En 1949 el filósofo y sociólogo checo Albert Caraco, publicó uno de sus más famosos libros en el que una serie de párrafos y anotaciones resumían el trabajo de su vida. Brevario del Caos[1] es un libro posmodernista, con la decadencia que esta tendencia filosófica ve en el mundo, Caraco nos narra agriamente la visión de un mundo que en realidad no es más que la escuela de la muerte, los seres humanos atraídos incesantemente hacia la muerte como las polillas al fuego, y la vida misma podría tomarse como este fuego, la vida misma nos arraiga a ella, por alguna luz que nos encanta. Inclusive el filósofo, Albert Camus llegó a pensar en el hombre como animal suicida, o a plantear que la verdadera libertad del hombre yacía en el simple hecho de poder terminar voluntariamente con su existencia. ¿Voluntad? ¿Libertad? ¿Animales Suicidas? Para nosotros todo esto nos suena a una voluptuosidad anímica, un estado que sólo los filósofos parecen capaces de comprender. Un montón de locos que tienden al suicidio, los ejemplos entre ellos sobran, desde Sartre, el mismo Caraco, y si nos vamos más atrás llegaríamos hasta Sócrates quien tomó voluntariamente la cicuta, y todos ellos giran alrededor de un mismo perfil ¿Ser filósofos? En realidad no, en su ensoñación, y no me refiero al sentido más literal de la palabra, no vivir soñando, más bien hacer de la vida su verdadero y profundo sueño.
Antonio de Villena lo señala muy bien en su libro titulado “La Felicidad Y El Suicidio”[2], e inclusive nuestra psicología actual parece estar de acuerdo, las personas que se suicidan son necesariamente infelices, pero ¿es acaso malo ser infeliz? Y sobre todo ¿qué es la felicidad? Todos concordamos en que la idea de felicidad debe partir necesariamente de la idea de bienestar, y que ésta a su vez abarca cosas simples como salud, trabajo, estabilidad económica, auto aprecio, confianza y sobre todo una inquebrantable voluntad, cosas que en el mundo del ser humano son muy poco comunes, y cuando se encuentran son meramente temporales. Y sin embargo estaríamos cometiendo un error terrible al pensar que la felicidad debe ser un estándar social.
Dentro de la psicología y me refiero a esta ciencia (pese a la justificación previa en ensayo) por ser una de las ramas sociales que más se ha enfocado a comprender este fenómeno, y no podemos apartar la idea de suicidio sin una comprensión psicológica genera el mismo; bien en dicha ciencia se clasifica a un suicida con características un tanto monstruosa depresivo, compulsivo, obsesivo, psicópata, en general como alguien que es peligroso tanto para sí mismo como para quienes le rodean, y hemos llegado a pensar precisamente que es así, que las personas suicidas, son cobardes, que buscan la manera fácil de acabar con los problemas, ¿necesariamente? ¿Es fácil tomar la resolución y quitarse la vida? Acostumbrados como estamos al estereotipo del oficinista atrapado en deudas impagables, sin empleo y abandonado por su familia, entonces decide colgarse o darse un tiro; o quizás visualizamos al adolescente drogadicto, ignorado quizás por el oficinista antes mencionado, botado por la novia, que siente que su pequeño mundo se le viene encima, entonces da la estocada final, y se corta las venas, o sencillamente se toma un frasco de pastillas y luego se encuentra más tarde en su cuarto, ante la increíble tragedia que aparece unos minutos en las noticias. Estamos quizás, tan aterrados ante la idea de que alguien acabe con su vida, que sentimos la necesidad de estereotipar inclusive aquellas muertes, es más fácil comprenderlo desde la perspectiva de que son casos de gente que huye de la vida y con esto superamos nuestra interna consternación ante algo que nos parece aborrecible y que juramos realmente nunca haríamos. Pero nos sorprendería saber que ese tipo de suicidios, de desesperación, o por depresión sólo suceden en 3 de cada 10 casos de suicidio. Y en realidad no son personas insignificantes las que se suicidan como pensamos, seres que se quedan atrapados en la ratonera de sus infiernos personales, realmente el perfil de un suicida va mayormente dirigido a lo que planteaba en un principio, una persona infeliz, pero no en el grado mezquino que llegamos a darle a la palabra.
