El
Terror Kantiano
“El
verdadero misterio es el símbolo”
-Paul
Ricouer-
Hambriento
de experiencias nuevas, a mis quince años encontré un curioso libro
en la biblioteca de mi entonces preparatoria, el libro se titulaba
incitantemente La
Flores del Mal,
el autor, un tal Charles Baudelaire. Inclinado como estaba, hacia
todo lo referente a la maldad, a lo oscuro y a lo aberrante (quizás
por exceso de lecturas de Poe y de Byron) me llevé el libro a casa.
Bastó una primera leída a la Advertencia
al Lector
para darme cuenta de que me encontraba ante una nueva manera de
entender la belleza. Empezó una obsesión que definiría el rumbo no
sólo de mis estudios poéticos, sino de mi mismo estar en el mundo:
La obsesión por el fenómeno literario llamado Simbolismo.
Este
ensayo que escribo ahora lo hago a través de una relectura que he
hecho –ya sin el ímpetu de muerte y autodestrucción que tenía a
mis quince años- recientemente de los poetas que inauguran la
moderna poesía occidental. Quien señale que fueron más bien los
Románticos, o el norteamericano Walt Whitman los responsables de
dicha inauguración, deberán entender que en el caso de los
románticos se trataba de la antítesis del neoclásico. El
romanticismo a pesar de diferir teóricamente con el arte que lo
había precedido, persigue estados de creación que se basaban más
en las intuiciones del individuo, formalmente no se separó de la
“forma y armonía” de composición que se había utilizado
durante el Neoclásico. En cuanto a Walt Whitman, es evidente que la
mayor parte de los simbolistas lo leyeron, en especial Valèry y
Rimbaud, por lo que podría considerarlo un precedente más o menos
próximo (unos escasos 10 años) pues Canto
a Mi Mismo
se publica en 1855 y los Poemas
Saturninos
de Verlaine no se publican sino hasta 1866, pero no pertenece a la
estética del símbolo inaugurada y defendida por Verlaine. Más bien
podría situarlo como antecedente de la poesía moderna inglesa
específicamente.
Debo
confesar que mi intención no es la de dar un erudito pasaje por la
historia del Simbolismo, discurriendo entre el decadentismo, el
futurismo y el modernismo. No pretendo, al menos en este ensayo, ser
una referencia para el entendimiento histórico-artístico del
Simbolismo. Mi intención se avoca a una tendencia que me ha
inclinado en torno a lo que leo de unos años para acá: El asombro.
Los Simbolistas fueron los primero poetas que me hicieron descubrir
esa sensación, o más bien, reconocerla. Sin embargo eso no me exime
de hacer una contextualización del mismo.
El
Simbolismo puedo ubicarlo entre 1867 año de la muerte de Baudelaire
y 1916 año de la muerte de Rubén Darío. Ambas fechas – para
hacer más énfasis – son simbólicas. Baudelaire no fue un
simbolista, más fue el último de los románticos negros, traductor
de Edgard Allan Poe y admirador de Lord Byron, su literatura está
permeada aún de romanticismo, es inescindible de ese movimiento.
Quizás lo que lo separa un poco es el Spleen
en París.
Marco como fecha simbólica su muerte porque Verlaine había
publicado un año antes sus Poemas
Saturninos
donde viene el célebre Arte
Poética
y Baudelaire mismo había declarado que ese sería “el siguiente
gran paso de la poesía nacional (francesa)”, es el mismo Verlaine
quien lo reconoce en su
Court
Des Poètes Maudits.
Pero el Simbolismo siempre estuvo a la sombra de Baudelaire, tuvo
éste que morir, para abrir paso a una serie de poetas que estaban en
primera instancia en una lucha contra la moral burguesa de la época
(influencia clara del marxismo y nihilismo vitalista) y por otra
parte en contra de la “formalidad del arte” que Valèry acusa
inclusive en el mismo Baudelaire. Aunque Baudelaire no haya sido en
estructura y estética propiamente un simbolista, en actitud ética y
lucha artística fue el primero de ellos, claro si no cuento a Gerard
de Nerval, pero daré preferencia a Baudelaire por su carácter
paradigmático. La muerte de Rubén Darío es la otra fecha simbólica
que marco como final, al ser el último de los Simbolistas en morir y
el de mayor impacto en las literaturas de otros países. Realmente en
América poco se sabía de Mallarmé, Verlaine y Rimbaud, no serían
leídos con más atención sino hasta los 40’s y 50’s del siglo
siguiente. Tentado estuve a implicar la muerte de Guillaume
Apollinaire (1918) como fecha “simbólica”, pero Apollinaire no
se mantuvo fiel a las propuestas simbolistas durante toda su vida, a
diferencia de Darío. La fecha simbólica de la muerte de Darío, es
un reconocimiento de que los hispanos le debemos a Darío como los
angloparlantes a Whitman, el rompimiento con el peso del verso
métrico y la inauguración del verso libre.
