A partir del 17 de Septiembre del año 2008 se ha establecido una polémica muy fuerte en el mundo legislativo mexicano. Tras la propuesta del ejecutivo federal de establecer la pena capital para asesinos y secuestradores, el sentido de humanidad en nuestro país se ha visto gravemente mermado.
La opinión pública en general se encuentra dividida ante el caso, primeramente porque como valor se nos ha inculcado profundamente el respeto y valor de la vida, como una de las condiciones inherentes al ser humano, inclusive orgullosamente se toma a la nación mexicana como una nación humana y generosa.
En este último aspecto cae la profunda contradicción y la respuesta de miedo y control que ha establecido el gobierno federal en su desesperada “Brigada por un México Seguro”.
La contraparte señala que la pena capital sería una efectiva forma de disuadir a los mencionados criminales de cometer sus actos “inhumanos”. Pero la pregunta principal recae en este argumento mismo ¿La pena de muerte funciona para disuadir a los criminales de cometer asesinatos?
Más bien en un primer plano se ve como una intención de venganza pública, el retroceso al Código de Amurabi o la ley del Talión, “donde ojo por ojo” y “aquel que robe córtele la mano”. Una venganza pública impulsada plenamente por el miedo que se ha establecido en nuestra sociedad, miedo sustentado por los medios, sus noticias rojas y amarillismo, su persecución obsesiva de los atroces crímenes que comete una pequeña facción de la sociedad mexicana. En fin una ataraxia de sugestión fóbica.
Pena de muerte no es algo que se deba tomar a la ligera, y en ningún momento ha servido para disuadir a los criminales de cometer sus actos inhumanos, más bien deshumaniza a la sociedad que permite que se mate en su nombre. A lo largo del siguiente ensayo estoy dispuesto a probar que la pena de muerte conducirá a nuestra sociedad a un estado de fragmentación y miedo. Una paranoia obsesiva impulsada por el hecho de que en nuestra sociedad ya no se respeta la garantía que se anuncia en la constitución como derecho a la vida.
La opinión pública en general se encuentra dividida ante el caso, primeramente porque como valor se nos ha inculcado profundamente el respeto y valor de la vida, como una de las condiciones inherentes al ser humano, inclusive orgullosamente se toma a la nación mexicana como una nación humana y generosa.
En este último aspecto cae la profunda contradicción y la respuesta de miedo y control que ha establecido el gobierno federal en su desesperada “Brigada por un México Seguro”.
La contraparte señala que la pena capital sería una efectiva forma de disuadir a los mencionados criminales de cometer sus actos “inhumanos”. Pero la pregunta principal recae en este argumento mismo ¿La pena de muerte funciona para disuadir a los criminales de cometer asesinatos?
Más bien en un primer plano se ve como una intención de venganza pública, el retroceso al Código de Amurabi o la ley del Talión, “donde ojo por ojo” y “aquel que robe córtele la mano”. Una venganza pública impulsada plenamente por el miedo que se ha establecido en nuestra sociedad, miedo sustentado por los medios, sus noticias rojas y amarillismo, su persecución obsesiva de los atroces crímenes que comete una pequeña facción de la sociedad mexicana. En fin una ataraxia de sugestión fóbica.
Pena de muerte no es algo que se deba tomar a la ligera, y en ningún momento ha servido para disuadir a los criminales de cometer sus actos inhumanos, más bien deshumaniza a la sociedad que permite que se mate en su nombre. A lo largo del siguiente ensayo estoy dispuesto a probar que la pena de muerte conducirá a nuestra sociedad a un estado de fragmentación y miedo. Una paranoia obsesiva impulsada por el hecho de que en nuestra sociedad ya no se respeta la garantía que se anuncia en la constitución como derecho a la vida.
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