lunes, 30 de septiembre de 2013

Ópera de la Tempestad

Quizás estés ahí, y hermoso sea que no te llames hombre.
entre todo lo creado será una hermosura
esta inmensa isla de trigo,  cuando nadie te nombre
Cuando Nada te nombre.
Adriana Tafoya

Qué tal si el mundo fuese
                    [un hombre enojado, furioso.
Un hombre hambriento, raído;
       roto paño amarillándose, a secas. 

Si el mundo es la desesperación de un hombre,
       hombre hecho pedazos por dentro
carcomiéndose,
ansioso en su rencor;
hombre necesitado de comida,
tacto, confianza.
                           De un beso:
                  con urgencia de ser
brutalmente desmembrado por alguien 
        y reconstruirse. Con necesidad
de dirigir el ruido en el espejo
de armar el rompecabezas sobre el piso
     y juntar cada pieza
para elevar los ojos y en ellos, concebir
                              [una nueva mirada.
      Qué tal si el mundo es
un hombre que de verdad lo intenta,
y vuelve a encontrarse
con el mismo hombre cada vez que lo logra,
con los mismos dientes, la misma angustia,
           con el mismo gesto
arrogante, impasible,
resignado a cargar sobre los hombros
su narciso enfermo
      su orquídea vacía       su filosa llama.
Qué hacer para ayudarlo
          si es un viejo sin escrúpulos,
cómo abrir el grillete de su soledad sangrante
hacerlo descender de la ruleta rusa
salvarlo sin una bala
trozar su redondo sí
          Cómo limpiarlo de su cuerpo,
de su apretada boca:
empujarle a salir de su mente en ruinas,
taciturna entre las cuatro paredes
de un santuario;
cómo esfumar la puerta
         de la casa en llamas tras de sí:
cómo lo quemas sin volverle tizne,
lo ahogas, sin hacerlo humo
cómo desfiguras su maldito rostro
que no se cansa de reflejar las arrugas del miedo.
Cómo volverse otro cuando el Uno es Uno mismo.
Qué tal si el hombre
olvida el atavío, la cara
          la ceniza, la lumbre,
el polvo y el muro que contiene al agua,
qué tal si anega hasta el último cabello
en el mar
a media noche,
para ver la lluvia desde el fondo de un pozo,
qué tal si se hunde en la cabeza encrespada
del azul
                   e igual que un pez
ondula, oscila, encorva. Igual que ojo
frío se cierra. Y después
se mantiene quieto.
        Qué tal si el mar lo retorna en su lengua
--al que fue hombre-- con un verso, desnudo
sobre las rocas, atravesado por la luz,
                            sin ropaje
como la noche, exacto al compás
con el que avanza la tierra,
al mismo ritmo,
al mismo pie, igual que si de pronto
debajo de la lluvia y el fuego fuera un niño
que mira a través de las cosas
en cada uno de sus instantes
            [y cada una de las palabras
a Sidérea, viva en su mente, murmurando,
en una extraña fonética de aves, o dunas,
en cántico --que semejante al agua-- quema.

          Qué tal si vuelve el que era Nombre
         ya sin casa, ya sin tiempo, ya sin hambre,
                  ya sin amo, ya sin furia. 


