Hacia una crítica estética de la Violencia
Gerardo Flores
Los
poetas, las poetisas, ¿ven más lejos o ven de otro modo? No lo sé, pero
buscando algo que, dicho en el pasado, hablara del presente que nos duele y del
futuro incierto.
Subcomandante
Marcos, En su Segunda Carta a Luis Villoro
En
los tiempos de los que me ha tocado ser testigo, tiempos que haría a bien
llamar: tiempos de transición. Quizás no tanto porque presienta que estamos
abandonando algo para arribar a algo mejor –o peor- sino más bien porque en
nuestro imaginario colectivo opera una confusión para determinar ¿de dónde
venimos? y ¿hacia dónde queremos ir? Nos encontramos como suspendidos entre dos
nadas, parafraseando a Heidegger. Si puedo aceptar que la confusión conlleva
acciones erráticas, y la confusión me impide aceptar de lleno algún principio
moral, religioso o político que pueda poner freno a mis acciones erráticas,
entonces tengo como resultado más o menos el escenario que al menos desde la
última mitad de siglo –como de 1950 a la fecha- ha estado presentándose en las
sociedades occidentales y occidentalizadas del mundo. Un escenario donde la
violencia y el desacuerdo figuran como los principales personajes y parecen
guiar la acción colectiva y determinar la consciencia individual. Todos
podríamos acordar más o menos que tenemos alguna especie de inconformidad
frente al orden de las cosas, o a nuestras propias condiciones, y también
rápidamente podríamos llegar al consenso y decir que la violencia ha
caracterizado todo el desarrollo histórico-social del siglo XX y al menos lo
que llevamos del XXI. Guerras mundiales, levantamientos campesinos y obreros,
carrera armamentista, hambre y miserias globales, instauración y caída de
regímenes autoritarios, en fin, los ejemplos que podríamos abonar a esta idea
son casi interminables.
Tengo
de cierta manera, necesidad de comprender mi época, pienso como Henri Miller
que la confusión es un nombre que le ponemos a un orden que no comprendemos.
Quizás no sea el mundo el que está entregado al caos y a la contingencia, sino
que todos los principios y formas con las que nos hemos acercado a su
comprensión son por esencia confusos. Pero ¿dónde podríamos comenzar nuestra
búsqueda? Desechando de principio que pudiera comprender la actualidad como ‘totalidad’
y acomodarla en unas cuantas categorías, debo admitir que son la multiplicidad
y la pluralidad las que caracterizan las acciones políticas y sociales. La
comprensión tiene como principio identificar sus elementos, aquellos fenómenos
que me esfuerzo por comprender. Pienso que un método adecuado es acercarme a lo
que más ha llenado a mi entendimiento de ricos descubrimientos y ha excitado mi
curiosidad, el arte. Y al menos durante este artículo sostendré la osada tesis
de que la identificación de la violencia social puede darse a través de
entender al arte como crítica social. O para ser más concretos, trataré de
responder estas dos sencillas preguntas: ¿Por qué es necesaria una crítica de
la violencia? ¿Por qué a partir del arte?
Cuerpo y Performance.
Quizás
la pregunta no sea tan ambiciosa, y se pueda responder brevemente, sin tantos
rodeos, pero debo conceder que me gustan los matices. Un admirador de cualquier
tipo de arte debe buscar ante todo el matiz –recuerdo ese legendario poema de
Verlaine (1)-. Si nos permitimos suponer
que el artista es algo así como un individuo ejemplar (o individuos ejemplares)
de determinada comunidad; y si nos atrevemos a aceptar, como tantas veces dijo
Mircea Eliade (2), que el artista anticipa su
época, que en sus haceres ya está virtualmente profesada la configuración
social del mañana, entonces cabe preguntar ¿Pueden a partir de una obra de arte
identificarse los elementos que causan la violencia social? ¿Por qué el arte y
el artista son elementos privilegiados de análisis social?
La
separación del artista del resto de la comunidad política en el sentido de su
valoración ética y estética es una especie de elitismo artificial. Muchos
artistas e intelectuales modernos y contemporáneos han querido romper con las
connotaciones clásicas de arte, con la idea de belleza o incluso de sublime, la
práctica sin embargo ha mostrado que los artistas siguen manteniendo ese aura
como seres de una sensibilidad especial, que son capaces de enriquecer el
desarrollo social porque logran, mediante su arte, poner de manifiesto las
contradicciones del proceso histórico en el que nacieron y viven. Pero esta
intuición es un hecho, lo consiguen ya que, además, tienen el talento para inventar
lenguajes y formas de comunicación nuevos que les permiten ir más allá de los
controles ideológicos y del peso de la cultura. En cierta forma son vistos por
nosotros, intencionalmente o no, como benefactores de la humanidad, supuesto
similar del que disfrutaron los científicos hasta hace poco. Es normal, que
características como libertad, flexibilidad y espontaneidad sean no sólo
deseables, sino necesariamente respetables en un artista. Pero este supuesto es
un artificio y una construcción cultural, como tantas otras que ellos mismos
critican. Así el arte es atravesado por una doble crítica, primero la que los
artistas y sus formas hacen de la cultura y sociedad de su tiempo y segundo de
la autocrítica que hacen de su propio papel. Entonces el arte es un espacio de
comprensión privilegiado porque no se oculta como artificio, al contrario, todo
el tiempo nos muestra sus vísceras, sus elementos constitutivos. Es, pues, más
sencillo identificar sus elementos, los que son del arte mismo y los que capta
de su enfrentamiento con el mundo social.
