martes, 27 de enero de 2009

El Vuelo De Ícaro Sobre Las Alas Del Samurai

La cultura japonesa es en muchos aspectos diametralmente diferente a la nuestra, los valores familiares y sociales son estrictos y profundamente tradicionalistas, a pesar de ser una de las sociedades tecnológicamente más desarrolladas, filosófica e ideológicamente no han cambiado mucho desde la era Tokugawa, donde se establecieron los dogmas del país bajo la unificación de las familias en una sola nación. Pero más allá de sus preferencias ideológicas hay un aspecto determinado del Japón que siempre he admirado profundamente, el establecimiento de valores trascendentales más allá de la vida, de hecho en el Japón anterior al fin de la segunda guerra mundial y a su doloroso proceso de comercialización, la vida ni siquiera era un valor, era una característica inherente a los hombres, pero que no les da en ningún momento el estatus de humano como ellos lo concebían.
Para la sociedad Nipona aún en estos días sigue habiendo valores más importantes que la vida, como el sentido de “utilidad” social (razón por la que muchos adolescentes se suicidan), el sentido de compañerismo y el ímpetu casi maniático de mejoramiento en la actividad que realizan, podríamos resumir a la sociedad japonesa con un amplio margen autoritario como una sociedad del honor sobre la vida.
Históricamente la imagen de un samurái estuvo más relacionada con la de un arquero a caballo que con la de un espadachín, y no fue sino hasta que reinó una relativa paz cuando la espada adquirió la importancia con la que la relacionamos en nuestros días. En la sociedad actual, la fantasía y la realidad de los samurái se ha entremezclado e idealizado y sus historias han servido de base tanto de novelas, como de películas y tiras cómicas.
Aunque no existe una certeza del origen exacto de la palabra samurái, la mayoría de los historiadores concuerdan en que la palabra tiene su origen en una variación del verbo en japonés antiguo saburau que significa «servir», por lo que el término derivado saburai se convierte en «aquellos que sirven».
El Hagakure o Bushido, es el libro en el que se resume la esencia del samurái. Empieza diciendo: “El Camino del Samurái es el Camino de la muerte, un samurái tiene que amar la muerte tan como temerla, vivir pensando en la muerte todos los días y que está sea el último pensamiento que tenga antes de dormir todas las noches”.[1]
No se trata como pudiera pensarse de una doctrina del suicidio, el suicidio es sólo una característica de esta doctrina, se trata más bien como dijo Tsunetomo Yamamoto, el autor original del Hagakure, de aceptar que todas las cosas mueren y que es necesario dignificar la vida para así poder dignificar la muerte.
Es importante este último punto, la dignidad de la vida, porque es algo que en nuestra moral occidental no se toma en cuenta, bajo la doctrina de la vida a pesar de todo y contra todo, se pone la vida en un rango demasiado alto, en un valor que la hace superar quizás todos los demás valores trascendentales. No es de extrañarse, si recordamos entonces lo que se planteaba en capítulos anteriores a cerca de nuestro reciente Narcisismo, ya que si existimos sólo en función de nosotros mismos y perdemos la capacidad de generar valores trascendentales, es decir que nos superen en nuestra finita existencia, no hay valor más importante que la vida. Más aún el individuo y su sociedad se han vuelto humanistas, en el sentido de que no ven nada más hermoso ni más trascendental que la vida.
Si bien en nuestras sociedades occidentales hay muy pocos suicidios por honor, hay muchísimos por el hecho de que la vida no es satisfactoria, es decir muchísimos suicidas que rechazan la misiva de la vida ante todo.
Si la auténtica y continuada felicidad es inhallable (si el mundo como quieren los cristianos, es un lugar caído, de cuyo carácter participamos los hombres), queda una última pregunta por formularse. ¿Merece la pena vivir si no existe la dicha? La felicidad total no existe, pero su sombra existe y nos queda aún la quimera. No trato de ser vitalista, y como ya vimos en la vida hay momento privilegiados, altas intensidades, crestas de razón y gloria, fuertes focos donde como ya dijimos, todo parece haberse detenido y semejar perfecto. Por tales momentos de belleza, sea cual sea, vale la pena intentar vivir. Porque obviamente nuestro posible gozo está estrechamente unido al intento. Hay que buscar esos instantes de plenitud, el instante que Fausto llamaba: Detente Eres Tan Bello; y actuar en lo demás como si dependiera de nosotros atrapar el sol. Esto significaría entonces convertirnos en Ícaros y Faetontes.
¿Merece pues la pena vivir? La primera respuesta sería, merece claro está y además conviene intentarlo aún siendo conscientes del casi inevitable fracaso, si nos resistimos a caer en el convencionalismo de felicidad confundida con bienestar. Y ello es lo que valora la figura del perdedor genuino. No puede perder quien nunca apostó, quien como la gran mayoría de las personas optó por no arriesgarse a saltar, y mantenerse al margen de las felicidades casuales y efímeras. Pierde quien, despreciando las presiones del medio, las aspiraciones del común y los anhelos del triunfo conformistas y egoístas, da el salto hacia el astro, desafía y probablemente se precipita al báratro. Mas el salto ha sido necesario, porque la caída (tras el leve vuelo de esa felicidad superior) ciñe la corona al príncipe. Si el perdedor es un tipo o un género ilustre, ello se debe a su desprecio por la norma, como dijimos por nuestra era de indiferencia y normalidad, y al salto que efectúa para intentar atrapar una quimera, un imposible. Sea la grandeza misma de la meta o la intensidad de la meta cortamente lograda lo que la destruyan.
Hay personas que viven de esta manera, el riesgo (y no necesariamente su violencia) es el único destino humano que merece la pena ser seguido, en su visión, la vida normal es un castigo inclusive peor que la muerte, resignarse o morir, y eligen el salto, la muerte voluntaria. Esto puede verse como una ridiculez, que estás personas deberían madurar quizás, o quizás necesitan ayuda y terapia, que les falta afecto, y en realidad no, lo que les sobra es expectativas por la vida, lo que les falta, uno nunca sabe, sencillamente la vida misma les falta.
Viven en un continuo y autodestructor esfuerzo por ser felices, hasta que se estrellan inevitablemente con el no poder con el non plus ultra. Y entonces por añadidura la muerte poseerá un sentido, un sentido macabro quizás, morir será un hallazgo, una plenitud, un reposo, un premio, una querida y hasta posible cima. Intentar vivir, comprender y gozar el valor de ese intento se vuelve el significado principal. Porque amar la felicidad ser demasiado positivo y amar el placer o ser hedonistas y egoísta son extremismos.
Entonces llega un punto, la emoción no está en la cima lograda, pues casi nunca se alcanzará realmente y si se hace será una quimera que se disolverá en el aire, lo que vale es el vuelo, haberse atrevido a saltar la línea del conformismo social en el que nos vemos inmersos, y caer, como Ícaro a los mares, porque saben que caerán pero aman la caída, los convierte en desdichados, pero es su última y desesperada forma de ser felices, porque durante unos privilegiados instantes pueden acceder a esa felicidad suprema que nosotros no alcanzamos a comprender en nuestra moral del sufrimiento.
Entre estas dos felicidades la conformista (que es felicidad al fin y al cabo al entrar sanos y salvos a un círculo social donde podemos expendernos y morir después de vidas largas y felices) y la icárica, vivir desechando a la aburguesada medianía, vale la pena intentar vivir, intentar llenar el molde, vivir como un narciso o como un hedonista dentro de la seducción de nuestra época. Por la plenitud o por su búsqueda, pero no a cualquier precio, sin caer en la doctrina del sufrimiento, más bien viviendo acostumbrándose a morir como en el Hagakure, la muerte así no se vuelve un escape de la vida, no un acto cobarde, se suma a la vida y la dignifica.
“He descubierto que la vía del samurái es morir” decía el último de los samuráis contemporáneos, Yukio Mishima. No se trata evidentemente de morir porque sí, no es una incitación al suicidio. Sino de practicar una ascesis espiritual y física en la que pensar en la muerte (porque es evidente que todos vamos a morir) dignifica y ensalza la vida. Para algunos no se debe vivir a cualquier precio, hay que saber morir cuando el momento llega, (¿caída Icárica tal vez?) y no es enfermedad ni decrepitud necesariamente, morir con dignidad y belleza.
La muerte está dentro de la vida y en muchas ocasiones la dignifica, es algo evidente que nuestra conceptualización del “derecho a la vida” nunca revela. Porque vivimos en una cultura donde la muerte requiere discreción, porque sucede todos los días y nos gustaría ser la excepción.
En la muerte como exaltación de la vida no hay asomo de practicidad o cobardía sino una dura y refinada forma de heroísmo.

