Yo sé que suspiro de noche,
densos humos de copal,
que viajo entre mangles y lirios
hacia el agua inmortal;
sé que entre rocas insomnes,
con ojos que miran el día,
se oculta mi voz antigua
con la que ahora hago poesía.
Sé que en el tenso rumor
de las cosas que se rompen,
encontré el estretor
de los niños mientras ríen,
a carcajadas, borrachos de infancia,
perdidos entre las coníferas,
acariciados por la neblina,
los niños de la montaña,
de donde está mi canción.
Se qué mi tierra se abre
en caminos ded curvas tan amplias
que parecen líneas rectas
penetrando el horizonte,
junto a los caminos crece la amapola,
en lento y morado baile,
que ensayo en este poema.
M...M...O...O...R...R...A...A...D...O!
Sé que los colores se inventaron en mi tierra
cuando la luz originaria brillo sobre su cien.
Sé que en los ojos de mis mujeres,
se refleja mejor la mañana
abriendo un suave espacio al atardecer,
que llevan la lucha, nacen con el llanto
y por eso su canto
no es imitado ni por el tizón.
Sé además, que sus manos
antes de conocer tacto de hombre
aprenden a acariciar pechos en hilos del mimbre,
sé que tallan sus sueños con finas maderas,
y que hacen altares a almas venideras.
Sé que vengo de un lugar donde se contradice el sueño,
donde la tautología se afirma en cada boca,
la verdad es un baile de dos pasos,
una mirada certera
y un saludo que sólo dan los ancianos.
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