martes, 16 de junio de 2009

Mariposas de Cóctel

Hay siempre lugares vacíos,
Que nunca llenan ni las sonrisad de las muchachas
Ni los niños bajo la lluvia,
Ni el ladrido encantador del perro cuando llegas a casa.

Lugares que se detienen al tiempo
En los que no se posan las palomas en las tardes
Donde no cae el agua de tormenta
Donde nada sale porque en realidad nunca entra.

Hay entonces gente como tu y como yo
Que leen poemas y piensan que la vida es metáfora
Y que la gente de las calles parece de piedra
La misma piedra en la que pegué este poema.

Luego hay gente de piedra
Que camina por sus calles homónimas
Con apéndices blanquecinos en las orejas
Y que siempre está atenta, a la inmensidad de la espera.

Luego hay lugares repletos,
Como fiestas de mariposas,
Donde todas van vestidas de cóctel esperando la sirena
Que habrá de hacerlas agitarse hasta darse cuenta
Que están leyendo este poema.

Entonces la gente como tu y como yo,
Inclusive la gente que esta hecha de piedra,
Se da cuenta que todo el mundo y sus alternos
Caben entre las líneas de este poema.

Tanta

Tanta gente y yo sin palabras
Tantas camas y yo sin alhomadas de sueño,
Tantos pétalos marchitos de flores que no te he dado,
Tantas cartas que te he escrito que ya he olvidado.

Tantos ojos tuyos que no han tocado los míos
Tantos atardeceres de fuego y de ceniza
Tantos ecos parecidos a tu risa,
Tantos hoyos que me hiciste y me has vaciado.

Tanta duda en tu mirada
Tanta cadera y comunión de playa
Tanta claridad atormentada de esmeralda
Tanto de tu nombre en cada palabra.

Tanta hambre y yo sin víveres
Tantas respuestas y yo sin preguntas
Tanta soledad y tu sin compañóa
Tanta, tanta, tanta, palabra esmeralda.

Tanta extrañeza anticipada
Tantos ápices de tu presencia
Tanta enmancipada ausencia de ti
Tanto, tanto, tanto, color de palabra.

Tantos días sin una llamada
Tantas horas sin una respuesta no buscada
Tanta obstinación obsesionada
Tanta espera de mi color esmeralda.

Tanta etiqueta elaborada
Tanto diálogo arrojado al muro
Tanta cosa que no encuentro y no tengo
Tanta la falta que me hace tu llama.

Tanta pregunta atolondraa
Tanta duda callada
Tanto de tan poco que es nada
Tanta, tanta, tanta, necesidad de esmeralda.

