lunes, 19 de octubre de 2009

A Las Afueras de Dios.

II
Tengo el rostro de todas las personas y ante los espejos y los charcos el rostro propio es impreciso. Miro esos ojos vacíos por las calles, vacíos de tanto mirar a la nada, absortos en sí mismos y cada rostros es para mí, como dice Lévinas, la advertencia de la desaparición próxima de su semblante y su figura. Más aún, cada rostro es una llamada de auxilio, esos ojos secos, donde la muerte se fermenta, piden ayuda, no sé si la mía, no sé si la de Dios que ya se ha ido, o la de alguno de esos “especialistas” en problemas del alma. El caso es que no puedo fingir más que no me importan, porque todas esas caras, son la propia y me pregunto temerosamente por las noches, si no llevaré yo la misma señal de auxilio grabada en las pupilas.

3 comentarios:

Reptante dijo...

Curiosamente en mi comentario anterior llegué sin leerlo, hasta esta parte de los estigmas y los reflejos. Así las cosas, así la vida; habrá qué, imperiosamente, imperativamente, darle el justo valor a la vida, y a la vida de los que nos rodean, una auténtica y melancólica sonrisa de nada. Y después polvo, y después ceniza amigo Décimo.

Memorias Educadas dijo...

Habrá que bajar la mirada, entonces, o en todo caso, abrir más los ojos para que esa llamada llegue a donde tiene que llegar, ¿será al negro vacío del firmamento o a los orígenes de la maldad y el bien?

Andie dijo...

"Esa señal de auxilio grabada en los ojos"...