Tengo,
primeramente, el reto de buscar nuestra obra ejemplar, y curiosamente cuando
pienso en la relación de arte y violencia. Las artes representativas o las
figurativas no me convencen, tampoco los medios literarios, que siempre tejen
una malla entre nosotros y el afuera. Pienso en el arte ejemplar y viene a mi
mente la Performance.
Ante
todo hay que admitir que el presente vivido, que nuestra cotidianidad, es
exposición, apertura al mundo dicen algunos. Yo prefiero el primer término
porque revela una sutil diferencia, la exposición es el estarse mostrando, el
no ser más que aquello que se revela a una vista pero que en cuánto reclama
nuestra atención pasa a ser una cosa distinta. Por eso dije que las artes
figurativas y representativas no servían para entender la violencia, porque
ellas trabajan sobre el mundo expuesto, lo recomponen en un nuevo régimen de
signos, abren todo un nuevo sistema de referencias ahí donde ya había uno
previo. Se parecen más al mundo cultural, que a través de medios técnicos y
simbólicos ocultan la biologicidad, la irreductible carnalidad del estar vivos.
Un arte representativo o figurativo cuenta con la detención del deterioro
corporal, con el ocultamiento de la extenuación cotidiana. Busca de cierta
manera invisibilizar la muerte, precisamente porque la representa. La
mostración no puede poseer representaciones, es precisamente el agotamiento de
toda representación.
Entonces
tengo la responsabilidad teórica de demostrar por qué es precisamente la performance
(del happening y el fluxus no hablaré en este artículo),
el arte que ha sabido captar esta mostración originaria con todas sus
consecuencias y que es precisamente por esa misma captura que la naturaleza de
la performance es violenta. Pero abandonando un poco los tecnicismos
seré más concreto: La performance es un arte violento porque toma sus
elementos del mundo de la vida, un mundo que se presenta como exposición
constante, un mundo que es violento.
Si
bien hay cuatro elementos básicos que la constituyen (el tiempo, el espacio, el
cuerpo del performer presentando –y no representando– y la relación que se
establece entre él y el público), sus límites muchas veces se desdibujan al
cruzarse las disciplinas. Por eso es prácticamente imposible de definir (en
realidad, esta es una de sus características más ricas, la de su no-definición
exacta).
La
performance toma, al igual que nuestras vidas, el cuerpo como vértice de las
percepciones, como grado cero de la percepción. El cuerpo pasa a ser una obra
de arte en sí misma, pero una obra muy peculiar, en la que el cuerpo es todo a
la vez: fin, obra, proceso, práctica y saber, exhibiendo algo que excede, y en
mucho, las posibilidades que ofrecen las palabras, los sonidos y las formas
inventadas o proyectadas. La performance es irrupción porque da voz al cuerpo
de nuevo ahí donde lo habíamos ocultado, primero en nuestra propia consciencia,
lo veíamos como algo distinto a nosotros, como algo que ‘tenemos’ y no algo que
‘somos’. Y después en nuestra forma de vida, porque nos permite atestiguar la
exposición de un cuerpo al mundo, que puede ser en cualquier momento nuestro
propio cuerpo, y en eso comparte muchos rasgos con la violencia.
Pero
¿cómo abre la performance una disposición en el espacio? Pienso de manera
preliminar que lo hace desafiando el ‘contexto’ de la obra, tan importante para
el resto de las artes. La performance es un arte transgresor de tiempos y
espacios, como dijo el artista Gianni Motti, es “estar en el lugar equivocado
en el momento justo.” Es precisamente iniciar una evidencia en el cuerpo,
ejercer una fuerza ahí donde no se la espera. Por eso la performance es tan
difícil de atrapar conceptualmente, como ha dicho Marsha Gall (3): “el performances es el contenedor de
muchas expresiones”. El cuerpo es expresión, problemática y acción.
Pero
tampoco es que la indefinición consustancial sea un pretexto para decir que
‘todo’ pude ser performance, nada más alejado de la intención de este artículo.