martes, 9 de junio de 2009

El Asco y el Agujero

"Creo que me dan asco los hoyos". Y con esa declaración ella inaguraba todo un impulso nervioso de pensamientos corrosivos dentro de mí. ¿Qué puede tener un hoyo que cause asco? ¿No es acaso el hoyo la ausencia de sustancia?
Miras las cuencas oculares vacías de los cráneos, el cráter de un impacto nuclear, la boca negrísima de alguna bestia fantástica, la perforación de una bala sobre el pecho de la mujer amada, cualquier cosa atravesada con su reminiscente redondeado, el agujero de la capa de ozono, los enigmáticos y perturbadores hoyos en el queso, la amenaza distante de los hoyos negros y su carácter supermasivo. ¿Masa y hoyo?
Luego piensas, el sexo de la mujer es un hoyo, la boca que se besa es también un agujero, el hoyo es el contenido del círculo, el hoyo es lo imcomprensible del báratro, la figura de la muerte, el agujero siempre exhala su aliento de vacío hacia nosotros.
Entonces te comprendo, que el hoyo de asco no es más que un primer resultado del miedo que nos causa, esa su naturaleza inconfundible, vacía, constante. Siempre esperando ser llenado, y queda lejos la posibilidad de satisfacer su exigencia.
Luego vienen las imágenes de los agujeros simbólicos del mundo, como cuando nos entierran y me doy cuenta que el hombre es simple sacrificio para el hoyo, que nuestros cadáveres van a parar a su boca enteramente abierta, emanada del suelo. Luego los mares que no son más que hoyos disfrazados, cubiertos de agua, como cuando se tapan los túneles con telas, pero al entrar todo debe hundirse en la voracidad del agujero submarino.
Y creo que los hoyos rellenos son los más terribles, están las tumbas llenas de nuestros restos, el mar lleno de agua, están los volcanes con sus estómagos de lava, lo túneles que agujeran las montañas y descubren las entrañas de la tierra. Las X de los tesoros que sólo se abren ante la expectativa de ser hoyos de nuevo, sólo cederán su tesoro cuando hayamos completado ese ciclo. Luego más cercanos a mí, los agujeros en los bolsillos, que dejan escapar las monedas, las coladeras en las que se hunde la escoria y nos arrojan ratas, y cucarachas y a veces hasta nos devuelven el agua putrefacta de las lluvias.
Me baño y pienso en los diminutos orificios de la regadera, similares a los diminutos orificios de mi piel, de los que emergen mis bellos, y yo mismo me conecto al mundo mediante hoyos: mi boca, mis ojos, mis oídos, mi nariz, mi piel agujerada, mi obligo, mi sexo, todo con ese hoyo incitativo, ese hoyo que se abre esperando ser llenado, ese hoyo que te causa tanto asco.
Creo que el asco al hoyo después de todo es sólo el desesperado intento de llenarlo, el hoyo que nos incita siempre a estar dentro de él, a rellenarlo con algo.
Y cedemos a su exigencia impúnemente, metemos dedos en la nariz, auriculares en los oídos, comida, bebida, todo tipo de cosas a la boca, saturamos nuestros ojos de imágenes, llenamos nuestros hoyos epídermicos con tinta, con ropa, con otra capa agujerada de piel blanda. El hoyo trasero, del que nunca hablamos, al que llamamos despóticamente ano, como dándole inferioridad a ese hoyo traicionero que se abre en retaguardia, y cualquier cosa que provenga de él es una blasfemia, porque el hoyo nunca debe de arrojar nada, siempre debe de llenarse, para poder cerrarse. Y por eso la obsesión con el sexo anal, con los enemas y los supositorios, y luego los "rellenos" sanitarios, luego las tapas de los inodors (que siempre huelen), las tapas de las coladeras, el agua sobre el mar, la lápida sobre la tumba, el puente sobre el risco, la puerta sobre el sótano y si pudieramos pondríamos tapas a los agujeros negros, y relleneríamos todas las circunferencias y figuras vacías.
Pero el hoyo se rebela contra nosotros, y el mar nos arroja todo de vuelta, nos arroja constantemente las olas, esas aguas que lo cubren, de las que quiere deshacerse y las empuja a la tierra, y luego las coladeras arrojan ratas, y la volcanes sus tormentas de fuego y humo, y las tumbas engendran gusanos, y los zurcos de la tierra nos atacan con vegetales, y nuestos ano innombrale arroja nuestro desesperado intento de rellenar el orificio bucal, y de vez en cuando nuestra boca devuelve su sacrificio, y los ojos arrojan lágrimas, y los oidos sacan cera, y los orificios epidérmicos sudan, y me estoy dando cuenta que la rebelión del hoyo siempre es líquida, y cada rebelión que sentimos del orificio nos amedrenta.
Nos perturba la ola, la erupción, el grano, la planta, la rata, el excremento, la lágrima, el sudor, la cera de los oidos, la pelusa del ombligo, los gusanos que salen por las noches de las tumbas, los púlsares de los hoyos negros.
Porque nos damos cuenta de esa rebelión del orificio que intentamos llenar, y no nos damos cuenta que provenimos del agujero, de la cavidad materna, que fuimos contenido del hoyo, y que el hoyo es la posibilidad eterna de un principio, de una emanación, a veces miasma, a veces alma, otras veces mar, y que todo debe volver al hoyo, por eso en inglés tenemos womb como utero y como tumba...
Yo a veces simplemente nunca termino de trazar el círculo.

lunes, 8 de junio de 2009

De la nimiedad de las cosas.

Para esa mujer y sus distancias...

IX

Soy un bolsillo
Me doy vuelta tan sólo para quedarme vacío
Trato de alcanzar el horizonte
Que siempre mantiene su distancia
La misma que hay entre tú y yo.

Eres un simulacro
Una perpetua duda que me mantiene despierto
Un fantasma que se ha repetido todo este tiempo
Acercándose hasta casi tocarme
Pero yéndose antes de hacerlo.

No podemos seguir con esto
Sabemos que los bolsillos y los simulacros no se llevan
Uno se queda vacío,
El otro no tiene nada que verter.

Porque entre los dos no hay nada más
Que las bestias del olvido
Que arrancan nuestros rostros imprecisos
De todas esas tardes que fingimos estar juntos.

Siempre has sido mis distancias
Mis enigmas, mis nostalgias
Cómo pedirte ahora tacto
Cómo pedirte ahora respuestas
A preguntas que jamás te hice.

Siempre he sido un bolsillo
De esos con un hoyo diminuto
Sin darme cuenta me voy quedando vacío
Por contener tanto de tan poco
De eso que se agota a segundos
Por ese diminuto orificio
Que lleva el nombre tuyo.

7 de Junio.