Andrés Cisneros de la Cruz, "Ópera de la Tempestad" p.12-16

martes, 24 de septiembre de 2013

"Yo mismo me había preguntado si el filósofo no había estado obsesionado, durante un período aún más largo, por la quimera de un pensamiento puro Y conviniendo, de acuerdo con la misma inspiración, que en la práctica el filósofo se había consagrado siempre a un trabajo de expresión, a la producción de una obra en la que se buscaba el pensamiento a través de la escritura --desvelándose e inventándose a la vez--, de manera que el pensamiento nunca había sido transparente para sí mismo, y que la noción de transparencia no daba cuenta de su camino, yo concluía que la cuestión, la indagación de ¿qué es pensar?, ligada como estaba a la cuestión de la escritura, se había convertido, aún más, en nuestro tiempo, en la pregunta propia de la filosofía.
¿No debía sacar dos consecuencias de esta reflexión? La primera sería que el filósofo se encuentra inducido a acoger, y no a rechazar, su vocación de escritor y a reconocer lo que une a la filosofía con la literatura. La segunda sería que si la cuestión que lo singulariza como filósofo es "¿qué es pensar?", ésta no podría circunscribirse, definirse, en el sentido tradicional, como una cuestión de conocimiento, una cuestión que pone a un sujeto en la dirección de su objeto, una cuestión que invitaría a remontar hacia un origen para desplegar y dominar las articulaciones de un campo de conciencia. Se trataría más bien de una cuestión inubicable e indeterminable que acompaña a cualquier experiencia del mundo: bien surge de las  relaciones sensibles y más generales inscritas en los órganos de nuestro cuerpos, que lo abren a la vez a los otros y a las cosas, y los imprimen en él; o de esas relaciones formadas en nosotros por el hecho de nuestra implicación en una cultura, y, aún más allá, en una historia de la humanidad. En este sentido, aquello que llamábamos "exigencia filosófica" nacería y renacería por todos lados y sólo estaría regida, para el filósofo-escritor, por la apelación a la obra en la que la cuestión permanece en busca de sí misma y se reitera desde todos los lugares a los que su deseo singular la ha conducido.
Antes citaba la fórmula de Merleau-Ponty: "El ser es aquello que exige de nosotros creación para que de él podamos tener experiencia." Pero, ¿deberíamos de conservar el singular (el ser)? Aquello que el término señala, ¿podemos aún darle la fuerza de un nombre si como el mismo autor lo escribe alguna vez --marcando de ese modo su reserva respecto a Heidegger--, sólo hay ontología indirecta, esto es, en el desciframiento de los entes y en la aventura de la expresión? Y por referirnos a lo que nos hace pensar y hablar, si hay que dejarse desplazar por el pensamiento y por la palabra; si el mismo movimiento nos desarraiga y nos arraiga, no debe reivindicar aquel que conoce la atracción de la filosofía el vagar de un sitio a otro y acoger deliberadamente esta vida nómada; envolverse en ese torbellino que, para cada uno y sin que lo sepa, instituye y confunde sin cesar las fronteras del aquí y del allá, del dentro y del fuera."

Claude Lefort, "La incertidumbre democrática." p. 18-19 Ed. Anthropos.

jueves, 19 de septiembre de 2013

"La libertad humana, cuando olvida su penuria y se cree capaz de alcanzar el bien supremo por sus solas fuerzas, se encuentra sometida a una dialéctica implacable. Quiere el bien (libertad) y ejecuta, de hecho, el mal (violencia); elige, en un segundo movimiento, lo contrario de ese mal (no-violencia, orden), y, lejos de evitarlo, lo realiza con fuerza mayor bajo distinta forma (sujeción, esclavitud). De la tesis libertad-violencia cae en su exacta contraria orden-sujeción.Ambos términos de la antinomia realizan su parte de mal persiguiendo el bien en pureza; en ambos, la elección del bien se muestra impotente para encarnarse y genera, de hecho, su contrario. Y es que en las dos posiciones se pretende orgullosamente realizar el bien en pureza, sin mezcla alguna de mal Demasiado confiado en sus propias capacidades, el hombre se oculta a la fragilidad de su condición y pretende alcanzar por sí mismo un bien puro, sin concesiones ni conformismos, como si fuera él un espíritu angélico. Elegir la libertad en abstracto, una libertad absoluta e intransigente, implica aceptar el mal concreto: la violencia y, por tanto, la anarquía (en el sentido de ausencia de organización). A la inversa, elegir como valor exclusivo la concordia y la paz, un orden igualmente ideal, en el cual no hubiera sombra de violencia, implica sostener en concreto la opresión, la ignorancia y la esclavitud. En ambos casos el hombre inconforme con su naturaleza, busca realizar por propia cuenta una libertad o una paz angélicas y, por miedo de contaminarse con la imperfección humana, origina el mal. Sin hacer concesión alguna de la realidad, intentase decidir del bien. Si se decide por la libertad, se la quiere sin componendas con la injusticia de la situación; si se decide por el orden, se lo exige sin adulteración con ninguna forma de violencia, pero ambas exigencias son irrealizables por inhumanas.
La síntesis de los términos opuestos, es decir, la realización de un orden con libertad, empieza a hacerse posible cuando la elección se realiza en concreto, tomando en cuanta las imperfecciones que impone la situación. Pero el camino hacia ella es pesado y constantemente el hombre se verá tentado de sacrificar uno de los términos a su contrario. La concepción de la madurez y el tránsito históricos, al pedir una adaptación a las circunstancias de la sociedad, aparece como un intento de superar el problema."