[1] MISHIM Yukio Hagakure: El Camino del Samurai Ed. Planeta.

sábado, 24 de enero de 2009

La Razón De Los Monstuos

Para continuar con el desarrollo de este tema es necesario retomar una idea que se planteó desde la introducción. La idea de la conformidad. Hemos visto hasta el momento que la vida lejos de ser el arquetipo de realizaciones y expectativas, tiene una visión cruda, no digamos negativa, sino cruda solamente, donde en realidad estamos constantemente desesperados por buscarnos a nosotros mismos, debido a que ya no podemos manifestarnos en los demás y compartir ideales, ya no hay capacidad de cohesión, y hemos pasado a una emancipación donde nos hemos dividido en individuos isla.
En la teoría del desarrollo humano se habla de un punto en que el adolescente, después de su trágico y siempre radicalista encuentro con el mundo adulto, debe determinar su función social y acepta los estándares y normas de la sociedad misma en la que se desenvuelve, en complejos ritos de iniciación establecidos culturalmente. En nuestra cultura occidental con su economía liberal, la introducción de un individuo a la vida adulta es determinada principalmente por su capacidad de autosustento. Como se dice coloquialmente, hacerse responsable de sí mismo, pero básicamente, mantenerse económicamente. Independizarse del hogar paterno.
En los parámetros de la misma teoría de desarrollo, este proceso es el proceso definitivo, el paso de la adolescencia a la adultez. Sin embargo yo no me atrevería a decir que esto necesariamente es cierto, en realidad no se ha demostrado un proceso de maduración psicológica divisible entre la adolescencia y la adultez. Esto nos enfocaría a decir que en realidad todos somos adolescentes, y que la adolescencia por lo tanto es una etapa que nunca se supera realmente. Sin embargo estamos comprometidos en una sociedad, donde tenemos que asumir un rol ya sea voluntario o impuesto. Adolescentes con roles adultos, sería más parecido al resultado final que está aceptación social provoca.
Esto último es importante porque significaría que en muchos grados la vida nos somete y en todas direcciones se nos pide, o más bien impone y exige que rellenemos determinados moldes y nos volvamos parte de determinados arquetipos. Todo esto no es necesariamente terrible a pesar de su sublime arbitrariedad, es parte de los requisitos que un ser tan complejo y autodestructivo como el ser humano ha establecido para poder vivir en una aparente armonía. Aceptar tu rol social y desenvolverte en una sociedad determinada, ya no como antes para el mejoramiento y progreso social, sino para no convertirte en un lastre, ser útil por lo menos para ti mismo y mantener las relaciones “serviciales-económicas” con tus semejantes, esos son los requisitos que enfrenta el adolescente que espera, pertenecer.
Cometemos un error entonces al esperar que todas las personas puedan entrar dentro de este perfil, creemos que necesariamente todas las personas deben aceptar los rolos impuestos o voluntarios, porque nosotros mismo los aceptamos. No vemos en realidad que aceptar un rol no sólo implica tener una función social determinada, sino implica estar de acuerdo con las visiones paradigmáticas de nuestra sociedad, aceptar la vida misma como la medianía.
Hay personas que no entrar precisamente en este estándar de aceptación de la vida, inadaptados sociales quizás, pero más que eso, soñadores, son personas que ya sea, estéticamente, económicamente o ideológicamente esperan algo más de lo que su realidad constantemente les ofrece. Sus perfiles son bastante variados, van desde filósofos inconformes como ya lo vimos en el primer capítulos, escritores soñadores como sería el caso de Lord Byron, artistitas incomprendidos o sencillamente personas cuya sensibilidad natural no les permita sencillamente aceptar “que la vida es muy dura y cruel con pequeños momentos felices que la hacen valer la pena”. Pareciera que no pero básicamente así concebimos la vida, se nos adoctrina para aceptar y tratar de superar nuestras limitaciones, y para que todo aquello que nos oprime (y muchas veces demasiado) que este fuera de nuestras capacidades cambiarlo, debemos aceptarlo.
La vida ante todo y sobre todo, lo que debemos aceptar como cierto y debemos como ya dije en la introducción, aguantar. Es una filosofía que deriva de nuestra moral occidental, altamente cristiana, donde no hay valor más importante que la vida, y no hay nada más irremplazable que el individuo, esto es muy bueno en ciertos sentidos, pero también nos proyecta en una cultura del sufrimiento, del martirio.
Nuestra cultura y nuestra “declaración de los derechos humanos”, nos imponen la vida no ya cómo un derecho sino además como una obligación, nada por encima de la vida, por lo tanto privan al sujeto de una de las capacidades más importantes de elección, la de su vida misma. Pues ideológicamente la declaración de los derechos humanos propone la igualdad entre los hombres y que ningún tercero pueda decidir bajo ninguna circunstancia el derecho o no a la vida de un individuo, pero esto a su vez separa al individuo de su derecho ancestral a acabar con su existencia.
Quiero abordar más profundamente nuestra ética del sufrimiento obligatorio. El cristianismo, que querámoslo o no es la base filosófica de nuestra cultura occidental, sus valores de caridad, humildad, honestidad, unión monogámica, valoración de la virginidad, entre muchas otras reglas sociales, estableció esta ética del sufrimiento. Bajo la justificación de que hay que ser humildes y resignados, es decir aceptar abiertamente los designios de Dios y entender que nuestro sufrimiento en esta vida será recompensado en la siguiente si somos buenos. Independientemente de la creencia o no en Dios y la siguiente vida, el cristianismo estableció una dogma mucho más profundo, que nuestra vida no nos pertenece enteramente y que el sufrimiento debe ser aceptado con resignación, no como un equilibrio como en la filosofía oriental, sino como un castigo necesario.
Es decir, nos enseñaron a aguantarnos ante todo, pero si nuestras vidas no nos pertenecen ¿entonces a quién? Si no tenemos derecho a decidir sobre el rumbo de nuestras existencias ¿entonces quién lo tiene? De ahí muchas filosofías extremas han adoptado diversas respuestas, pero la verdad es que en nuestra visión cosmogónica del mundo, ese espacio quedó en blanco, ¿quién tiene derecho sobre mi vida si yo mismo no lo tengo?
Eso no significa que en todas las culturas sea de esta manera y en realidad hay sistemas de valores mucho más avanzados que el nuestro, donde la vida no puede estar sobre todas las cosas porque evidentemente hay cosas más trascendentales que la vida, como el honor, la fe, la amistad, la familia. En realidad fuera del Cristianismo la cultura humana siempre ha apoyado el suicidio como un acto que dignifica la vida del hombre. Las tragedias Griegas siempre fomentaban que el valor de la vida siempre se veía opacado ante la gloria, la amistad y el amor. Pero de entre todas estas culturas, específicamente hay una que me gustaría abordar.