Pienso que pueden mencionarse acercamientos que ayuden a comprender lo que una
performance es dentro del campo del arte. Borrando nociones de género y
público, el término "performance" refleja lo que excede a las
manifestaciones culturales esperables y clasificables en categorías que utiliza
sobre todo el pensamiento cultural occidental. Llama a cuestionar las
taxonomías; señala nuevas posibilidades interpretativas sobre y en nosotros
mismos, nodos de nervios, células, sangre, órganos y piel. Esferas de
pensamientos, sensaciones, cicatrices y sentimientos. Nudos caóticos que nunca
nos terminamos de conocer. Carnada o cebo para quienes, mediante la
performance, por ejemplo, nos descolocan, nos ponen en un lugar desconocido, y
nos llevan, a pesar de nosotros mismos, a una situación anterior a todo, a un
llamado antiguo y cavernoso, prehistórico, intuitivo. A veces ritual.
Abyección y Violencia, El Accionismo Vienés.
Günter
Brus, Otto Mühl, Hermann Nitsch y Rudolf Schwarzkogler realizaron, entre los 60
y los 70, performances extremas, en las que sus cuerpos eran sometidos a un
grado de violencia terrible. Frecuentemente fueron llevados a prisión por
períodos breves, acusados de violar las leyes de decencia, y sus trabajos fueron
catalogados como "fuera de la moral". "Muchos se autodestruyen
para autoencontrarse" dice Lea Virgine –autora del famoso libro sobre
Rudolf Schwarzkogler, ‘Body, art an performance’(4)-. Pero ¿quiénes eran
estos accionistas vieneses y qué representan para la performance?
El
accionismo vienés como fue definido por el propio Schwarzkogler era la
mostración última del cuerpo, la búsqueda del ser humano auténtico a través del
paulatino abandono de las leyes de la convivencia y el provecho. Ellos eran
básicamente un grupo de artistas que trabajaban sobre acciones –aktionen --
que estaban en contra de la palabra. Las imágenes del accionismo vienés son
realmente perturbadoras, el propio Schwarzkogler se suicidó arrojándose desde
una ventana como expresión final de un acto nunca completado. Llevando al
extremo lo estipulado por Artaud en “El Teatro y su Doble”(5) el
accionismo vienés pretendía constatar los límites de nuestra presencia, revelar
nuestra irreductible carnalidad ahí donde se oculta. El accionismo vienés jugaba
con la vieja idea de la representación, ya no es la imagen sacada de la
realidad, sino insertada como realidad.
La
violencia mostrada en las performances de los accionistas vieneses a veces
rayaba el grado de indecibilidad. Aún perturban las estáticas fotografías, y
los pocos vídeos que se conservan causan un malestar, una súbita consciencia
del propio cuerpo. La violencia fue tomada como elemento principal debido a lo
que Günter Brus, cofundador del movimiento declaró: “el accionismo no exagera la
realidad, no es una representación, una simbolización de alguna actitud
cotidiana, es esa misma actitud cotidiana sacada de su velo de normalidad,
mostrada como lo que es, una violentación del cuerpo, una violencia
disimulada.”(6)
Los
accionistas vieneses constataron que la violencia nos define todo el tiempo,
que la gran parte de nuestras actitudes cotidianas, fuera de contexto, fuera de
la disimulación del funcionalismo moderno, no son otra cosa que violencia
corporal. El trabajo alienante y repetitivo –como esa performance de Wolf
Vostell- es una forma disimulada de la violencia que nos consume.
De
sí el accionismo es arte, más allá de lo que la academia y otras formas
independientes y organizadas de legitimación han dicho, poco se pude decidir,
remito a la magistral tesis doctoral de José Amezcua Bravo y Noemí Sanz Merino
de la Universidad de Oviedo. Creo que el punto de toda performances es
precisamente la experiencia del límite, la explicitación del límite mismo donde
las disciplinas y categorías se confunden.
Volviendo
a mí inquisición, al justificar el uso de la violencia estética, me lleva a
algunas consideraciones de la violencia como forma de creación, inclusive como
violencia real. Pienso en las recurrentes imágenes de George Bataille que en
varias ocasiones utiliza el símil de la violencia y de la guerra, y no me
parece extraño por tanto que diga: “Al igual que la crueldad el erotismo es
algo meditado. La crueldad y el erotismo se ordenan en el espíritu poseído por
la resolución de ir más allá de los límites de lo prohibido”(7).