Pienso en la vida como pequeños fragmentos de un espejo, nunca mostraran un reflejo completo, tan sólo diminutas imágenes, incomprensibles, que se quedaron atrapadas en la luz de su transparencia. Imágenes apenas comprensibles, cual los recuerdos, que son borrosos y distantes paroxismos de un pasado incierto, porque no somos más que presente y transcurre el tiempo sin nosotros, no envejecemos, nos quedamos varados de tiempo. Quien dijo que lo único que teníamos era tiempo no entendía la vida, si es lo que menos tenemos, lo que nos falta, y esa ausencia nos causa un dolor llamado muerte.
Cada cumpleaños nos acerca a la tumba, el hecho de nacer nos arroja al varátro toda una vida, tanta accidentada existencia, enunciada en un Feliz Cumpleaños.
¿Qué tiene de feliz darse cuenta del tiempo? ¿Cómo puede haber felicidad en ser consciente de lo que se está perdiendo? ¿Acaso celebramos el giro de cada manecilla?
Quizás la celebración en sí es el hecho de su unicidad, su característica irrepetible, es como un aniversario luctuoso de otro año que perdimos, que nos fue despojado. El pastel se quejaría si supiera su obitual propósito cuando se le atiborra de velas y de le pinta´impúdicamente con betún... FELIZ CUMPLEAÑOS.

martes, 19 de mayo de 2009

Bestiario. Primera Parte

Y al quemar las los escritos paganos y eregir iglesias sobre las ruinas de los templos y usar los altares de sacrificios como pilotos de Iglesia los cristianos no hicieron más que repetir la historia eterna entre héroes y monstruos. Porque el monsturo sólo es derrotado cuando el héroe que lo ha vencido se transforma en el monstruo mismo, portando su cabeza, su piel, sus garras, en el cuerpo.
El monstruo aperece, no hay razón para los monstruos, sencillamente aparecen, emanados de la nada, de las latitudes insondables de la realidad. Como salidos de pliegues invisibles de la tierra, como los Goblins de T0lkien. Los monstruos obedecen a su propia naturaleza, sólo habitan, reptan, no hay razón para su existencia, porque la írracionalidad, la desproporció los definen y por eso precisamente tienen grandes su garras, sus alas, sus colas son incomensurables, todo en ellos es exceso y terror.
Pero sus ojos, los ojos de los monstruos delatan una naturaleza fínisima, oculta, ojos insomnes, como dice Ovidio, que no duermen, ojos eternos afiliados al caos mismo, ojos que escapaban la mirada del Hades. ¿A dónde van los monstruos cuando mueren? Son los incidentes que matan a los héroes.
Si el monstruo se presenta como una fuerza, incontrolable, un exceso. El héroe entonces no es más que otra fuerza semejante, una fuerza que cumple el único destino para el que fue creada, encontrar otra fuerza mayor que la pare. El héroe no es compesanción del monstruo, no es el redentor, ni el matador, ni siquiera participa en el equilibrio, el héroe es otro exceso, que choca contra el monstruo. El héroe decide colapsarse en el monstruo, inmolarse en él, porque el monstruo al igual que el héroe es de una naturaleza anónima e inexplicable.
Siempre que emerge un monstruo, emergerá un héroe, que en el fondo es igualmente monstruoso. Un monstruo existe en la espera de una fuerza mayor que le detenga, el héroe cuando ha terminado con un monstruo, sabe que ese solo fue el preludio para la bestia siguiente. Una interminable pugna de fuerzas, que no buscan equilibrio, sino el choque constante. El origen es confuso y despreciable.
Teseo y el Minotauro. Heracles y el León de Namdea. Jasón y el gigante. Ulises y el cíclope. La lista es interminable, el monstruo simpre es un elemento necesario del héroe porque sin monstruo el héroe carece de propósito y este mismo se da cuenta de su sin sentido, de su desgracia, depender de aquello que precisamente espera exterminar.
¿Por qué el héroe extermina al monstruo?
El héroe es siempre externo, siempre viene de "afuera", siempre anda buscando mosntruos, pero qué lo impulsa a matar a su semajante, a su hermano, a la fuerza única que lo comprende y lo espera.
Si el héroe puede ser definido como fuego y el monstruo como carburante, ¿qué enciende esas reacción?
Entonces se dibuja un tercer perfil, un catalizador, una pura escencia que subsite en el propósito de impulsar al héroe.
Medea, Ariadna, Antígona, Calipso, todas ellas, mujeres, son la fuerza que empuja al héroe hacia el monstruo, no para salvarlas porque en primera instancia nunca se vieron amenzadas por la bestia. ¿No era el minotauro hermano de Ariadna?
La mujer no pide ser rescatada, la mujer exige ser raptada. La princesa bajada de su torre, rescatada del castillo. Raptada, lo que sucede después, al igual que con la llama, es sólo humo, es incierto, nos acostumbraron a creer que el monstrup "desaparece", que el héroe "gana" y la princesa "se casa con él" y viven "felices para siempre". Pero el para siempre es un equívoco, la única eternidad es la de la inmolación de los héroes contra los monstruos, de las princesas que llaman al héroes y el héroe que después las abandona. Como Teseo a Ariadna, como Jasón a Medea, como Ulises a Calipso.
Porque a diferencia de la princesa, que es siempre un perfil, un elemento catalizador, el héroe y el monstruo guardan una relación eterna e inolvidable, profunda arraigada en sus naturalezas, y es que se trata de la misma entidad. Al final de la mitología, los héroes griegos agotaron todos los monstruos, Pitón, Polifemo, los Leones, los Cíclopes, las Gorgonas, Las Furias, Los Minotauros, todos habían sido transformados en armaduras de los héroes. Entonces los héroes se encontraron consigo mismos, siendo los únicos monstruos restantes. Las princesas abandonadas, se habían suicidado, el excesos se colmaba y era insostenible. Entonces una última mujer, como supremo elemento catalizador viene a acabar con los héroes, únicos monstruos restantes, utilizando a los héroes mismos.
Helena.