Una
vez ubicado espacialmente el movimiento me hago una primera pregunta.
¿Por qué simbolismo? Los escritos que hay en torno a la defensa del
nombre del movimiento pocas veces están de acuerdo en la postura a
tomar. Con el Decadentismo, el Futurismo o el Surrealismo siempre hay
un manifiesto que defiende las posturas, o un poema que lo define, al
que los subsecuentes escritores más o menos se apegan, sin embargo
en el Simbolismo hay todo el tiempo una contradicción interna en el
discurso, como si cada simbolista recreara el simbolismo. El primer
Manifiesto
Simbolista
porque casi cada Simbolista publicó el suyo a su manera, es el de
Jean Moréas, que se publica 1886, tres años después Moréas funda
la École
Romane
que pretendía acabar con el simbolismo que él mismo había
defendido. Moréas define a la poesía simbolista como: “(…)
poesía que busca: vestir la idea con una forma sensible que, con
todo, no sería el fin en sí misma (…) pues el carácter esencial
del arte simbólico consiste en no ir jamás a la concepción de la
Idea en sí.”1
La idea de Moréas no es más que una ampliación de la idea que
Verlaine ya había publicado por su parte años antes –dicen que
incitado por el mismo Baudelaire- en el prólogo de sus Poemas
Saturninos.
Verlaine declara: “El simbolismo busca expresar mejor la sensación
de un objeto que el objeto en sí mismo…”2.
Se mire de la perspectiva en que se mire, ambas posturas tienen un
acuerdo común, la renuncia de la descripción y la aproximación de
lo real, para una sugerencia. Sugerir es aquí literalmente lo que
refiere Verlaine, expresar la sensación de un objeto. Tendemos a
confundir la “sugerencia” en nuestro vocabulario, con la
definición vulgar de una “opinión indicativa de la posibilidad”.
Eso no es lo que los simbolistas entenderían por “sugerencia”.
Daré
un paso más profundo en mi postura. En la Crítica
del Juicio, el
filósofo de Könisberg, Immanuel Kant, señalaba que hay dos tipos
de operaciones de la razón: La síntesis y el esquema. La distinción
kantiana entre síntesis y esquema desborda casi toda su obra. Al
final la definición de la síntesis, queda como: “la determinación
espaciotemporal de un objeto de acuerdo a un concepto”.3
Mientras que el esquema es la operación inversa, es decir, la
determinación de un concepto para la elaboración de un objeto
espaciotemporal. El esquema kantiano remite principalmente a las
“instrucciones o reglas de producción”. La síntesis remite a la
“reproducción”, a la “imaginación”. La Crítica
del Juicio aborda
más puntualmente un evento que Kant sólo había explorado
superficialmente en la Crítica
de la Razón Pura.
El concepto de lo sublime. Kant explica que la síntesis se origina
de una “causalidad” de los fenómenos, a saber, diversos
fenómenos se nos presentan en el espacio en tiempos determinados que
se concatenan o se ordenan en el entendimiento. A esto Kant lo llama
“ritmo”. Ese ritmo (ese ordenar las cosas de la síntesis) es la
actitud principal del artista, por eso Kant dedica gran parte de la
Crítica
del Juicio, al
análisis de la “comprensión estética”. La comprensión
estética es el ritmo determinante de nuestras síntesis
(irreductible a las operaciones del entendimiento), pero no es parte
de la síntesis, tampoco es su fundamento (el fundamento son la
intuición y la imaginación), es su fundación, el punto en el que
comienza. Kant descubre además que ese suelo, es decir, la relación
de comprensión estética que el sujeto establece a los objetos de la
aparición, a saber fenómenos, es demasiado frágil, constantemente
se está enfrentando la imaginación a su propio límite, ese límite
es lo sublime. Lo sublime es como diría Deleuze: “el suelo inverso
de la comprensión estética”.4El
fondo absurdo del conocimiento. Ya está declaración es muy fuerte,
no sólo Kant plantea que toda comprensión es resultado de una
actitud estética (en el sentido de sensibilidad), sino además que
toda causalidad es ordenada por el sujeto de acuerdo a un ritmo
interior (comprensión estética) y que hay constantemente fenómenos
en el espacio y tiempo que desbordan nuestra capacidad y hacen
tartamudear a nuestra razón.