Primero que nada habríamos de ajustar el concepto de felicidad, algo atrevido, imposible en muchas maneras, Camus ya había señalado que la felicidad debía ser el problema supremo de la filosofía. Yo tomó el ejemplo de Jorge Luis Borges, un hombre erudito en todos los sentidos, un verdadero monstruo de la literatura hispana y más profundamente de la literatura mundial. Borges quedó ciego a los 57 años por una miopía y astigmatismo demasiado avanzados (en su época no existía el milagro del láser) pero vivió a hasta los 89 años. Esos son 32 años de ceguera, para alguien que vivió de escribir y leer, debió significar el infierno encarnado. Un suplicio que sumergió a Borges en la profunda depresión, tanto que no publicó nada en cerca de 6 años. Un hombre con una aguda inteligencia, una prosa indomable y un verso inaudito, vivió deseando la muerte toda su vida, pero el poema Si Pudiera Vivir Mi Vida Otra Vez, publicado en una célebre revista literaria mexicana dirigida por el maestro Octavio Paz unos meses antes de la muerte de Borges, señalaba un perfil diferente, si bien Borges había sido desgraciado, privado de su elemento de trabajo, sumergido en las tinieblas, en realidad en sus últimos momentos, hace una confesión inesperada.
Un hombre del perfil de este monstruo fue galardonado con la mayoría de los premios de literatura existentes, su libro El Aleph y El Libro de Arena son hasta la fecha obras insuperables de la literatura hispana contemporánea, a lo que me quiero referir es que Borges pese a su ceguera, llenaría el perfil de un hombre que pudo hacer de todo en su vida, piedra angular de una nueva generación de escritores, podríamos decir que tuvo una vida feliz, se definimos felicidad como logro de las metas propuestas, prosperidad y fama bien adquirida. Sin embargo él mismo confiesa en su poema El Remordimiento: “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz”. Y plenamente consciente de lo que estaba diciendo Borges plantea este problema básico ¿un hombre, sabio, exitoso, culto, inteligente debería ser feliz? Más adelante en el poema nos responde esta pregunta: “Mi mente se aplicó a las simétricas porfías del arte, que teje naderías”. No, es la respuesta rotunda y seca, el éxito, el saber, la inteligencia no hacen al hombre feliz, más bien parecen obedecer a una misiva contraria, llegaríamos a pensar que no hay genios felices, o mejor dicho, la felicidad está demasiado alejada de la genialidad. La felicidad debe entonces necesariamente ser ignorancia o pertenecer a un término intermedio, yo apoyaría más la última opción, los términos intermedios.
No pretendo en ningún momento tratar de argumentar lo que estoy a punto de plantear con estos ejemplos tan particulares, pero el ensayo filosófico implica el establecimiento muchas veces de tesis arbitrarias y generales.
La felicidad es, necesariamente, inalcanzable, nadie puede ser feliz. Tal vez ahora leyendo estás líneas se les puedan ocurrir una infinidad de argumentos que señalan en mucho momentos felicidad, pero es ahí precisamente donde puedo empezar a cuestionar la felicidad, momentos de felicidad, instantes, paraísos que parecen alejarnos del tiempo, lo que Paz llamaba “los momentos donde el tiempo se detiene” o Márquez diría tal vez “los momentos que nos roban el aliento”. Como quiera que se ponga, están de acuerdo en una cosa fundamental, la felicidad es entonces más bien definida como momentos felices, finitos, irrepetibles, por lo tanto intangibles, nadie puede poseerlos, si bien el adjetivo feliz se da con mucha facilidad, el concepto pleno de felicidad, es un tanto más complejo. Además en la serie de momentos felices que seguramente pensaron, habría una pregunta fundamenta que hacer. ¿Qué es lo que me hace feliz?
