Abyssus Abyssum Invocat – Ovidio –
La vida definida como la propiedad inherente a algunas cosas en el universo, como una fuerza dinámica y finita, aquello que permite a los objeto cobrar determinada actividad anímica, que lo separa durante un lapso corto de tiempo de la inactividad coercitiva que todos los objeto abióticos del universo poseen, es una conjetura, demasiado evidente para ser cuestionada, demasiado efímera e insignificante para ser tomada en serio. La vida es quizás el fenómeno hasta la fecha conocido, más inexplicable y complejo, fenómeno al que estamos sometidos los seres humanos, a la sin razón de la existencia como diría Ciorán[1]. Entonces dentro de la vida y sus múltiples e inusitados vaivenes, surge la cuestión elemental y hasta el momento tabú dentro de nuestra sociedad, la manera en la que se deba acabar con la misma.
En la misiva de que todos invariablemente habremos de morir tarde o temprano, hay quien llega a pensar que sería 100% mejor acabar voluntariamente con nuestra vida, elegir el momento justo de la muerte, sin importar las razones la idea de que alguien pueda terminar voluntariamente con su existencia nos suena en un primer plano a una locura, una corrupción de nuestro pensamiento, una depresión tan profunda, tan lacónica que el individuo pierde inclusive el instinto de auto conservación.
Ahí mismo cae el primer argumento que clasifica al suicidio como un acto inhumano, “el instinto de auto conservación” al ser evidentemente que alguien que acaba voluntariamente con su vida, ha superado todos los instintos y vínculos materiales que le apegan a la vida, y si lo vemos algo poéticamente ha alcanzado la plena libertad, ya bien ha superado una de sus condiciones humanas, la de el instinto que lo arraiga a la vida.
Sin embargo hay otro vínculo que quizás nos arraiga más fuerte al mundo que todos los instintos e ideologías románticas de la vida. Las otras personas, nuestros seres queridos, porque aún las personas más desdichadas muchas veces tienen personas que los rodean y que en grados diferentes se interesan por ellas, simplemente desde el hecho de que no estamos completamente solos, y todos tenemos un linaje familiar, nos desenvolvemos en determinados círculos sociales y trabajos en áreas de contacto humanos, esto señala como evidente la existencia de vínculos humanos. Pero se comete un error principal con este contra argumento, no es la falta de compañía o la soledad en el sentido literal de la palabra como aislamiento, la que impulsa a los suicidas, digamos que la soledad nuestra, que implica la privación de la compañía del otro, no es la soledad de los suicidas, su soledad es quizás mucho más sublime, más poética que la nuestra, es una soledad interna, un hueco permanente que los desajusta del paisaje de la vida, sea gris, rosa o incoloro como cada quien lo perciba.
En la declaración de los Derechos Humanos se enuncia: “Todo hombre tiene derecho a la vida”. Pero hasta qué punto esto es verdaderamente cierto. Hasta qué punto puede el mismo derecho que uno tiene a vivir, darle derecho a decidir el rumbo de su vida, y este derecho incluiría el momento donde alguien piense que la misma deba terminar. Es entonces cuando salen al ataque todas las defensas humanistas, religiosas y psicológicas, y todas gritan a una sola voz: “El Suicidio es Malo”. De ahí que la enunciación de los Derechos Humanos pierda todo sentido: “Todos tenemos derecho a la vida, pero tenemos la obligación moral para con los otros de conservarla a pesar de todo”.
A pesar de todo, y esa es la sentencia final con la que juzgamos a los suicidas como monstruos cobardes, bajo la siempre egoísta visión de “si yo debe enfrentar mis problemas, si yo debo sufrir los vaivenes de la vida, ¿por qué el sí huyó? ¿Por qué el sí pudo escapar?”. Cometemos ese error narcisista de juzgar el mundo entero proyectándonos en él sin entender que muchas veces hay personas que aman demasiado la vida, personas que no pueden estar conformes con su realidad como todos nosotros, y digo conformes en el más amplio sentido de la palabra, personas que como ya dije, no encajan en el cuadro de la vida, ellos son los verdaderos suicidas.
[1] CIORÁN, Michelle Emil Ese Maldito Yo Ed. Tusquets 2006 México.