De la misma manera que lo erótico, la crueldad y la violencia tienen un residuo
de ese oscuro lugar donde ya no quedan palabras, como hubiera dicho Artaud, el
verdadero teatro de la crueldad sería aquel donde el espectador y el actor
quedaran como encantados en un lugar donde ya no hay guión, por tanto
autor/dios, espontaneidad de la imagen visitada de nuevo, actuación donde el
color ha perdido posibilidades. La imagen de la violencia es una imagen
comprometida con eso que precisamente se aleja del arte: La representación y la
pérdida del aura, sólo nos quedan imágenes, dirá Nitsch, al terminar
la acción y ver como ha quedado su cuerpo magullado por el estilete y la
flagelación. Efectivamente el cuerpo como vehículo testimonia lo que no podrá
volver a repetirse, y eso es el paso del tiempo.
De
ahí la imposibilidad de captar de nuevo lo sublime del Accionismo, como
expresión de un arte del pasado, y no es que haya muerto el arte, sino que la
intensificación máxima de lo que representó el Aktionen (la violencia
como soberanía) tenga hoy, que quedar reducida a la escultura de lo que alguna
vez fue real: “El deseo que tenemos de consumar y de arruinar, de hacer una
hoguera con nuestros recursos y de forma general la felicidad que nos da la
consumación, la hoguera, la ruina, esto es lo que nos parece divino, sagrado y
lo que determina en nosotros actitudes soberanas, es decir, gratuitas, sin
utilidad, que no sirven más que para lo que son, sin subordinarse jamás a resultados
ulteriores” de nuevo Bataille.(8)
Violencia Estética y Violencia Real.
“La
actuación lucha con la política", dijo alguna vez el director y productor
argentino Ricardo Bartis en una entrevista de la revista Clarín (9),
acerca de las modificaciones que fue sufriendo el teatro, "se ha ido
generando una situación confusa porque hoy todo es actuación, campo de
representación. (...) Uno acepta, por supuesto, el fenómeno de la televisión,
la irrupción del campo de la imagen de manera permanente, la idea de la multiplicación,
la idea de que algo es verdad y al mismo tiempo es mentira, el ver en presente
algo que parece que está ocurriendo acá pero en realidad es allá... Uno acepta
todo, pero se modifica la percepción. Entonces, el arte del actor, que antes
tenía el lugar privilegiado de crear desde la mentira un campo
poético-ilusorio, cuando la mentira circula extendidamente en el campo de lo
cotidiano, se debilita, padece". ¿Será entonces la performance la única
capaz de mostrarnos aquello que tiende a ocultarse, de levantarse triunfante de
las formas y modos de cómo ha funcionado la política?
El
accionismo vienés tuvo gran impacto, no sólo estuvo presente en los movimientos
estudiantiles de 1968, sino que su planteamiento entero, como ha definido
Piedad Solans en su libro “Accionismo Vienés”(10) era en sí mismo: “un
feroz ataque a la sociedad burguesa y especialmente a la Viena de postguerra,
con todas sus secuelas monárquicas y militares, desde planteamientos
psicológicos –el arte como terapia y liberación de las represiones sexuales,
tanáticas y agresivas– y revolucionarias –el arte como política, es decir, como
transformación del mundo, dentro del contexto ideológico de las revoluciones de
mayo del 68, que conmocionaron Europa y Norteamérica.”(11)
Coincido
en sobremanera con Piedad Solans cuando afirma, frente a la primera impresión
que se pueda tener, que no se trata de un arte postmoderno. Éste se presentaría
tan sólo como testigo del fracaso de los proyectos revolucionarios del
romanticismo y la modernidad. En cambio, los artistas de «resistencia», como el
Accionismo Vienés, fueron los últimos artistas modernos. Pienso que de la
performance como fue practicada por los accionistas puede decirse que son los
agónicos movimientos de un arte que está muriendo, acciones desesperadas que
intentan escapar al ya mercantilizado arte de las vanguardias. Si las
vanguardias artísticas son consideradas por muchos como el tercer romanticismo,
estos movimientos artísticos son su agonía, y con ello su degradación. De ahí
que mantengan muchas de sus actitudes y de sus principios y por esto
mismo, sobre todo, de sus paradojas. “El arte de resistencia ya no es ese
“grito” al límite –insiste Solans–, sino el silencio de lo que atravesando el
límite, ha vuelto”.(12) En este mismo texto la autora les denomina terroristas,
pero no comparto esta matización, cuando afirma que lo son en tanto que
intentan desenmascarar las ideologías de la realidad. Matizaría precisamente en
que lo son porque cierran el círculo del poder con más poder: la decisión de la
acción es la voluntad de un «yo» individual, un «yo resisto», sí, pero también
un «yo ataco», un «yo impongo»: “en este sentido la voluntad del artista es una
voluntad que se ejerce contra el poder…, que surge del poder y que es, a su
vez, poder” dijo Nietzsche no recuerdo en dónde(13). Quizá la paradoja está, como
señala Luís Álvarez-Falcón, en que no hay emancipación sin violencia: “si
alguien se emancipa de su “alienación” lo hace adquiriendo el derecho a
comportarse igual de mal, por lo menos, que quienes le han alienado”.(14)
Ahora
puedo entender que Adorno no se equivocaba, el arte después de Auschwitz era
imposible. Pero sólo si entendemos el arte como sublime. El cinismo del que el
Accionismo hace gala no es más que la continuación de la misma voluntad de
poder que nos llevó a aquello. Sus performance nos quieren hacer creer
que son la auténtica experiencia estética, pero tanto la forma como el
contenido de estas acciones son para y por la violencia. Ésta es el verdadero
fin y no sólo el medio, el arte es sólo la excusa, la herramienta que consigue
sublimarla. No se trata de un arte comprometido políticamente, como lo
profetizó Benjamin, sino de una nueva forma de ejercicio de poder violento
estetizado. A veces he llegado a pensar que es un perverso ejemplo de
aplicación de la normativa estética al mundo real. La acción propuesta, al
romper definitivamente con el arte como aurático, consigue, además, acabar con
la idea misma de gusto. No me parece exagerado entonces afirmar que se reduce
la experiencia estética a experiencia ‘exitosa’, logrando llevar al límite la
brecha abierta por los vanguardistas. A través de su intención de registrar
visualmente sus acciones producen la estetización de la realidad, esto es,
convierten la realidad en virtual. Todo lo contrario que moralizar la realidad,
lo que se hace así es permitir la extrapolación a la realidad, no sólo de
valores estéticos sino de sus juicios.