Lo
anterior no es mera jerga filosófica para demostrar alguna
erudición, tiene su necesidad. Después de enfrentarse a los límites
de lo razonable, y admitir que la comprensión estética es base de
la imaginación como facultad a
priori, Kant
llama al artista, y es el primero de toda la tradición filosófica
en hacerlo: un ritmador. Si con Kant se inaugura el pensamiento
estético moderno, se debe a este nuevo entendimiento del artista
como único ser creativo capaz de intuir ese “suelo inverso” de
la razón llamado “sublime” y en este sentido Kant ya es
romántico (mucho antes que Hegel). Pero la importancia de sacar a
Kant en este ensayo es en realidad su segunda distinción. Seguiré
explicando: La segunda operación de la razón es el esquema. Ya
expliqué que el esquema son básicamente “las reglas de
producción” de objetos en la experiencia sensible a través de
atributos conceptuales a
priori en
el entendimiento, a saber, imágenes que NO son imágenes. Kant lo
llama “juicio sintético a priori”. Si la síntesis y el esquema
son análogos, entonces el esquema debe también tener un punto
límite, un punto que lo desborde y lo fracture. Kant en la segunda
parte de su crítica se enfoca a este hecho estudiando el juicio
teleológico. El esquema es desbordado por un elemento perturbador,
perturbador porque es un elemento de ocultación, la misma fuerza que
se muestra y se hace patente en lo sublime, opera de manera inversa
en el esquema, crea el símbolo.
Kant
supera la vieja tradición escolástica del nominalismo, inaugurada
por Ockham pero llevada a su máximo esplendor con Bacon. El símbolo
no es el “referirse a una cosa”. Es decir tras el símbolo no
está el objeto. ¿Qué hay bajo el objeto? ¿Formas vacías como
decían los nominalistas? No, Kant adjudica las “formas vacías”
a los conceptos, que tienen necesidad de completarse en la
experiencia. El símbolo ya no es referencia, porque el esquema es un
punto medio entre el concepto y la experiencia sensible. No podría
remitirse únicamente a un concepto, ni únicamente a una experiencia
sensible, al desbordar el esquema, el símbolo lo rompe y sólo queda
una incisión. Si lo sublime es temblor y demostración, el símbolo
es grieta, fallo de la instrucción. El símbolo es una sugerencia.
Volveré
unos pasos atrás. Verlaine apunta en su poema Arte
Poético: “Son
ojos hermosos tras los velos/ un día pleno en temblor meridiano/ en
un en un cielo templado de otoño/ el azul confuso de claras
estrellas.”5
El “son” parece referirse a las palabras, su musicalidad, el
poema comienza diciendo “ante todo la música”. Si el poeta es un
ritmador como dice Kant, entonces el poeta Simbolista logra serlo
completamente. En la poesía occidental se da un lugar privilegiado a
la forma, a saber, la métrica. Viéndolo con ojos kantianos, la
historia de la poesía y el arte en general es la historia de las
síntesis para conseguir lo sublime. Nietszche mismo no se separa de
esto con su distinción Apolo-Dionisio, pues para el descubrimiento
de Dionisio (la fuerza de afirmación del artista) es necesario
Apolo. Aunque Niteszche defienda la música porque según él, se
libera de la representación y pasa a la presentación de la Idea
(idea kantiana no hegeliana), Nietszche olvida que la música para
lograr esto requiere de una estricta formalidad, de aterrizar la
sonoridad, detenerla en su movimiento libre y esquematizarla en una
armonía. Sigue siendo ante todo una actitud intelectualista.
Nietszche no se libera del peso Socrático del arte. La música de la
que habla Verlaine, se escapa mucho de la armonía para entrar en el
ámbito de la sonoridad.