La vida definida como la propiedad inherente a algunas cosas en el universo, como una fuerza dinámica y finita, aquello que permite a los objeto cobrar determinada actividad anímica, que lo separa durante un lapso corto de tiempo de la inactividad coercitiva que todos los objeto abióticos del universo poseen, es una conjetura, demasiado evidente para ser cuestionada, demasiado efímera e insignificante para ser tomada en serio. La vida es quizás el fenómeno hasta la fecha conocido, más inexplicable y complejo, fenómeno al que estamos sometidos los seres humanos, a la sin razón de la existencia como diría Ciorán[1]. Entonces dentro de la vida y sus múltiples e inusitados vaivenes, surge la cuestión elemental y hasta el momento tabú dentro de nuestra sociedad, la manera en la que se deba acabar con la misma.
En la misiva de que todos invariablemente habremos de morir tarde o temprano, hay quien llega a pensar que sería 100% mejor acabar voluntariamente con nuestra vida, elegir el momento justo de la muerte, sin importar las razones la idea de que alguien pueda terminar voluntariamente con su existencia nos suena en un primer plano a una locura, una corrupción de nuestro pensamiento, una depresión tan profunda, tan lacónica que el individuo pierde inclusive el instinto de auto conservación.
Ahí mismo cae el primer argumento que clasifica al suicidio como un acto inhumano, “el instinto de auto conservación” al ser evidentemente que alguien que acaba voluntariamente con su vida, ha superado todos los instintos y vínculos materiales que le apegan a la vida, y si lo vemos algo poéticamente ha alcanzado la plena libertad, ya bien ha superado una de sus condiciones humanas, la de el instinto que lo arraiga a la vida.
Sin embargo hay otro vínculo que quizás nos arraiga más fuerte al mundo que todos los instintos e ideologías románticas de la vida. Las otras personas, nuestros seres queridos, porque aún las personas más desdichadas muchas veces tienen personas que los rodean y que en grados diferentes se interesan por ellas, simplemente desde el hecho de que no estamos completamente solos, y todos tenemos un linaje familiar, nos desenvolvemos en determinados círculos sociales y trabajos en áreas de contacto humanos, esto señala como evidente la existencia de vínculos humanos. Pero se comete un error principal con este contra argumento, no es la falta de compañía o la soledad en el sentido literal de la palabra como aislamiento, la que impulsa a los suicidas, digamos que la soledad nuestra, que implica la privación de la compañía del otro, no es la soledad de los suicidas, su soledad es quizás mucho más sublime, más poética que la nuestra, es una soledad interna, un hueco permanente que los desajusta del paisaje de la vida, sea gris, rosa o incoloro como cada quien lo perciba.
En la declaración de los Derechos Humanos se enuncia: “Todo hombre tiene derecho a la vida”. Pero hasta qué punto esto es verdaderamente cierto. Hasta qué punto puede el mismo derecho que uno tiene a vivir, darle derecho a decidir el rumbo de su vida, y este derecho incluiría el momento donde alguien piense que la misma deba terminar. Es entonces cuando salen al ataque todas las defensas humanistas, religiosas y psicológicas, y todas gritan a una sola voz: “El Suicidio es Malo”. De ahí que la enunciación de los Derechos Humanos pierda todo sentido: “Todos tenemos derecho a la vida, pero tenemos la obligación moral para con los otros de conservarla a pesar de todo”.
A pesar de todo, y esa es la sentencia final con la que juzgamos a los suicidas como monstruos cobardes, bajo la siempre egoísta visión de “si yo debe enfrentar mis problemas, si yo debo sufrir los vaivenes de la vida, ¿por qué el sí huyó? ¿Por qué el sí pudo escapar?”. Cometemos ese error narcisista de juzgar el mundo entero proyectándonos en él sin entender que muchas veces hay personas que aman demasiado la vida, personas que no pueden estar conformes con su realidad como todos nosotros, y digo conformes en el más amplio sentido de la palabra, personas que como ya dije, no encajan en el cuadro de la vida, ellos son los verdaderos suicidas.
[1] CIORÁN, Michelle Emil Ese Maldito Yo Ed. Tusquets 2006 México.
1 comentario:
Es difícil para uno seguir caminando de la forma en que antes se hacía, antes de esa partida tan repentina. Tan fugaz. Es horrible ver que... sin quererlo, uno estaba siendo parte de una novela que estaba por terminar y ni en cuenta. Pero bueno, sólo queda seguir vagando, con los estigmas de un cariño fraternal ahora, tal vez maldito, y unas alas en el cuarto de la locura, para un día, en verdad poder volar a ese lugar de incertidumbres donde se van, los que ahora sólo se pueden recordar.
Lo felicito Décimo, en este escrito logra de pronto tocar el punto emotivo, yendo más allá del toque adoctrinador que tal vez no le quede tanto, o igual no me guste.
Publicar un comentario