Si
el punto de esta crítica es y será caracterizar algún arte como recinto
privilegiado de cierta mostración, la performance como fue practicada por los
Accionistas Vieneses tiene un trono indiscutible. No es sólo la inversión de la
imagen del mundo (como en las artes representativas y figurativas) en una
imagen dentro del mundo, sino además es la captación de los componentes
primarios de toda vida en sociedad. La condición última del performer
era no utilizar nada que no estuviera a la mano, nada con lo que no hubiera una
familiaridad. No es violencia lo que generaban los accionistas, es precisamente
que mostraban que toda generación social se puede extrapolar en violencia. En
este sentido, y sólo en este, la materia prima de toda performance son nuestros
comportamientos sociales, aquel ethos del que tanto hablaban Weber y
Echeverría.(15)
Pero
la performance traza los límites de la violencia estética (como legítima, como
creativa) y la violencia ilegítima de otros actores sociales. Recuerdo lo que
el músico y performer Stockhausen declaró en torno a los atentados del 11 de
Septiembre. Para él a pesar de lo condenable moralmente de dichos sucesos,
podían verse como la mayor performance del siglo XXI. Pero si ya había
insistido en que la performance es el reconocimiento, la puesta en evidencia
del límite, es precisamente su utilización de la violencia lo que nos permite
reconocer esa violencia mediática y cotidiana a la que estamos sometidos a
diario. A pesar de todo el montaje televisivo que se pudo hacer, en tal caso
sólo se lo podría catalogar como snuff movie. La violencia mortal
junto con la opresión y la tiranía, que son sus armas, sólo poseen
justificación filosófica en cuanto representaciones estéticas: dadas a nivel
existencial no son una questio sino un factum. Como cuestión
de hecho la violencia real es sólo accidental y sólo puede ser considerada de
dos maneras: en cuanto acción irruptiva y constante del simbolismo de lo
consabido o en cuanto decisión absolutamente solipsista librada a la
responsabilidad de un sujeto. Entonces, ¿puede la actitud artística o el
objetivo político legitimar la violencia real? ¿No se tratará, más bien, de un
arte que legitima la violencia por el arte mismo o, incluso, por la violencia
misma? El espectador de la performance se reitera la pregunta: ¿Hasta dónde?
Justo aquí es cuando el Accionismo presenta o plantea las cuestiones éticas por
sí mismas: la imagen ya no es sacada de la realidad sino que es insertada en
una realidad.
Así
el performance vive con la paradoja de una sociedad que se representa a sí
misma y ellos al representar esta representación anulan cualquier posibilidad
de fingimiento, queda la experiencia desnuda, la turbación originaria, la
angustiosa y sin embargo gozosa forma de vivir y sufrir el cuerpo.
El cuerpo del delito, performance en México.
Después de estar
en otras latitudes y acercarme a entender lo otro, las manifestaciones
europeas, al menos una de ellas, de lo que es la Performance, es siempre
necesario aterrizar en mis tierras. Sin ningún ánimo de filosofar entorno a la
cultura mexicana, o especular de la superioridad, originalidad, o inferioridad
de su arte en el sentido de la performance, busqué alguna referencia confiable
para un arte que en sí mismo es ahistórico. ¿Cómo comprender la performance en
México sin tener noción de sus antecedentes? ¿Es siquiera posible o deseable?