jueves, 22 de enero de 2009

In The Desert You Can't Remember Your Name

Aterrizar la idea de felicidad nos conduce entonces a esto que estamos a punto de concretar, que la felicidad no importa en lo absoluto, realmente ya no se persiguen ideales. En el mundo a la carta, las ideas de revolución, de cambio, quedan desprovistas de significado, quedan vacías, por lo tanto en el crepúsculo nihilista, el vacío ya no significa la nada, el rechazo, simplemente asemeja un desierto, carente de vida, en esa concepción tienen los posmodernistas a las sociedad moderna. ¿Qué vacío exactamente? Un vacío en los sistemas de valores, tanto políticos como sociales, el proceso frenético de personalización, es decir los individuos abandonan y se auto-destierran de las sociedades y todos los compromisos sociales, y se sumergen en una nueva etapa conocida como “El Narcisismo”.
Toda sociedad tiende a buscar una figura mitológica, con la cual identificarse sociológicamente que reinterpretan en función de los problemas del momento (Lipovetski). Las sociedades se han refugiado en diversas figuras, Edipo como emblema universal, Fausto, Aquiles, Ícaro, y nosotros nos hayamos reflejados en el espejo de Narciso. Narciso como símbolo de la individualidad, como la compulsión obsesiva por uno mismo. Encontrarnos en nosotros mismos, dentro de nosotros mismos, limitados por los espacios expansivos de nuestra nueva “conciencia”. Buscamos en todo momento esta nueva ola de psicologización.
[1]El individuo se convierte entonces en catarsis de sí mismo, está en constante cambio, en esta moda de “la introspección”, pero en un cambio nulo, que carece de relaciones con los demás, el individuo rehúye de los demás por lo tanto no cambia en función de una mejora social, sino en una hiperinversión, para sumergirse dentro de sí mismo. Por eso actualmente las modas tienden al psicoanálisis, a las terapias personales, al equilibrio de las energías del cuerpo, el mejoramiento físico y espiritual, “sentirse bien consigo mismo” se ha vuelto el aparato relacional de las personas. “I have to love myself enough so I don’t need anyone to love me”. La última frontera del Narciso ha sido superada, nos hemos convertido en el Narciso absoluto, únicamente en función de sí mismo, se puede vivir sin un sentido, no preocuparse por el sentido “trascendental” de la vida, únicamente en función de nuestras necesidades y nuestras aspiraciones, siempre prefabricadas por las expectativas del mass media, por lo que generan sobre nosotros los medios, mientras más libertad psicológica ganamos, es decir, ser quien nosotros queremos ser, perdemos más libertades mucho más esenciales, cómo la capacidad de elegir.
En una primera opinión podríamos pensar que en realidad vivimos lo contrario, una época de opciones, de una constante seducción (Lipovetski). La seducción como una invasión del mass media, en una época globalizada, donde las fronteras políticas y sociales, territoriales y culturales, son simples simbolismos, ruinas de un pasado de una sociedad colectivizada y nacionalista, podemos fabricarnos a nosotros mismo, y los comerciales nos anuncian un Té verde con un sujeto haciendo Tai-Chi con un estereotípico maestro Chino, mientras el slogan anuncia “Libérate”. Y esa es precisamente la cuestión, una construcción de lo que queremos ser, a la carta, pero olvidamos que la carta siempre la establece alguien. No es una “alienación marxista” ni la aflicción de la “bancarrota del sistema”, porque eso implicaría que estamos evolucionando hacia una unificación social, que derivaría necesariamente de una revolución obrera. Pero eso no pasa y nuestra sociedad se encuentra demasiado alejada de los ideales revolucionarios, políticos en general, ya no digamos un interés por el cambio, un compromiso con el futuro.
Lo que vivimos no es la tragedia nihilista, ni la alienación marxista, lo que vivimos es un estadio puro de indiferencia. No una indiferencia como podríamos pensar, como una nada, un vacío propiamente, sino más bien como un desierto. Una revolución interior, una obsesión como ya se ha señalado por uno mismo, por lo único finito e irremplazable que tenemos, nosotros mismos, y entonces nos disgregamos, nos separamos de todo aquello que obstaculiza nuestra comunión con nosotros mismos, una despedida a los uniformes, a los ideales nacionales, a las problemáticas sociales, todo lo que no nos atañe directamente no nos interesa de ninguna manera, aún si recibimos las consecuencias indirectamente, no logra mover un ápice de nuestra voluntad. Ante la crisis, la guerra inminente que presentimos y vivimos en la “sociedad del fin del mundo”, no nos sentimos hostigados ante la idea de un derrumbamiento de la civilización, lo que nos aterroriza en realidad, es la pérdida de nuestras comodidades, y por lo tanto nuestro espacio de encuentro con nosotros mismos.
Una sociedad apocalíptica señalaba Caraco, no en el sentido de que realmente se acerque el fin de los tiempos, sino qué más que en cualquier otra época tenemos una obsesión con el fin del mundo, en cada década se asegura llegará el fin de los tiempos, y los medios tanto televisivos como cinematográficos y escritos no hacen más que reforzar está aflicción por el fin, está fascinación por la inminente destrucción masiva. ¿Por qué? Sencillamente porque nos gustaría que eso en realidad sucediera. Hemos perdido la noción de “los demás” como iguales. En la época de la igualdad de derechos, de que todos somos iguales, más egoístamente nos arraigamos a que nosotros somos diametralmente opuestos a la masa, cuando la masa en sí misma ya no se mueve en una sola dirección, sino en una compleja serie de direcciones microsociales, o inclusive de individualidades moviéndose no en una dirección precisa porque eso implicaría una conciencia del sentido, sino más parecido al movimiento histérico y aleatorio de un enjambre de abejas. Es decir que nosotros tratamos de separarnos de la masa en un desesperado intento de personalización, al igual que todos los individuos de la masa piensan de la misma manera, entonces lejos de ser una masa, nos pareceríamos más a un remolino de arena, caracteres individuales que dan la apariencia de ser homogéneos, de moverse socialmente, cuando realmente ya la sociedad sólo se sostiene por el compromiso de que nos necesitamos unos a otros para poder mantener nuestro bienestar individual. Por eso mismo decía que ansiamos el fin del mundo, esté fin a nuestras forzosas relaciones con los demás, que todo se acabe. Mientras que a su vez, entendemos que tarde o temprano hemos de morir, y la idea que el mundo continuará sin nosotros se nos hace insoportable, y desearíamos que el mundo acabara con nosotros, “para no perdernos nada”.
De este modo la autoconciencia ha substituido a la consciencia de clase, la conciencia narcisista substituye la conciencia política, substitución que no debe interpretarse ni mucho menos como el eterno debate sobre la desviación de la lucha de clases. El narcisismo por su autoabsorción, permite un abandono total de la esfera pública y por ello una adaptación funcional al aislamiento. A la soledad.
Volvamos a la idea de felicidad, como vemos, está idea nos obsesiona más que nunca, en nuestro descubrimiento de nosotros mismos, chocamos la mayor parte del tiempo con la idea de que en realidad no somos felices. Pero la felicidad que buscamos va precisamente dirigida a la búsqueda de nosotros mismos, a la libre complementación de nuestra verdadera naturaleza. Para ponerlo en palabras más simples, entre más nos obsesionamos con la idea del bienestar de nuestra persona, buscando en nosotros mismo la felicidad perdida en el proceso de indiferencia social, menos encontramos algo dentro de nosotros y nos enfrentamos al vacío mismo. Entonces repetimos la pregunta en el desierto… ¿Quién soy? Y no hay respuesta, no hay nada en el desierto, ni siquiera nuestros nombres.
[1] Proceso según Gille Lipovetski en el cual el hombre limitado por su “psi”, libertad personal, expansión de la conciencia, llega a un punto de estancamiento donde es incapaz de enmanciparse con la colectividad, donde pierde un sentido de identidad social, por lo tanto se refugia dentro de sí mismo como única forma de enfrentar su vacío social.