Los hedonistas son los filósofos que buscaban el principio del placer, es decir llevar una vida de dejación, quitarse todas las ataduras que impidieran “hacer lo que uno siente”. En el libro de Rebeláis, Gargantúa y Pantagruel, Pantagruel entra a un templo donde la única regla está inscrita en un letrero a la entrada, “Haz lo que quieras”. Esperaríamos encontrar dentro del monasterio un caos total, parecido a esas sociedades anarquistas del fin del mundo, pero Rebeláis con su incansable sentido del humor nos sorprende mostrándonos una sociedad organizada y pacífica, que obedecían a su única y sagrada ley, hacer lo que les venía en gana, actividades deportivas, sexuales, recolección, siembra, todo en un orden que parecería antinatural de la anterior enunciación que nos proponía Haz lo que quieras. Yo no pienso como Rebeláis, y diría que ante un letrero semejante las personas se quedarían estupefactas. Haz lo que quieras, sé libre, pero en realidad no seríamos completamente felices en el monasterio de Rebeláis, es más estaríamos lejos de ser felices, porque hacer lo que quieras, lo que realmente quieres implica un principio básico, saber qué es lo que se quiere, y realmente esa es una de las problemáticas de nuestra vida contemporánea, hemos bien cierto ganado muchísima comodidad, pero hemos perdido mucha espontaneidad en el proceso.
Un terrible estado en el que somos sólo mecanismos, obedecemos a patrones y fórmulas sociales complejas, pero que muy en el fondo tienen un funcionamiento casi automático, más parecidos a una calculadora que a una computadora. Los hedonistas tenían su forma de liberarse, su desapego con lo moral, con las cadenas del pensamiento recto. Pero lo que nos ata a nosotros es quizás mucho más siniestro, mucho más pesado para sencillamente quitárnoslo de encima.
Esa es la realidad de cientos de miles de seres humanos, autómatas atados, y no es que yo quiera reiterar lo evidente desde Marx y Nietzsche, que somos autómatas, esclavos del sistema económico, seres sin voluntad, hommo ludens. En realidad evidentemente somos más hedonistas de lo que pensamos, lo único que nos importa es la obtención del placer, y que sea inmediato, nuestra sociedad y visión del mundo gira en torno a lo finito, a lo agotable y por lo tanto a las ansías incontenibles de tener. No tener por el hecho de hacer, tener por el llano hecho de tener. Vivimos pues en la época de la más profunda de las indiferencias. El hedonismo más que placer, predicaba la indiferencia, no preocuparse por nada, que todos siguiera su natural curso. No tan alejados estaban de la filosofía de Lao-Tsé y su Tao Tse King, que consiste precisamente en abandono, en renuncia, en entregarse completamente a una vida de indiferencia.
Podemos ver bien entonces que el suicido se hace de cierta manera “incompatible” con nuestra nueva era de la indiferencia (Lipovetski)[3]; precisamente por su solución radical, trágica, su inversión extrema de la vida en la muerte, su desafío, el suicidio sencillamente ya no coincide con el laxismo moderno. Para seres que vivimos bajo el principio del placer, atomizados por la seducción del mass media, por esta nueva y compleja a la vez que simple, vida á la carté,[4] no tomamos resoluciones nihilistas, “mejor ninguna cosa que cualquiera” , en realidad no importa mucho, siempre podemos comprar estos momentos felices, los ofrecen al por mayor cada cinco minutos, cada instante es un alejamiento de la colectividad, por lo tanto una pérdida en el sentido de la vida, un sin sentido completo, porque la vida se ha transformado en un desierto donde ya no recordamos nuestros nombres.