Sin profundizar mucho en estas preguntas dirigí mi mirada a Maris Bustamante,
artista de la performance e investigadora del arte no-objetual, que hace poco
más de una década intentó trazar una breve historia de esta arte en México,
para la revista Generación en su
número 20, del año 1998
Entre sus
orígenes Bustamante señala el movimiento estridentista de Manuel Maples en
1920, y los tés locos organizados por Sánchez Fogarty entre 1939 y 1959. No es
que se considere a esto performance, pero es en México una especie de
rompimiento del arte oficial y elitista que caracterizó el proyecto cultural
vasconcelista. “En los años sesenta proliferaba un espíritu de exploración en
el mundo de las artes plásticas -escribe Bustamante- en la música, el teatro,
la danza, la fotografía, en fin, en las artes todas. Se daba un quiebre
conceptual, los artistas no aceptaban las fronteras que los aprisionaban y
empezaron a romper con los límites impuestos. Querían fusionar el arte y la
vida. Eran tiempos de cambio, de rebelión, de búsqueda. Se rebelaban contra el
mercantilismo. Privilegiaban el proceso de creación frente al objeto
resultante. Buscaban la inmaterialidad del arte pues se negaban a producir arte
como objeto decorativo. Asimismo muchos artistas volvían la mirada hacia la
cultura popular para nutrirse de ella: los merolicos, los chamanes, las
procesiones, la carpa, los curanderos y el circo fueron importantes abrevaderos
del performance en nuestro país.”
La figura quizás
más emblemática en la performance mexicana es la de Alejandro Jodorowsky y su
“Efímero Pánico”, que planteaba romper con la narratividad del teatro
tradicional y proponer la simultaneidad como la forma temporal de sus acciones.
El choque de Jodorowsky con el MURO (grupo de ultra-derecha mexicano) pone en
relieve lo que abordaremos en uno momentos más. No es aquí el lugar para hacer
una descripción de los ‘pánicos’ de Jodorowsky, pero recomiendo al lector que
revise al menos, el del teatro Ureta de 1966 y el de la ‘crucifixión de la
gallina’ de 1967, donde fue interrumpido por los granaderos.
En esta misma
década Juan José Gurrola introduce el arte
polaroid, el land art, el arte cinético y el domestic art a las prácticas del arte no-objetual mexicano. Durante
esta década incursionó con lo más reconocidos escritores y artistas plásticos
de México, tales como Carlos Monsiváis y el mismo Jodorowsky.
Pero llegamos al
ya emblemático 1968, es en este año donde los trabajos iniciados por Gurrola,
Jodorowsky, Ehrenberg y sobre todo José Luis Cuevas y su generación de la
Ruptura, cobran relevancia política, y relevancia también para este tema.
Pasados los eventos funestos de ese año los artistas cobran conciencia de su
función como críticos sociales, como rebeldes, como disidentes y comienza la
intrincada historia de los colectivos artísticos en México, una idea tomada de
Duchamp. En los setenta los artistas retomaban el principio duchampiano y
reflexionaban sobre el arte mismo: la idea desplazaba al objeto. El proceso de
creación y conceptualización cobraba primacía. El arte conceptual o arte
no-objetual culminaba el proceso de desmaterialización del arte. En 1971, en la
Tribuna de Pintores se hablaba ya de arte en la calle, arte efímero y trabajo
en equipo. En 1973 Felipe Ehrenberg presentaba en la Galería José María
Velasco, la exposición y acciones Chicles,
chocolates y cacahuates donde se autoexponía como parte de la exposición, y
en la sala Manuel M. Ponce de Bellas Artes presentaba Variedades garapiñadas. Ese mismo año, Carlos Finck, José Antonio
Hernández Amézcua y Víctor Muñoz se presentaban en la Manuel M. Ponce de Bellas
Artes con A nivel informativo,
arte-proceso, arte objeto, instalaciones y acciones callejeras. A fines de esta
década inicia la llamada Generación de los Grupos, de la que los performers
actuales son herederos.
No es mi
intención dar una exposición detallada de la performance en México, lo
importante es entender que este movimiento se planteó todo el tiempo como
contestario de las políticas conservadoras del arte mexicano, primero del proyecto
nacionalista de Vasconcelos y después del México dictatorial de Díaz Ordaz y
Echeverría. Interviniendo más allá de las fronteras consagradas al arte, la
performance se fue dispersando en las décadas de los ochentas y setentas, hasta
anquilosarse como una expresión libre, aunque ya no sabía de qué se liberaba.