Y así mueren los hombres.

Todos sabemos que el pasado 17 de Mayo el escritor, periodista pero sobre todo poeta, Mario Benedetti murió de una complicación infecciosa. Uno de mis grandes gurús de la poesía, al que recurría en más de una ocación en busca de ese abrevadero precioso que algunos llaman inspiración. Y muchas veces además le rendí el mayor homenaje que un escritor le pudiera hacer a otro, copiarle.
Uno de los útltimo poetas latinoaméricanos de lo que se llamó el nuevo simbolismo, socialista y defensor de la juventud y el ímpetu del escritor. No estoy haciendo este escrito para soltar una larga y profunda repériqueta sobre su vida y obra, ya que habrá quien lo haga y mucho mejor de lo que yo pudiera hacerlo. Su vida y por consiguiente su muerte no me conciernen en lo más mínimo pero siento un profundo apego poético por él, tanto que cuando me comentaron sobre su muerte no pude evitar preguntarme.
¿Después de la muerte, qué queda de un poeta?
´Diego Rivera contestó quizás con mucha mayor lucidez está pregunta. "La Obra de un artista sólo acaba con la muerte."
Quizás Rivera tenía razón y efectivamente las últimas palabras de nuestro poema las escribe la muerte, que nos cierra por fin los ojos.
Me vienen a la mente entonces un sin número de poetas finádos, de lo que quedan algunos versos fragmentarios, alados. Los ojos de Pavesse, los Buhós de Baudelaire, los Yos de Girondo, todos esos versos que se visten de negro y de luto. Un misterio queda renombrado en muchos versos que leo, un misterio que los poetas se llevaron a la tumba, porque todos sabemos que un poema va mucho más allá de lo que está escrito en sus versos, es todo un nuevo lenguaje, un paroxismo con letras.
¿Qué queda, pues, de un poeta muerto? Probablemente su misterio, probablemente todas esas cosas que sólo inquirió entre líneas, como si hiciera gala de una sabiduría más lúcida y antigua que la nuestra. Una verdad tan evidente que lo agotó hasta la muerte.
Puedes remar, pero la orilla esperará de todas formas, y entonces atravesamos ese río de los griegos y nos perdemos en el vasto moho de la muerte, la muerte que nos da la mirada final, en la que por fin nos reflejamos nosotros mismos. La mirada que nos brinda ese momento de eternidad que luchamos toda la vida por conseguir.
Me gusta pensar en la muerte de esa forma, no como fin, no como comunión, ni redención, ni salvación, la muerte como un proceso que nos revela nuestros paraísos infinitos. Al morir vemos nuestros momentos preciosos, una mujer debajo de una tormenta, la primera vez que probamos el helado de chocolate, el olor de aquel árbol cuyo nombre desconocesmos, quizás aquellas líneas que subrayamos y repetimos histéricamente durante siempre, cómo si nos definieran. Entonces morimos en esos instantes, que nunca murieron, que nos superan y en los cuales nos quedamos para siempre.
¿Dónde habrá quedado Benedetti? ¿En la revolución? ¿Tras las señas del Che? ¿En la mirada del hombre preso que miraba a su hijo? ¿En las confesiones del amor urbano y revolucionario? ¿En e hombre qu emiraba al techo?
Al final ese hombre se miró a sí mismo, reflejado en los ojos de la muerte, y quizás, como me gusta creer, se quedó suspendido en su momento de eternidad.
Mario Benedetti... "No es con la muerte que morimos, sino con la vida, la muerte no se presenta jamás como un estado, sino como un instante... que algría que como instante sólo ocurra una vez en la vida."