[1] CARACO, Albert Brevario del Caos Ed. Sexto Piso México 2008
[2] VILLENA, Antonio La Felicidad Y El Suicidio Ed.Braguera España 2007.
[3] LIPOVETSKI Gilles La Era del Vacío Ed. Colectivos Anagrama México En Apoyo con CONACULTA.
[4] Lipovetski plantea en el primera capítulo del citado libro, titulado la Seducción Continua, que el hombre posmoderno a diferencia de lo que se pudiera pensar debido a la liberación de los rigores tradicionales y los sistemas autoritarios, ha generad menos libertad que anteriormente, al hecho de que se estructura a sí mismo a partir de la elección que los mass media van colocando para su realización personal.
Antonio de Villena lo señala muy bien en su libro titulado “La Felicidad Y El Suicidio”[2], e inclusive nuestra psicología actual parece estar de acuerdo, las personas que se suicidan son necesariamente infelices, pero ¿es acaso malo ser infeliz? Y sobre todo ¿qué es la felicidad? Todos concordamos en que la idea de felicidad debe partir necesariamente de la idea de bienestar, y que ésta a su vez abarca cosas simples como salud, trabajo, estabilidad económica, auto aprecio, confianza y sobre todo una inquebrantable voluntad, cosas que en el mundo del ser humano son muy poco comunes, y cuando se encuentran son meramente temporales. Y sin embargo estaríamos cometiendo un error terrible al pensar que la felicidad debe ser un estándar social.
Dentro de la psicología y me refiero a esta ciencia (pese a la justificación previa en ensayo) por ser una de las ramas sociales que más se ha enfocado a comprender este fenómeno, y no podemos apartar la idea de suicidio sin una comprensión psicológica genera el mismo; bien en dicha ciencia se clasifica a un suicida con características un tanto monstruosa depresivo, compulsivo, obsesivo, psicópata, en general como alguien que es peligroso tanto para sí mismo como para quienes le rodean, y hemos llegado a pensar precisamente que es así, que las personas suicidas, son cobardes, que buscan la manera fácil de acabar con los problemas, ¿necesariamente? ¿Es fácil tomar la resolución y quitarse la vida? Acostumbrados como estamos al estereotipo del oficinista atrapado en deudas impagables, sin empleo y abandonado por su familia, entonces decide colgarse o darse un tiro; o quizás visualizamos al adolescente drogadicto, ignorado quizás por el oficinista antes mencionado, botado por la novia, que siente que su pequeño mundo se le viene encima, entonces da la estocada final, y se corta las venas, o sencillamente se toma un frasco de pastillas y luego se encuentra más tarde en su cuarto, ante la increíble tragedia que aparece unos minutos en las noticias. Estamos quizás, tan aterrados ante la idea de que alguien acabe con su vida, que sentimos la necesidad de estereotipar inclusive aquellas muertes, es más fácil comprenderlo desde la perspectiva de que son casos de gente que huye de la vida y con esto superamos nuestra interna consternación ante algo que nos parece aborrecible y que juramos realmente nunca haríamos. Pero nos sorprendería saber que ese tipo de suicidios, de desesperación, o por depresión sólo suceden en 3 de cada 10 casos de suicidio. Y en realidad no son personas insignificantes las que se suicidan como pensamos, seres que se quedan atrapados en la ratonera de sus infiernos personales, realmente el perfil de un suicida va mayormente dirigido a lo que planteaba en un principio, una persona infeliz, pero no en el grado mezquino que llegamos a darle a la palabra.