Luis Villoro, "El proceso ideológico de la revolución de Independencia", FCE, México p. 208-209.
*Las negritas son nuestras.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Confesiones II

Nunca quise hacerte feliz sino verdadera,
para habitar la duda, tuve que hacerme sordo a la insistencia del grito.
Una vez comenzada la diseminación de tu sangre, te enseñé a mentir en el espejo del día. 
Sólo por la noche fuiste semilla infértil, el aliciente trágico de la sonrisa.
Entró la infidelidad en nuestro vocabulario, como una visita atroz y gemebunda. 
Todo se lo dimos al cantar de los espejos.
Aprendí la danza del desvanecimiento y pude caminar sobre un incendio de naufragios.
Sólo lamenté todas las traiciones que sembré en tu ombligo...
Ya no me atormentan tus respuestas líquidas.

Pese a que ahora alguien más habita tu sombra, he hecho un féretro con nuestra cama y le entregué tus memorias al frío mar del tiempo.
En tus palabras ya no encuentro más que el eco de los atilas del fuego, eres ya la heredera de todos los derrumbes venideros y no puedo sino abrazar con regocijo ese desastre.

Se nos han agotado los adioses. 


jueves, 5 de septiembre de 2013

La decolonialización del Ser

La afirmación del sujeto como fundamento último de la comprensión del ser, y por tanto de la libertad, la legitimidad y legalidad, es ajeno a las cosmovisiones (¿ontologías?) originarias de América y a las prácticas efectivas de la cultura popular americana. Es decir, la idea de sujeto no es, en América Latina al menos, el resultado de un proceso de donación de sentido onto-histórico. Digamos, sostenido en una tradición y problemáticas que hicieran sentido en nuestra estructura geopolítica como lo han mostrado con éxito ciertos antropólogos críticos como Kusch o historiadores como Castro-Gómez. Sino que es el resultado de una imposición ideológica históricamente determinada a través de los mecanismos y funciones coloniales (epistemicidios, importación de idiomas, evangelizaciones nunca completadas). 
Entonces podemos aclarar así porqué en América las ontologías pensadas a partir del sujeto son tan problemáticas y débiles. Y al entrar en crisis actualmente, necesitan reafirmarse en actos ideológicos como la extrema violencia neoliberal del capitalismo concreto (narco).
Mientras actualmente en Europa de la mano de la izquierda heideggeriana (Blanchot, Nancy, Agamben, Esposito, Derrida, Sloterdijk) se está construyendo este pensamiento del ser-con, de la comunidad desobrada, de la comunidad abierta. En América esto se ha mantenido en la mentalidad popular desde hace cientos de años bajo el sello de lo que Echeverría tuvo a bien nombrar, "la modernidad de lo barroco", es decir, la insistencia y persistencia de cierta autenticidad (en el sentido heideggeriano del término) sobre los intentos nunca completados --por ser en sí mismo de absoluta ajenidad-- de imponer la modernidad y sus ontologías subejtivas.. No sólo en el pensamiento indígena, sino casi todas las manifestaciones populares que son mestizas (indios, negros, asiáticos, europeos) manifiestan el rumor de un acaercer ontológico más profundo.
Tenemos pues que hacer un ejercicio de-colonializador de la ontologías del sujeto que se impusieron en América. Esto implica una deconstrucción geopolítica de las ontologías dominantes y los saberes en los que se afirman. Y como toda deconstrucción espera encontrar un núcleo de verdad a partir de la metafísica que desmonta. Debemos encontrar la comunidad palpitante abajo del ilusorio sujeto liberal que en América ha tomado el cariz de la violencia tout court.