Valèry
contaba a propósito de Mellarmé que un día el compositor Debussy,
mientras hablaban en un café del Barrio Latino, le dijo al poeta que
le pondría música a sus versos, a lo que el poeta contestó: “Eso
está muy bien maestro, pero pensé que la música se la había
puesto ya yo”. La musicalidad perseguida por los simbolistas era
más que la significancia de las palabras, su sonoridad. El ritmo que
los simbolistas, especialmente Verlaine y después Mellarmé y
Rimbaud, descubrieron, permitía superar la métrica que forzaba a
obtener un sonido específico. La superación de la métrica
tradicional, la anulación del soneto y la composición estructural,
hizo una incisión en el poema, la poesía simbolista se desangra de
exceso de significancia. Ese desangrarse no es un exceso arrollador,
porque los simbolistas son refinados, a diferencia de poemas como el
Canto
a Mi Mismo y
en general toda la línea “modernista”,
el
simbolista sabe que debe controlar su hemorragia, sabe también que
el chorro es caudal incomprensible, entonces prefiere el leve goteo,
y el goteo de esa sangre arrancada al poema es el ritmo del poema, su
sonoridad. El simbolista se libera de la necesidad de escoger las
palabras de acuerdo a su rima, y pasa a escogerlas por su ritmicidad.
La
expresión de la sensación renuncia a la descripción, renuncia a
evidenciar el objeto experimentado, el objeto experimentado pasa a
ser un objeto indefinido dentro de la poesía simbolista. El poeta
simbolista abdica al “reconocimiento” del objeto experimentado.
Esto le da a la poesía simbolista y a toda la poesía subsiguiente
su segundo carácter, la posibilidad de romper el lenguaje.
Mientras
el lenguaje común, o de uso común, es enunciativo, a saber,
describe estados de cosas, la filosofía –aún la interpretación
Heideggeriana- sigue hablando entorno al “ser” en el arte. Al
arte como ser, a la cosa como objeto, a la palabra como
significancia. Esa es una actitud discordante con la poesía que
proponían los simbolistas. Para la defensa de su Esencia
de la Poesía,
Heiddegger retoma al poeta romántico Hölderlin, un retomar nada
inocente, en el romanticismo aún hay esta descripción, aunque sea
con el afán de transcenderla y por medio de la experiencia de la
poderosidad originaria (lo sublime), llegar al fondo oculto, a la
“patria”. ¿Por qué Heidegger quien escribe La
Esencia de la Poesía
en 1937 retoma a un poeta de casi más de un siglo anterior? Porque
secretamente intuía la terrible y poderosa destrucción que hicieron
los simbolistas de lo que él defendía como la “esencia de la
poesía”. Pero no descartemos a Heidegger sin más, porque
precisamente su pensamiento encuentra su límite en los simbolistas,
y a partir de ese límite podemos acercarnos a esa propuesta tan
“auténtica”. Heidegger defiende una postura principal, el “habla
y el lenguaje son condiciones del la conciencia”6
de ahí discurre entorno a que la poesía no es un “mero fenómeno
cultural”, sino que es una especie de “primera inocencia
lingüística”. Heidegger señala que el lenguaje es el medio de
conciencia, el hombre sólo puede intuir al “ser en su esencia”
por medio de su conciencia, entonces el lenguaje termina siendo la
casa del ser. Pero el lenguaje que desarrollan las ciencias y la
lógica, sobreentiende al ser, constantemente está determinando y
definiendo: “tal cosa ES tal cosa”. El ser pasa a ser mera
copulación. Heidegger entonces identifica cómo el poeta, que es
casi profético, le devuelve la “verbalidad” al ser. Entonces el
poeta ya no enunciará, sino “dirá” en todo el alcance de la
palabra. La palabra en el poeta toma su verdadera fuerza y
naturaleza. Verdadera porque deja que el “ser sea” y fuerza
porque la experiencia de esa revelación, de ese mostrar al ser en
cuanto que ser, causa una impresión llamada belleza.
Ahora
bien, el simbolismo en su primer gesto supera esa idea. El lenguaje
sigue siendo una síntesis, aunque Heidegger intente escapar de Kant
termina chocando en muros kantianos durante toda su filosofía, creo
que todos los filósofos lo hacen de cierta forma. El lenguaje es una
manera más que de conocimiento, de reconocimiento. La poetisa
argentina Alejandra Pizarnik lo expresa mejor en su poema En
esta noche, en este mundo: “las
palabras del sueño de la infancia de la muerte/ nunca es eso lo que
uno quiere decir/ la lengua natal castra/ la lengua es un órgano de
conocimiento/ del fracaso de todo poema/ castrado por su propia
lengua / que es el órgano de la re-creación / del re-conocimiento”.