miércoles, 21 de enero de 2009

Brevario del Caos


En 1949 el filósofo y sociólogo checo Albert Caraco, publicó uno de sus más famosos libros en el que una serie de párrafos y anotaciones resumían el trabajo de su vida. Brevario del Caos[1] es un libro posmodernista, con la decadencia que esta tendencia filosófica ve en el mundo, Caraco nos narra agriamente la visión de un mundo que en realidad no es más que la escuela de la muerte, los seres humanos atraídos incesantemente hacia la muerte como las polillas al fuego, y la vida misma podría tomarse como este fuego, la vida misma nos arraiga a ella, por alguna luz que nos encanta. Inclusive el filósofo, Albert Camus llegó a pensar en el hombre como animal suicida, o a plantear que la verdadera libertad del hombre yacía en el simple hecho de poder terminar voluntariamente con su existencia. ¿Voluntad? ¿Libertad? ¿Animales Suicidas? Para nosotros todo esto nos suena a una voluptuosidad anímica, un estado que sólo los filósofos parecen capaces de comprender. Un montón de locos que tienden al suicidio, los ejemplos entre ellos sobran, desde Sartre, el mismo Caraco, y si nos vamos más atrás llegaríamos hasta Sócrates quien tomó voluntariamente la cicuta, y todos ellos giran alrededor de un mismo perfil ¿Ser filósofos? En realidad no, en su ensoñación, y no me refiero al sentido más literal de la palabra, no vivir soñando, más bien hacer de la vida su verdadero y profundo sueño.
Antonio de Villena lo señala muy bien en su libro titulado “La Felicidad Y El Suicidio”
[2], e inclusive nuestra psicología actual parece estar de acuerdo, las personas que se suicidan son necesariamente infelices, pero ¿es acaso malo ser infeliz? Y sobre todo ¿qué es la felicidad? Todos concordamos en que la idea de felicidad debe partir necesariamente de la idea de bienestar, y que ésta a su vez abarca cosas simples como salud, trabajo, estabilidad económica, auto aprecio, confianza y sobre todo una inquebrantable voluntad, cosas que en el mundo del ser humano son muy poco comunes, y cuando se encuentran son meramente temporales. Y sin embargo estaríamos cometiendo un error terrible al pensar que la felicidad debe ser un estándar social.
Dentro de la psicología y me refiero a esta ciencia (pese a la justificación previa en ensayo) por ser una de las ramas sociales que más se ha enfocado a comprender este fenómeno, y no podemos apartar la idea de suicidio sin una comprensión psicológica genera el mismo; bien en dicha ciencia se clasifica a un suicida con características un tanto monstruosa depresivo, compulsivo, obsesivo, psicópata, en general como alguien que es peligroso tanto para sí mismo como para quienes le rodean, y hemos llegado a pensar precisamente que es así, que las personas suicidas, son cobardes, que buscan la manera fácil de acabar con los problemas, ¿necesariamente? ¿Es fácil tomar la resolución y quitarse la vida? Acostumbrados como estamos al estereotipo del oficinista atrapado en deudas impagables, sin empleo y abandonado por su familia, entonces decide colgarse o darse un tiro; o quizás visualizamos al adolescente drogadicto, ignorado quizás por el oficinista antes mencionado, botado por la novia, que siente que su pequeño mundo se le viene encima, entonces da la estocada final, y se corta las venas, o sencillamente se toma un frasco de pastillas y luego se encuentra más tarde en su cuarto, ante la increíble tragedia que aparece unos minutos en las noticias. Estamos quizás, tan aterrados ante la idea de que alguien acabe con su vida, que sentimos la necesidad de estereotipar inclusive aquellas muertes, es más fácil comprenderlo desde la perspectiva de que son casos de gente que huye de la vida y con esto superamos nuestra interna consternación ante algo que nos parece aborrecible y que juramos realmente nunca haríamos. Pero nos sorprendería saber que ese tipo de suicidios, de desesperación, o por depresión sólo suceden en 3 de cada 10 casos de suicidio. Y en realidad no son personas insignificantes las que se suicidan como pensamos, seres que se quedan atrapados en la ratonera de sus infiernos personales, realmente el perfil de un suicida va mayormente dirigido a lo que planteaba en un principio, una persona infeliz, pero no en el grado mezquino que llegamos a darle a la palabra.
Primero que nada habríamos de ajustar el concepto de felicidad, algo atrevido, imposible en muchas maneras, Camus ya había señalado que la felicidad debía ser el problema supremo de la filosofía. Yo tomó el ejemplo de Jorge Luis Borges, un hombre erudito en todos los sentidos, un verdadero monstruo de la literatura hispana y más profundamente de la literatura mundial. Borges quedó ciego a los 57 años por una miopía y astigmatismo demasiado avanzados (en su época no existía el milagro del láser) pero vivió a hasta los 89 años. Esos son 32 años de ceguera, para alguien que vivió de escribir y leer, debió significar el infierno encarnado. Un suplicio que sumergió a Borges en la profunda depresión, tanto que no publicó nada en cerca de 6 años. Un hombre con una aguda inteligencia, una prosa indomable y un verso inaudito, vivió deseando la muerte toda su vida, pero el poema Si Pudiera Vivir Mi Vida Otra Vez, publicado en una célebre revista literaria mexicana dirigida por el maestro Octavio Paz unos meses antes de la muerte de Borges, señalaba un perfil diferente, si bien Borges había sido desgraciado, privado de su elemento de trabajo, sumergido en las tinieblas, en realidad en sus últimos momentos, hace una confesión inesperada.