Primero que nada habríamos de ajustar el concepto de felicidad, algo atrevido, imposible en muchas maneras, Camus ya había señalado que la felicidad debía ser el problema supremo de la filosofía. Yo tomó el ejemplo de Jorge Luis Borges, un hombre erudito en todos los sentidos, un verdadero monstruo de la literatura hispana y más profundamente de la literatura mundial. Borges quedó ciego a los 57 años por una miopía y astigmatismo demasiado avanzados (en su época no existía el milagro del láser) pero vivió a hasta los 89 años. Esos son 32 años de ceguera, para alguien que vivió de escribir y leer, debió significar el infierno encarnado. Un suplicio que sumergió a Borges en la profunda depresión, tanto que no publicó nada en cerca de 6 años. Un hombre con una aguda inteligencia, una prosa indomable y un verso inaudito, vivió deseando la muerte toda su vida, pero el poema Si Pudiera Vivir Mi Vida Otra Vez, publicado en una célebre revista literaria mexicana dirigida por el maestro Octavio Paz unos meses antes de la muerte de Borges, señalaba un perfil diferente, si bien Borges había sido desgraciado, privado de su elemento de trabajo, sumergido en las tinieblas, en realidad en sus últimos momentos, hace una confesión inesperada.
Un hombre del perfil de este monstruo fue galardonado con la mayoría de los premios de literatura existentes, su libro El Aleph y El Libro de Arena son hasta la fecha obras insuperables de la literatura hispana contemporánea, a lo que me quiero referir es que Borges pese a su ceguera, llenaría el perfil de un hombre que pudo hacer de todo en su vida, piedra angular de una nueva generación de escritores, podríamos decir que tuvo una vida feliz, se definimos felicidad como logro de las metas propuestas, prosperidad y fama bien adquirida. Sin embargo él mismo confiesa en su poema El Remordimiento: “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz”. Y plenamente consciente de lo que estaba diciendo Borges plantea este problema básico ¿un hombre, sabio, exitoso, culto, inteligente debería ser feliz? Más adelante en el poema nos responde esta pregunta: “Mi mente se aplicó a las simétricas porfías del arte, que teje naderías”. No, es la respuesta rotunda y seca, el éxito, el saber, la inteligencia no hacen al hombre feliz, más bien parecen obedecer a una misiva contraria, llegaríamos a pensar que no hay genios felices, o mejor dicho, la felicidad está demasiado alejada de la genialidad. La felicidad debe entonces necesariamente ser ignorancia o pertenecer a un término intermedio, yo apoyaría más la última opción, los términos intermedios.
No pretendo en ningún momento tratar de argumentar lo que estoy a punto de plantear con estos ejemplos tan particulares, pero el ensayo filosófico implica el establecimiento muchas veces de tesis arbitrarias y generales.
La felicidad es, necesariamente, inalcanzable, nadie puede ser feliz. Tal vez ahora leyendo estás líneas se les puedan ocurrir una infinidad de argumentos que señalan en mucho momentos felicidad, pero es ahí precisamente donde puedo empezar a cuestionar la felicidad, momentos de felicidad, instantes, paraísos que parecen alejarnos del tiempo, lo que Paz llamaba “los momentos donde el tiempo se detiene” o Márquez diría tal vez “los momentos que nos roban el aliento”. Como quiera que se ponga, están de acuerdo en una cosa fundamental, la felicidad es entonces más bien definida como momentos felices, finitos, irrepetibles, por lo tanto intangibles, nadie puede poseerlos, si bien el adjetivo feliz se da con mucha facilidad, el concepto pleno de felicidad, es un tanto más complejo. Además en la serie de momentos felices que seguramente pensaron, habría una pregunta fundamenta que hacer. ¿Qué es lo que me hace feliz?
