Se me borran los nombres, los lugares
y siento como un niño la sospecha
de hallarme solo en una selva muda.
¿Por qué veredas ágiles
volver a lo entrañable, al aire, al río
a los álamos blancos, al amigo
que aun guarda su esperanza tras la muerte?
¿Cómo llegar sin duelo
al olvido y al pájaro, a la torre
que ensimismada su esbeltez envuelve
en las alas de miel que abrió la tarde?
¿Cómo, cómo anudar el hilo mágico
si de tanto apretarlo entre mis manos,
desorbitada estella, se me escapa?
No somo más que sangre evenenada
por la lengua del tiempo
que sólo a la distancia nos sonríe.
Aquel lejano instante
que, resplandor sin tregua, quedó abierto
en la cima del alma,
podría tornar si el alma otra vez fuera
agua virgen, candor de rosa y alba.
Mas ¿quién podrá aventar esta ceniza
que ya sube a sus labios?
¿En qué augurio esconder tanta ruina
si su cristal ahigó ya los destellos
y desdeña el milagro designado
que no pone en lo inerte transparencia?
Sería tan hermoso
sentirse tras el muro de la muerte
y ver pasar desde lo oscuro y frío
las dulces horas otra vez cantando.
Juan Rejano
1 comentario:
Perfecta la descripción del abandono, del deshabite en un cuerpo sin luz; en un ente ya sin esperanzas. Existencial hasta las chanclas, pero hermoso dentro de toda su tristeza.
Saludos.
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