Si recordamos Kant definía la actividad sintética como
“reconocimiento”, entonces el lenguaje es la primera actividad
sintética, o mejor aún, toda actividad sintética es una actividad
lingüística, porque los conceptos y las categorías a
priori
fundamentalmente son palabras que remiten a otras palabras. De nuevo
Pizarnik: “¿A dónde conduce la palabra?/ A lo negro/ a lo
estéril/ a lo fragmentado.”
El
simbolismo debió tener un impacto tan grande en el manera de
entender el mundo que Rimbaud acuñó una de las frases más
contundentes para el pensamiento moderno “Yo es otro”7.
Irónicamente la acusación de Lyotard a toda la tradición
filosófica occidental moderna es la de la “apropiación
cognitiva”, que quiere “volver a reducir al Otro en el Mismo”8.
Los defensores tradicionales de la otredad, a excepción de Kant y de
Fichte, todos han sido franceses, Lyotard, Lèvinas, Deleuze,
Bergson, Derrida, todos tienen en común la admiración por los
poetas simbolistas, todos conocieron el rompimiento lingüístico que
hizo el simbolismo, un rompimiento no sólo del lenguaje poético
sino de todo el lenguaje en general, fueron los primeros en
fragmentar al mismo en múltiples otros.
Pero
¿cómo lo lograron? ¿Cómo superaron la mismidad? En primer lugar
mediante el rompimiento de la descripción. La descripción viene de
la “comprensión”, la comprensión siempre es un fenómeno
cognitivo, y todo ente cognoscente se remite a sí mismo como
principio. Recordemos la res
cogitans
de Descartes. Si Verlaine decía que no había que expresar el objeto
sino la sensación del objeto, hace entonces una escisión, se
detiene en el momento donde el Yo percibe, pero el Yo aún no se ha
percibido a sí mismo, para eso requiere el “reconocimiento” de
“aquello que no es Yo”; el Yo sigue suspendido en la mera
percepción. En ese instante se detiene el poeta simbolista y lo
utiliza para expresarse, ese asombro del Yo-Vacío. Ese Yo-Vacío
intenta llenarse, pero al dejar de describir el Yo se desespera, se
desangra en ritmicidad, Entonces ya no se pregunta por el “yo soy”.
Porque la poesía simbolista no es un pensamiento, es un deseo, un
impulso, ¿qué se desea, qué nos impulsa? Siempre un Otro. Si el Yo
quedó vaciado, porque no sintetizó lo percibido, no lo reconoció,
no lo hizo corresponder en una figura precisa, entonces el Yo se
quedó en la pluralidad, ¿qué pluralidad? La pluralidad de lo
percibido, ¿qué se percibió? Las Otredades. Yo es Otro.
Alimentados seguramente por las teorías freudianas, los simbolistas
reconocieron que toda actitud sensible es una actitud volitiva,
voluntad más que de poder, de deseo. El simbolista entonces es el
primer artista deseante. De ahí es fácil entender el por qué de
sus vidas tan caóticas.
No
estoy diciendo en ningún momento que detrás de la poesía
simbolista se encuentra esta inversión ética de la ontología en
plena consciencia, el artista hasta cierto punto es un ser vital, por
lo tanto no se agota en intelectualidad, y sus “intenciones” no
son siempre resultado de “intelecciones”. El simbolista se
adelanta a los intentos que hará la filosofía constructivista y
postcontructivista de eliminar los monismos. O más que adelantarse,
crea el gesto volitivo para poder pensar a partir de ellos. Yo es
Otro es el himno de la “posmodernidad”.
Más
que los románticos, lo simbolistas son los auténticos padres del
pensamiento estético moderno. Alimentados por una pulsión de
constante pluralidad, que muchas veces evocaron en la necesidad de
las “experiencias nuevas y refinadas”, se ahogaron en el beso
amargo del ajenjo y el velo del opio. Fueron de la modernidad, los
primeros en darse cuenta – y esto a partir de Nietszche – que el
sistema de valores morales estaba putrefacto, no había espacio para
la pluralidad, de ahí los decadentistas (que son simbolistas a su
modo) tomaron la figura del andrógino, del ser vacío, del cuerpo
sin órganos que se completa en contacto con la experiencia vital.
