrefacta de las lluvias.
Me baño y pienso en los diminutos orificios de la regadera, similares a los diminutos orificios de mi piel, de los que emergen mis bellos, y yo mismo me conecto al mundo mediante hoyos: mi boca, mis ojos, mis oídos, mi nariz, mi piel agujerada, mi obligo, mi sexo, todo con ese hoyo incitativo, ese hoyo que se abre esperando ser llenado, ese hoyo que te causa tanto asco.
Creo que el asco al hoyo después de todo es sólo el desesperado intento de llenarlo, el hoyo que nos incita siempre a estar dentro de él, a rellenarlo con algo.
Y cedemos a su exigencia impúnemente, metemos dedos en la nariz, auriculares en los oídos, comida, bebida, todo tipo de cosas a la boca, saturamos nuestros ojos de imágenes, llenamos nuestros hoyos epídermicos con tinta, con ropa, con otra capa agujerada de piel blanda. El hoyo trasero, del que nunca hablamos, al que llamamos despóticamente ano, como dándole inferioridad a ese hoyo traicionero que se abre en retaguardia, y cualquier cosa que provenga de él es una blasfemia, porque el hoyo nunca debe de arrojar nada, siempre debe de llenarse, para poder cerrarse. Y por eso la obsesión con el sexo anal, con los enemas y los supositorios, y luego los "rellenos" sanitarios, luego las tapas de los inodors (que siempre huelen), las tapas de las coladeras, el agua sobre el mar, la lápida sobre la tumba, el puente sobre el risco, la puerta sobre el sótano y si pudieramos pondríamos tapas a los agujeros negros, y relleneríamos todas las circunferencias y figuras vacías.
Pero el hoyo se rebela contra nosotros, y el mar nos arroja todo de vuelta, nos arroja constantemente las olas, esas aguas que lo cubren, de las que quiere deshacerse y las empuja a la tierra, y luego las coladeras arrojan ratas, y la volcanes sus tormentas de fuego y humo, y las tumbas engendran gusanos, y los zurcos de la tierra nos atacan con vegetales, y nuestos ano innombrale arroja nuestro desesperado intento de rellenar el orificio bucal, y de vez en cuando nuestra boca devuelve su sacrificio, y los ojos arrojan lágrimas, y los oidos sacan cera, y los orificios epidérmicos sudan, y me estoy dando cuenta que la rebelión del hoyo siempre es líquida, y cada rebelión que sentimos del orificio nos amedrenta.
Nos perturba la ola, la erupción, el grano, la planta, la rata, el excremento, la lágrima, el sudor, la cera de los oidos, la pelusa del ombligo, los gusanos que salen por las noches de las tumbas, los púlsares de los hoyos negros.
Porque nos damos cuenta de esa rebelión del orificio que intentamos llenar, y no nos damos cuenta que provenimos del agujero, de la cavidad materna, que fuimos contenido del hoyo, y que el hoyo es la posibilidad eterna de un principio, de una emanación, a veces miasma, a veces alma, otras veces mar, y que todo debe volver al hoyo, por eso en inglés tenemos womb como utero y como tumba...
Yo a veces simplemente nunca termino de trazar el círculo.
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