Un hombre del perfil de este monstruo fue galardonado con la mayoría de los premios de literatura existentes, su libro El Aleph y El Libro de Arena son hasta la fecha obras insuperables de la literatura hispana contemporánea, a lo que me quiero referir es que Borges pese a su ceguera, llenaría el perfil de un hombre que pudo hacer de todo en su vida, piedra angular de una nueva generación de escritores, podríamos decir que tuvo una vida feliz, se definimos felicidad como logro de las metas propuestas, prosperidad y fama bien adquirida. Sin embargo él mismo confiesa en su poema El Remordimiento: “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz”. Y plenamente consciente de lo que estaba diciendo Borges plantea este problema básico ¿un hombre, sabio, exitoso, culto, inteligente debería ser feliz? Más adelante en el poema nos responde esta pregunta: “Mi mente se aplicó a las simétricas porfías del arte, que teje naderías”. No, es la respuesta rotunda y seca, el éxito, el saber, la inteligencia no hacen al hombre feliz, más bien parecen obedecer a una misiva contraria, llegaríamos a pensar que no hay genios felices, o mejor dicho, la felicidad está demasiado alejada de la genialidad. La felicidad debe entonces necesariamente ser ignorancia o pertenecer a un término intermedio, yo apoyaría más la última opción, los términos intermedios.
No pretendo en ningún momento tratar de argumentar lo que estoy a punto de plantear con estos ejemplos tan particulares, pero el ensayo filosófico implica el establecimiento muchas veces de tesis arbitrarias y generales.
La felicidad es, necesariamente, inalcanzable, nadie puede ser feliz. Tal vez ahora leyendo estás líneas se les puedan ocurrir una infinidad de argumentos que señalan en mucho momentos felicidad, pero es ahí precisamente donde puedo empezar a cuestionar la felicidad, momentos de felicidad, instantes, paraísos que parecen alejarnos del tiempo, lo que Paz llamaba “los momentos donde el tiempo se detiene” o Márquez diría tal vez “los momentos que nos roban el aliento”. Como quiera que se ponga, están de acuerdo en una cosa fundamental, la felicidad es entonces más bien definida como momentos felices, finitos, irrepetibles, por lo tanto intangibles, nadie puede poseerlos, si bien el adjetivo feliz se da con mucha facilidad, el concepto pleno de felicidad, es un tanto más complejo. Además en la serie de momentos felices que seguramente pensaron, habría una pregunta fundamenta que hacer. ¿Qué es lo que me hace feliz?
Los hedonistas son los filósofos que buscaban el principio del placer, es decir llevar una vida de dejación, quitarse todas las ataduras que impidieran “hacer lo que uno siente”. En el libro de Rebeláis, Gargantúa y Pantagruel, Pantagruel entra a un templo donde la única regla está inscrita en un letrero a la entrada, “Haz lo que quieras”. Esperaríamos encontrar dentro del monasterio un caos total, parecido a esas sociedades anarquistas del fin del mundo, pero Rebeláis con su incansable sentido del humor nos sorprende mostrándonos una sociedad organizada y pacífica, que obedecían a su única y sagrada ley, hacer lo que les venía en gana, actividades deportivas, sexuales, recolección, siembra, todo en un orden que parecería antinatural de la anterior enunciación que nos proponía Haz lo que quieras. Yo no pienso como Rebeláis, y diría que ante un letrero semejante las personas se quedarían estupefactas. Haz lo que quieras, sé libre, pero en realidad no seríamos completamente felices en el monasterio de Rebeláis, es más estaríamos lejos de ser felices, porque hacer lo que quieras, lo que realmente quieres implica un principio básico, saber qué es lo que se quiere, y realmente esa es una de las problemáticas de nuestra vida contemporánea, hemos bien cierto ganado muchísima comodidad, pero hemos perdido mucha espontaneidad en el proceso.
Un terrible estado en el que somos sólo mecanismos, obedecemos a patrones y fórmulas sociales complejas, pero que muy en el fondo tienen un funcionamiento casi automático, más parecidos a una calculadora que a una computadora. Los hedonistas tenían su forma de liberarse, su desapego con lo moral, con las cadenas del pensamiento recto. Pero lo que nos ata a nosotros es quizás mucho más siniestro, mucho más pesado para sencillamente quitárnoslo de encima.
Esa es la realidad de cientos de miles de seres humanos, autómatas atados, y no es que yo quiera reiterar lo evidente desde Marx y Nietzsche, que somos autómatas, esclavos del sistema económico, seres sin voluntad, hommo ludens. En realidad evidentemente somos más hedonistas de lo que pensamos, lo único que nos importa es la obtención del placer, y que sea inmediato, nuestra sociedad y visión del mundo gira en torno a lo finito, a lo agotable y por lo tanto a las ansías incontenibles de tener. No tener por el hecho de hacer, tener por el llano hecho de tener. Vivimos pues en la época de la más profunda de las indiferencias. El hedonismo más que placer, predicaba la indiferencia, no preocuparse por nada, que todos siguiera su natural curso. No tan alejados estaban de la filosofía de Lao-Tsé y su Tao Tse King, que consiste precisamente en abandono, en renuncia, en entregarse completamente a una vida de indiferencia.
Podemos ver bien entonces que el suicido se hace de cierta manera “incompatible” con nuestra nueva era de la indiferencia (Lipovetski)
[3]; precisamente por su solución radical, trágica, su inversión extrema de la vida en la muerte, su desafío, el suicidio sencillamente ya no coincide con el laxismo moderno. Para seres que vivimos bajo el principio del placer, atomizados por la seducción del mass media, por esta nueva y compleja a la vez que simple, vida á la carté,[4] no tomamos resoluciones nihilistas, “mejor ninguna cosa que cualquiera” , en realidad no importa mucho, siempre podemos comprar estos momentos felices, los ofrecen al por mayor cada cinco minutos, cada instante es un alejamiento de la colectividad, por lo tanto una pérdida en el sentido de la vida, un sin sentido completo, porque la vida se ha transformado en un desierto donde ya no recordamos nuestros nombres.
[1] CARACO, Albert Brevario del Caos Ed. Sexto Piso México 2008
[2] VILLENA, Antonio La Felicidad Y El Suicidio Ed.Braguera España 2007.
[3] LIPOVETSKI Gilles La Era del Vacío Ed. Colectivos Anagrama México En Apoyo con CONACULTA.
[4] Lipovetski plantea en el primera capítulo del citado libro, titulado la Seducción Continua, que el hombre posmoderno a diferencia de lo que se pudiera pensar debido a la liberación de los rigores tradicionales y los sistemas autoritarios, ha generad menos libertad que anteriormente, al hecho de que se estructura a sí mismo a partir de la elección que los mass media van colocando para su realización personal.