En
una de sus cartas José Ortega y Gasset, declara que “toda vida
alemán es falsa, por eso su arte está plagado de fingimiento”, el
romanticismo Alemán proponía una “revaloración” del mundo a
partir de un encuentro estético con la naturaleza. Pero vitalmente
los románticos seguían siendo escritores eruditos, filólogos y
traductores, es decir, gente de universidad y biblioteca. El poeta
simbolista es un renegado, un bohemio enamorado de la muerte, cuyo
impulso vital irónicamente lo impulsa hacia su propia fatalidad, su
propia negación. Es la negación del Yo no tengo esencia. Rápido
todos los simbolistas se alejaron de Dios, de la moral restrictiva,
de la sexualidad genérica, de la vida planeada y se entregaron de
lleno al absurdo. Reconocieron a través del arte, que lo importante
de la vida no es el prestigio, sino la acción, y esa acción tiene
un ritmo, ritmo vital.
El
simbolista como ser vital es un ser rítmico, es un ser que busca su
“resonar” con el mundo. En su ser artístico es un incitador, un
sugeridor. El simbolista hace dos renuncias, la renuncia a la
descripción –venían huyendo del parnasianismo- y la renuncia a la
métrica. Ambas renuncias tuvieron un impacto demasiado profundo que
llevó a la paulatina destrucción del lenguaje -no sólo poético-
una destrucción que los filósofos han percibido con asombro. La
poesía simbolista permitió que el poema superara lo dicho para
empezar a descansar sobre lo expresado. Decir es enunciar, expresar
es sentir. Superaron la contradicción Heideggeriana antes de que el
alemán la pensase siquiera; si la naturaleza del ser es el ocultarse
en el lenguaje, los simbolistas no esperaban “mostrar al ser”,
porque eso es una actitud que quiere hacer que el Ser deje de ser,
para ser-mostrado. El símbolo sugiere, arroja una nueva luz tenue y
sugerente sobre el ser, deja que sea auténticamente,
ser-oculto-mostrado. Lleva al Yo a reconocer que es siempre Otro.
Lleva la existencia a su límite, donde existencia es experiencia,
experiencia de la decisión. Kant tuvo que esperar al final de su
vida para admitir lo que los simbolistas descubrieron en su juventud:
que toda razón es práctica y conduce a una pretensión de verdad,
de validez, porque descansa en un conocimiento de apariencia general,
sin embargo debajo de esto descansa una comprensión estética, que
nos lleva al entendimiento del ritmo íntimo de nuestra comprensión,
no el ritmo impuesto por un sistema, ese ritmo se tambalea y descubre
lo sublime. Si de nuestra experiencia racional con el mundo hacemos
síntesis y esquemas, de nuestra experiencia imaginaria con el mundo
hacemos símbolos. Superando a la imaginación sólo queda el sueño,
aquello que se nos muestra como paroxismo sin revelársenos
completamente. El sueño devenido de la embriaguez romántica, es un
adormecimiento de la razón para un despertar de la sensación, de la
percepción pura. El simbolista sabe, como dice Valèry que “lo más
profundo es la piel”.
1
De Villena, Antonio. “Poesía Simbolista Francesa: Introducción”.
Ed. Gredos España, 2005 p.20. Cito a De Villena y no al mismo
Moréas porque es suya la traducción del manifiesto para la
introducción del libro citado.
2
Verlaine, Paul “Antología Poética”. Ed. Bruguera, España
1972. P. 13. La Traducción del fragmento citado pertenece al
estudio preliminar que hace Luis Gaurner a la Antología.
3
Kant, Immanuel “Crítica del Juicio”. Archivo PDF.
www.philosophicus.ar/juicio/html.
p. 56.
4
Deleuze, Gilles. “Cuatro Lecciones Sobre Kant”. Edición
Electrónica de www.philosophia.cl/
archivo hallado en www.deleuzeencastellano.ar.
Toda la interpretación de la bifurcación esquema/síntesis con
sublime/símbolo corresponde a este texto.
5
Paul, Verlaine. “Antología Poética”. Ed. Bruguera, España,
1972. Traducción Luis Guarner.
6
Heideger, Martin.”Hölderlin o la Esencia de la Poesía” en
“Arte y Poesía” Compilación y traducción de Samuel Ramos.
CFE, Breviarios. 2007, México,p. 111
7
Aunque muchos atribuyen esa frase a Gèrard de Nerval, pues en 1859
la escribió bajo una foto que se tomó en un parque (je suis
l’autre), la frase ha sido estudiada desde la carta que Rimbaud
escribe a Georges Izambard en Cheville, 13 de Mayo de 1871, donde la
frase viene compuesta Je est un autre.
8
Lyotard, Michel. Discurse et Figure.
Archive encontrado en www.letrespensesouvre.fr.org,
la traducción del fragmento es mía.
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