A Pablo Neruda
III. Plenitud
¿Quién me entregó este sol, quién trajo el día
a la redonda fuente de su historia?
¿Quién les dio otros cristales a mis ojos
y un agua de quietud tendió en mis sienes?
Ahora ya sé que aquel latir de pausas,
aquella estrella de apacibles labios
nacieron a las puertas de tu aroma
para enlazar mi frente con el cielo.
También las nubes abren su memoria,
cansadas de contar mares y abismos
y bajo el sol que augura el mediodía,
son colinas de dulce metal ebrias
que esperando a un dios joven se estremecen.
En su cumbre movible está el silencio
como un árbol frondoso, mientras gime
a sus pies un presagio de cadenas;
y a su sombra transida, tu presencia,
la perdurable unión de tu regazo,
nacido para alzar sus tenues frutos
a este lejan arco de mis venas.
El cielo y nuestros pasos por la tierra
¡qué inalterable esclavitud de espejos!,
¡qué plenitud, qué edad tan sosegada
para vivir en el umbral del llanto!
Ahora ya sé que el mármol y la sangre
se funden sólo entre los secos mares
de un planeta que nunca entró en el tiempo;
en sangre y mármol desperté al olvido
arrodillado sobre dos espigas
que acariciando mi recuerdo viven
y abrirán mis cenizas una tarde
para encontar su origen, su descanso.
Juan Rejano.
1 comentario:
Al parecer esa gente de antes tenía una simbiosis mayor con las palabras, y con los mundos antes de las palabras. Puesto que, para una mente de estos tiempos la expiración de los vocablos, seguro era algo similar a un exhalar en rojo vivo de la fragua. No sé, en verdad es como estar frente a una piedra roceta, a la cual se le pueden sacar múltiples significados. Realmente me ha gustado. Gracias por compartir esto Décimo.
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