La primera
década del siglo XXI se ha caracterizado por una profunda inestabilidad
política y social por un lado, y por una consagración casi ritual de ciertas
instituciones del Arte tales como el JUMEX, CONACULTA, FONCA, y similares, que
pretenden abarcar y definir los espacios de arte por medio de premiaciones, becas
y apertura de espacios. Esta política de un arte neoliberal,
institucionalizado, formalizado (en el sentido de que otorga permisos y
concesiones), y sobre todo productivista. A los becarios y beneficiarios de
estas instituciones se les obliga a presentar sus ‘productos’ (ese es el nombre
que viene en la mayoría de los manuales de becarios culturales) cada
determinado tiempo. Pretenden a su vez uniformizar y subsumir la creación bajo
la producción. Hijos de una industria cultural que vio su albor a principios
del siglo pasado y que ha perfeccionado sus métodos, los expertos del arte en
México han logrado producir a los artistas más caros y reconocidos de toda
lationamérica, como es el caso de Gabriel Orozco, cuyas ‘instalaciones’ y
‘artes objeto’ rayan el lo ridículo, en la pompa vacua, o en la llana
exageración; Francisco Toledo y su imitación innoble de técnicas tradicionales
combinadas con problemáticas de la plástica actuales, un eclecticismo que no
pasa de ser interesante; Arturo Rivera quien se asume como el sucesor del
naturalismo mexicano, y con sus pinturas hiperrealistas curiosamente reproduce
la ideología de Vasconcelos de elevar los temas mexicanos al rango de
universales. En la danza hemos visto consagrarse la gran mafia del ballet de
Amalia Hernández. En fin la lista es grande, en la escritura tenemos los casos
emblemáticos de Paz, Fuentes, Monsiváis y actualmente Jorge Volpi y Roberto
Bolaños. Escritores como Mario Bojorquez, Alfredo Carrera, Fernando del Paso,
se mantienen muchas veces al margen, pero coquetean constantemente con esta
industria cultural. Al punto que quiero llegar es señalar que el arte en México
está polarizado: por un lado tenemos a la industria cultural y sus concesiones,
premios y becas de apoyo ‘gubernamental’, que han llegado inclusive a financiar
movimientos artísticos que públicamente se asumían como anti-sistémicos. Y por
otro lado está el arte underground, independiente,
urbano, alternativo, o cualquier adjetivo similar que se le otorgue, que se
caracteriza por una baja calidad (debido a la falta de recursos económicos, a
la falta de preparación y formación de sus artistas, entre otras condiciones
demasiado concretas), por ciertos eventos que más parecen ocurrencias, y por un
afán demasiado acentuado en ser originales, sin importar quizás, las
estructuras o arquitecturas estéticas que defienden, a veces sin conocerlas si
quiera. Es usualmente un arte de ‘contenido’ y a eso se remite.
No quisiera
absolutizar, hay siempre espacio a la diferencia, pero la condición del arte en
México tiene como principal problema la conciliación de estos dos polos. El
caso de la Performance no es distinto. Mientras institucionalmente la
performance nos ha estado viniendo del extranjero, ¿cuántas performances
extranjeros no vemos en las galerías y patios de los museos oficiales? Como si
sólo los artistas extranjeros, y esto muestra nuestro reincidente malinchismo,
tuvieran derecho a manifestar su diferencia. Y los performes independientes,
pertenecientes a pequeños colectivos, que asisten sin apoyo de nadie a
festivales internacionales, y que están atentos a la vida internacional del
arte.
La ciudad en
donde vivo es un escenario privilegiado de esta dramática oposición, con los
festivales más caros y suntuosos de la república, y los festivales menores,
ignorados, que hacen trastoques con la hibridación.
Éstos últimos se
han caracterizado por una crítica constante a la inestabilidad social del país
en las últimas dos décadas, formando quizás los grupos más interesantes de este
arte: 19 Concreto, Hiperión, La Cuerda, Inseminación Artificial, Cartucho
Catorce, Agencia de Performes y risas grabadas, y en el norte del país con las
pioneras que acusaron la situación de la mujer y los feminicidios, Gina y
Marcela. Emblemático en este tema sobre los feminicidios es el trabajo de
Lorena Wolffer, una artista performer de Ciudad Juárez, quien ha tenido que
abandonar en varias ocasiones la ciudad debido a las amenazas por parte de las
organizaciones criminales. Con una vocación descentralizadora, desde el 2002,
se llevan a cabo anualmente, los Encuentros Internacionales de Performance, en
Mérida, Yucatán. En mayo del 2003 se realizó en la Universidad Autónoma de
Querétaro el encuentro “Re-considerando el performance” organizado por Lorena
Wolffer.