Los hedonistas son los filósofos que buscaban el principio del placer, es decir llevar una vida de dejación, quitarse todas las ataduras que impidieran “hacer lo que uno siente”. En el libro de Rebeláis, Gargantúa y Pantagruel, Pantagruel entra a un templo donde la única regla está inscrita en un letrero a la entrada, “Haz lo que quieras”. Esperaríamos encontrar dentro del monasterio un caos total, parecido a esas sociedades anarquistas del fin del mundo, pero Rebeláis con su incansable sentido del humor nos sorprende mostrándonos una sociedad organizada y pacífica, que obedecían a su única y sagrada ley, hacer lo que les venía en gana, actividades deportivas, sexuales, recolección, siembra, todo en un orden que parecería antinatural de la anterior enunciación que nos proponía Haz lo que quieras. Yo no pienso como Rebeláis, y diría que ante un letrero semejante las personas se quedarían estupefactas. Haz lo que quieras, sé libre, pero en realidad no seríamos completamente felices en el monasterio de Rebeláis, es más estaríamos lejos de ser felices, porque hacer lo que quieras, lo que realmente quieres implica un principio básico, saber qué es lo que se quiere, y realmente esa es una de las problemáticas de nuestra vida contemporánea, hemos bien cierto ganado muchísima comodidad, pero hemos perdido mucha espontaneidad en el proceso.
Un terrible estado en el que somos sólo mecanismos, obedecemos a patrones y fórmulas sociales complejas, pero que muy en el fondo tienen un funcionamiento casi automático, más parecidos a una calculadora que a una computadora. Los hedonistas tenían su forma de liberarse, su desapego con lo moral, con las cadenas del pensamiento recto. Pero lo que nos ata a nosotros es quizás mucho más siniestro, mucho más pesado para sencillamente quitárnoslo de encima.
Esa es la realidad de cientos de miles de seres humanos, autómatas atados, y no es que yo quiera reiterar lo evidente desde Marx y Nietzsche, que somos autómatas, esclavos del sistema económico, seres sin voluntad, hommo ludens. En realidad evidentemente somos más hedonistas de lo que pensamos, lo único que nos importa es la obtención del placer, y que sea inmediato, nuestra sociedad y visión del mundo gira en torno a lo finito, a lo agotable y por lo tanto a las ansías incontenibles de tener. No tener por el hecho de hacer, tener por el llano hecho de tener. Vivimos pues en la época de la más profunda de las indiferencias. El hedonismo más que placer, predicaba la indiferencia, no preocuparse por nada, que todos siguiera su natural curso. No tan alejados estaban de la filosofía de Lao-Tsé y su Tao Tse King, que consiste precisamente en abandono, en renuncia, en entregarse completamente a una vida de indiferencia.
Podemos ver bien entonces que el suicido se hace de cierta manera “incompatible” con nuestra nueva era de la indiferencia (Lipovetski)[3]; precisamente por su solución radical, trágica, su inversión extrema de la vida en la muerte, su desafío, el suicidio sencillamente ya no coincide con el laxismo moderno. Para seres que vivimos bajo el principio del placer, atomizados por la seducción del mass media, por esta nueva y compleja a la vez que simple, vida á la carté,[4] no tomamos resoluciones nihilistas, “mejor ninguna cosa que cualquiera” , en realidad no importa mucho, siempre podemos comprar estos momentos felices, los ofrecen al por mayor cada cinco minutos, cada instante es un alejamiento de la colectividad, por lo tanto una pérdida en el sentido de la vida, un sin sentido completo, porque la vida se ha transformado en un desierto donde ya no recordamos nuestros nombres.
[1] CARACO, Albert Brevario del Caos Ed. Sexto Piso México 2008
[2] VILLENA, Antonio La Felicidad Y El Suicidio Ed.Braguera España 2007.
[3] LIPOVETSKI Gilles La Era del Vacío Ed. Colectivos Anagrama México En Apoyo con CONACULTA.
[4] Lipovetski plantea en el primera capítulo del citado libro, titulado la Seducción Continua, que el hombre posmoderno a diferencia de lo que se pudiera pensar debido a la liberación de los rigores tradicionales y los sistemas autoritarios, ha generad menos libertad que anteriormente, al hecho de que se estructura a sí mismo a partir de la elección que los mass media van colocando para su realización personal.
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