Sobre El Suicidio

Abyssus Abyssum Invocat – Ovidio –

La vida definida como la propiedad inherente a algunas cosas en el universo, como una fuerza dinámica y finita, aquello que permite a los objeto cobrar determinada actividad anímica, que lo separa durante un lapso corto de tiempo de la inactividad coercitiva que todos los objeto abióticos del universo poseen, es una conjetura, demasiado evidente para ser cuestionada, demasiado efímera e insignificante para ser tomada en serio. La vida es quizás el fenómeno hasta la fecha conocido, más inexplicable y complejo, fenómeno al que estamos sometidos los seres humanos, a la sin razón de la existencia como diría Ciorán[1]. Entonces dentro de la vida y sus múltiples e inusitados vaivenes, surge la cuestión elemental y hasta el momento tabú dentro de nuestra sociedad, la manera en la que se deba acabar con la misma.
En la misiva de que todos invariablemente habremos de morir tarde o temprano, hay quien llega a pensar que sería 100% mejor acabar voluntariamente con nuestra vida, elegir el momento justo de la muerte, sin importar las razones la idea de que alguien pueda terminar voluntariamente con su existencia nos suena en un primer plano a una locura, una corrupción de nuestro pensamiento, una depresión tan profunda, tan lacónica que el individuo pierde inclusive el instinto de auto conservación.
Ahí mismo cae el primer argumento que clasifica al suicidio como un acto inhumano, “el instinto de auto conservación” al ser evidentemente que alguien que acaba voluntariamente con su vida, ha superado todos los instintos y vínculos materiales que le apegan a la vida, y si lo vemos algo poéticamente ha alcanzado la plena libertad, ya bien ha superado una de sus condiciones humanas, la de el instinto que lo arraiga a la vida.
Sin embargo hay otro vínculo que quizás nos arraiga más fuerte al mundo que todos los instintos e ideologías románticas de la vida. Las otras personas, nuestros seres queridos, porque aún las personas más desdichadas muchas veces tienen personas que los rodean y que en grados diferentes se interesan por ellas, simplemente desde el hecho de que no estamos completamente solos, y todos tenemos un linaje familiar, nos desenvolvemos en determinados círculos sociales y trabajos en áreas de contacto humanos, esto señala como evidente la existencia de vínculos humanos. Pero se comete un error principal con este contra argumento, no es la falta de compañía o la soledad en el sentido literal de la palabra como aislamiento, la que impulsa a los suicidas, digamos que la soledad nuestra, que implica la privación de la compañía del otro, no es la soledad de los suicidas, su soledad es quizás mucho más sublime, más poética que la nuestra, es una soledad interna, un hueco permanente que los desajusta del paisaje de la vida, sea gris, rosa o incoloro como cada quien lo perciba.
En la declaración de los Derechos Humanos se enuncia: “Todo hombre tiene derecho a la vida”. Pero hasta qué punto esto es verdaderamente cierto. Hasta qué punto puede el mismo derecho que uno tiene a vivir, darle derecho a decidir el rumbo de su vida, y este derecho incluiría el momento donde alguien piense que la misma deba terminar. Es entonces cuando salen al ataque todas las defensas humanistas, religiosas y psicológicas, y todas gritan a una sola voz: “El Suicidio es Malo”. De ahí que la enunciación de los Derechos Humanos pierda todo sentido: “Todos tenemos derecho a la vida, pero tenemos la obligación moral para con los otros de conservarla a pesar de todo”.
A pesar de todo, y esa es la sentencia final con la que juzgamos a los suicidas como monstruos cobardes, bajo la siempre egoísta visión de “si yo debe enfrentar mis problemas, si yo debo sufrir los vaivenes de la vida, ¿por qué el sí huyó? ¿Por qué el sí pudo escapar?”. Cometemos ese error narcisista de juzgar el mundo entero proyectándonos en él sin entender que muchas veces hay personas que aman demasiado la vida, personas que no pueden estar conformes con su realidad como todos nosotros, y digo conformes en el más amplio sentido de la palabra, personas que como ya dije, no encajan en el cuadro de la vida, ellos son los verdaderos suicidas.
[1] CIORÁN, Michelle Emil Ese Maldito Yo Ed. Tusquets 2006 México.