En junio del
2003 Víctor Muñoz y Elvira Santamaría organizaron el evento Acciones en Ruta,
con talleres y conferencias que concluyeron con la presentación de acciones en
distintos puntos de la ciudad de México. A bordo de un autobús urbano un grupo
de performanceros viajó durante dos días de un sitio a otro para intervenir con
acciones algunos espacios públicos. Participaron artistas de México e invitados
extranjeros. También aquí el evento funcionó como sitio de reunión para
artistas de diferentes generaciones y con distintas propuestas. En Mayo del
2004 el colectivo funciónvariable,
que inició Fernando Fuentes en la ciudad de Houston, Texas, retomó algunos
lugares del sistema de transporte colectivo metro como plataforma para acciones
que buscan primordialmente la interacción con el público y usuarios del metro.
Muchos artistas han vuelto a salir a las calles y espacios marginados para que sus
acciones tengan una repercusión directa en el público, retomando el compromiso
del arte en un ámbito más amplio de la sociedad pero sin las pretensiones
mesiánicas de un arte político. Un ejemplo de esto es el trabajo que realizaron
algunos miembros del colectivo Les
Petatiux, integrado por Katnira Bello, Fernando Fuentes y César Cortés,
entre otros, armando casas para niños de la calle con los residuos de los
pendones de plástico utilizados por los partidos políticos. Este tipo de
proyectos intenta que desde el arte acción se tienda un puente hacia un
activismo cultural comprometido.
El escenario a
partir de este surgimiento de performes en México, y sus treinta años de
Historia, encuentra un México polarizado, no sólo en los espacios del arte,
sino en su sociedad. Hay una división, los activistas, que podemos ver incluso
participar en los mítines de Andrés Manuel López Obrador, La gira por la Paz de
Javier Sicilia (quien en su acto de ‘besar’ y ‘la república amorosa’ retoma
mucho de lo planteado en los performances de Ehrenberg en los 80’s), e
inclusive con el EZLN en sus conferencias y giras por todo el país. Frente a lo
que se podría considerar del artista, los performes han sido aquellos más
comprometidos y atentos al desarrollo social y cultural de México, siempre
sobre el filo de la frontera, como pensaron los accionistas vieneses, siempre
con ese espíritu romántico de renovación, muchas veces de aniquilación, tan
necesarios para una cultura en decadencia.
En este artículo
quise darle espacio y voz a estos artistas anónimos, ocultos tras sus
colectivos, diseminados por el país, confundidos entre las marchas y protestas,
ya sea que reciban becas o que ‘boteen’ en los cruceros, que hagan bienales, o
que se reúnan en casas abandonas y canchas deportivas venidas abajo. Si uno
quiere entender la reacción que la comunidad estética ha tenido a las
transformaciones de México, la historia del performance, y el performance
actual, sea bueno o malo si es que caben estas categorías, es un punto obligado
de análisis.
______
BIBLIOGRAFÍA Y REFERENCIAS.
(1) Paul Verlaine, Poemas Saturninos Ed. Bruguera. España 1998.
(2) Mircea Eliade, El Mito del Eterno Retorno, Ed. Emecé, Buenos Aires, 2001, Trad. Ricardo Anaya
(3) Estudios Avanzados de Performance, COMPILACIÓN, FCE, México, 2001. Artículo de Martha Graham p. 143-205.
(4) Lea Vergine, Body, art and performance, Ed. Skira, USA. 1974. Las traducciones que aparecen dentro del texto son nuestras.
(5) Antonin Artaud, El Teatro y su doble, Ed. Sudamericana S.A., Venezuela, 2004.
(6) Conferencia de Günter Brus en 1978, en el Guggenheim de Berlín. La referencia la hace Lea Vergine en el libro citado, p. 34.
(7) George Bataille, El Erotismo, PDF:
(8) Op. Cit. p. 145.
(10) Piedad Solans, Accionismo Vienés, Ed. Nerea, España, Madrid, 1999.
(11) Op. Cit. p. 12-13
(12) Ib. p. 28
(13) En realidad lo dijo en "Voluntad de Poder" pero no tengo la página exacta.
(14) Luis Álvarez-Falcón, «El mal: perspectivas filosóficas», en Debats, nº 82, 2003, pp. 110-115, cit. p. 115(15) En la obra de Max Weber se lee particularmente en la introducción de su libro El Espíritu del capitalismo y la ética protestante. Mientras en la obra de Bolívar Echeverría se ha tocado en varios puntos, particularmente en su texto La Modernidad de lo Barroco. No citamos de alguna edición o traducción en particular.
2 comentarios:
Hola cómo estás?
Soy estudiante de artes plásticas de la universidad Nacional de Colombia y estoy haciendo un documental sobre arte y ética, me gustaría saber si puedo hacerte una entrevista, quizá virtual, me interesa mucho tu escrito acerca del accionismo vienés. Gracias!
Hola cómo estás?
Soy estudiante de artes plásticas de la universidad Nacional de Colombia y estoy haciendo un documental sobre arte y ética, me gustaría saber si puedo hacerte una entrevista, quizá virtual, me interesa mucho tu escrito acerca del accionismo vienés. Gracias!
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