miércoles, 14 de enero de 2009

i-WASTE


Y se acerca un sujetillo por la calle y me dice en un tono folklórico del buen mexicano... WEY, TÚ ERES MÚSICO EDA?... Yo lo miré con cara de, trata de no mirarlo con ninguna cara despectiva... Si, o eso pretendo... y entonces el invidivuo este, que ere un niño de 13 años compañero de clases de mi hermano me dijo... ENTONCES ¿POR QUÉ NO TIENES UN iPOD?... Y le agradezco y dedico este post de hoy...


iPOD pequeño aparato (que antes no solía ser tan pequeño) que sirve para almacenar y reproducir música, al igual que archivos de video e imágenes, la manera en la que lo hace para quienes jamás se lo habían preguntado es la siguiente, el invento del no diré hombre moderno, háré honor a Lyotard a Senett y a Lipovetski y diremos, hombre posmoderno, ha logrado simplificar la música... el MP3, ¿y qué es eso de MP3? Sencillamente es un formato de archivo que elimina todo lo que supuestamente (no escuchamos directamente) de la música que a nivel de datos ocupa mucho espacio y reduce a la música a lo primigenio o meramente indispensable, es decir, corta la calidad de lo que se oye para lograr hacer los archivos más pequeños y poder almacernarlos en mayores cantidades... no se diga del MP4... Pero después de esta perorata yo me pregunté... ¿tener o no tener un iPOD? La economía es estricta, cruel y realista, no hay dinero para una aparato de esos, pero admitamoslo, esas minibestias se han hecho bastante accesible y si me voy a la fayuka chance consigo un iPOD Nano en 1,000 varos, robado claro está... pero realmente ¿me atrevería a hacerle eso a un semenjante? ¿Fomentar el robo del aparato vital, del nuevo órgano externo de la juventud? Entonces hay que sacar más argumentos, y como músico lo primero es la música, bueno después del alcohol y las mujeres, pero como eso de que uno es straight edge, entoces lo primero es la música...

Si ahora sé que el iPOD y toda su grandiosidad le quita calidad a lo que escucho, por ejemplo no se oyen ni el bajo, ni los arreglos de guitarras en segundo plano, que los músicos pasan horas quemandose el jopo para poder darle el toque final a su creación, pero llegá Apple y dice, esos toques finales ocupan muchos bits, en megas, en gigas, mejor, suprimirlos. Pero no importa lo importante es llevar la música conmigo ¿qué no? Porque todos amamos la música y no podemos vivir sin ella, JA, JA, JA, JA, la amamos, NO, la compramos, y no podemos vivir sin ella, tampoco, no podemos vivir enfrentando nuestro alrededor, nuestro ruido interno (leer el post de abajo) Esos apéndices fueron la salvación de nuestra era, música para todas partes, porque todo tiene que llevar ritmo, todo tien que fluir a nuestro ritmo personal, todo lo que nos rodea debe incluir nuestro soundtrack egoista y arbitrario y ahora cualquier vicioso con 1,000 varos es un melómano, y cualquier niño que jugó guitar hero es un guitarristas... Pero no satanicemos tan hermoso y estético aparato, pasemos a lo siguiente...

La economía está indecisa, la moral no me lo permite, y la música se sintió indignada de que tan siquiera le hubiera hecho la pregunto, así que pasemos con la siempre lambiscona, comodidad. Es bien cierto que el iPOD me permite cargar, dependiendo de lo que esté dispuesto a pagar (exactamente como las putas) de 2,000 a 25,000 canciones, y quizás el próximo mes saquen el iPOD de 150GB o que sé yo, en baja calidad musical, y otros como 150 archivos de video y si me da la gana ponerme intelectual, por qué no visitamos el nuevo i-books, para libros virtuals aunque ahora sólo los hay en inglés... Entonces adiós a las mochilas con libros, y discos, y hola a la era donde todo cabe en la palma de mi mano (complejo fálico del inventor del iPOD), porque en mis tiempos entre más grande mejor, pero en mi nueva era de lo light, del be yourself, del self-service, lo importante es la cantidad y por supuesto la comodidad. Oh bendita compañía Apple que me has facilitado la vida. Pero hablando de comodidad, me di cuenta que el jodido iPOD no es tan cómodo como lo pintan, veamos sus... jajaja... downsides... El cargador con el que viene sólo se conecta a la computadora, así que ecológicamente tengo un remordimiento muy grande, doble gasto en amperes, y si quiero irme a escuchar música al bosque, me veré en aprietos... para poder subirle música a mi iPOD requiero un I-tunes y toda una serie de pasos incómodos que según me han dicho toma como 30 hora subir 10 canciones, y en los videos todo mundo concuerda que es toda una proesa... luego el aparatito me confunde, su botón slide para subir el volumen girándolo, y que no se ni cómo se apaga, y el estres de que como está tan pequeño luego lo pierdes, o te lo roban (para que alguien lo consiga en la fayuka a un módico precio de promoción) o de plano lo pisaste... No ni es tán cómodo que digamos, además esos audifonos leí en un artículo de National Geographic que desarrollan las infecciones en el oído y me dejaran paulatinamente sordo en menos de 10 años, además de provocar migraña y otros desordenes del sueño... no, tampoco por ahí le llegue al i-POD...

Ni la comodidad lo apoyó, pero pues veamos antes de descartar esto, quedarme sordo como músico es un riesgo que no puedo afrontar, aunque en la era de la tecnología, ¿cuántos años tendré que esperar para poder volver a oír por medio de nanochips? Dicen además que para que el iPOD se adapte a tu estilo de vida venden un montón de suplementos para el mismo, que aparte del precio del aparato, son como otros 2,000 por el estuchito, el enrolla audífonos, el portaiPOD brazalete para lo que hacemos mucho deporte... etc...

Veamos las frías y confiables finanzas quizás ellas me apoyen, un iPOD funcional (en lo que sacan nuevas conexiones que lo haga obsoleto) y con mínimo una capacidad para 5,00o canciones pa'que valga la pena, me saldría en unos 2,000 pesos y gracias los programas de seedes, y feeders, de share-to-share y demás piratas de la red puedo llenarlo con relativa gratuicidad, ya que en México el gobierno no te persigue por bajar música ilegalmente (pero pagamos las pérdidas de las disquerasd con nuestros impuestos, sino revisen la reforma a la los derechos sobre productos comerciales del 2003) Al fin... yo no pago impuestos... aún... y suponiendo que tenga laptop o algún otro computador con un procesador actualizado, de windows XP para arriba, que también lo puedo conseguir pirata en 50 pesos !VIVA MÉXICO LADRONES!, y si quiero el cargador para conectarlo directamente a la toma de luz para no dañar la ecología, otros 1,200, y luego si quiero el adaptador para poderlo escuchar en el coche, otros 700, y se me olvidaba el repuesto de audífonos porque esos ni duran, otros 600. Tenemos entonces 4,600 hasta ahora. No es tan caro, suponiendo todas las ventajas que ofrece... ¿cuáles me pregunto yo? El estatus de decir... WEY YA ESCUCHASTE A DOWNSIDE?¿ n0... LO TRAIGO EN MI I-POD.


Lo siento Apple, y su basura, me temo que por el método de eliminación su producto es un total desperdicio que ayuda al ensimismamiento de los invididuos masa, pequeño Beto espero que si aprendees a leer algún día y dejas de cocerte los oídos con tus audífonos y tu música barata y fabricada para escucharse bien en formato mp3, esto responda tu pregunta, NO NO TENGO UN IPOD, PORQUE PRECISAMENTE AMO LA MÚSICA, LA HAGO, LA PRACTICO, LA APOYO Y LA COMPRO... AMEN

Tonigh I'll Play A Beautiful Melody For You My Friend... I Call It Nightmare

A Esmeralda...

Entonces sólo haces ruido, es lo que querías que admitiera tras esas largas 2 horas que transcurrieron del centro a mi casa, de mi casa al coche, del coche através del campo de los sueños irreales hasta el portón donde te deje, donde siempre te dejo, te vas y huyes y dices que estás muy ocupada y siempre hago ruido, lo único para lo que he servido siempre, gritar bien fuerte, bien alto, cada vez mejor, hoy soy un demonio que llora por lo incierto, mañana un poeta perdido en el ácaro de un verso, quizás pasado mañana te vuelva a llamar y comencemos esto de nuevo.
Pero en ese ese momentolo admití, ya no corría por mi venas ni vibraba en mis oídos y lo admití, no tiene nada de malo, había perdido mis metas, toda esa sinceridad como cuando descubrí en la luna en mi cabeza, siempre pensando, siempre gritando, bien alto. Tu al igual que yo, siempre buscando y preguntandote porqué, y maldita sea porque no lo entendí yo antes que tú y puede yo responderte, no hay por qué, nunca hubo un porqué...
Uno sube al escenario con un repertorio que trabajo duramente en un cuarto escueto, lleno de interferencias, de viciaciones, de vibraciones, humores, chistes de mala gana, sonidos irritantes, personas que fingen comprenderse durante unos breves instantes, y luego tal vez, si estamos de suerte, sucede, la música. Y así subes al escenario, con esa música que proviene de ningún lugar, no estamos jugando a ser Mozart, ni Chopin, quizás un poco de Stravinsky, algo más de Tchakovsky, pero nada más, ambiente, es lo único que esperan... Y en ti nunca entró, que cuando alguien se para en un escenario, y hay una decena de sujetos mirando, los girones de humo chocando contro el techo, se oye uno que otro sorbo, hay un silencio indescriptible entonces, una expectativa, ese es realmente el motivo si tuviera que haber uno, esos segundos donde las miradas se posan en ti, y hay que admitirlo, y gritarlo fuerte, bien alto, que a eso nos subimos, a ser observados, quizás porque nunca nos voltearon a ver y nos hizo falta, quizás porque no queremos que nos vean de ninguna otra manera o quizás otros como yo, porque sencillamente queremos ver arder el mundo, y la gente no lo entiende y tu tampoco lo entiendes, no lo entiendo yo completamente para serte sincero, no escogí este ruidoso genero que hace tanto ruido como yo, por casualidad, por capricho, es sencillamente el soundtrack de mi vida, algo caótico, quizás, innecesariamente ruidoso, pero cuando oyes el estruendo de los camiones golpeando el asfalto, cuando oyes el chirriar de los motors, de los claxones, de los martilleos, ajetreos, voces que se confunde y si bifurcan interminablemente... entonces lo entiendes, y no es que debas caminar por la calle con los apéndices al oido fingiendo que eres un individuo-muralla, ensimismado, poniéndo tu personalidad frente a otras personas, quizás uno de esos patéticos rebeledes, no, entonces entiendes que llevas la música por dentro, y que se hacen innecesarios los audífonos, los discos compactos, los malditos aparatos que empequeñecen la música en formatos más diminutos y prácticos, ANARQUÍA DEL VINILO, y lo oyes, el primer riff, lento como un latido de tu corazón, luego el estruendo de algún coche que frena de repente, pack, la tarola acaba de golpear, y a tu alrededor todo se transforma en esa música que hace mucho ruido... PRICISAMENTE, ruido, y en buena hora!, ruido del que transforma y moldea nuestros oídos, ruido caótico, sin sentido, sin dirección ni propósito, naciendo de sí mismo, de su caos nato, girando en un interminable espiral y piensas en la estructura del shuffle y empeizas.. rooooolll babyyyyy rooollll, y luego insatisfecho le agregas y pones ruidos, no notas, no armonias, y toda esa cuadratura de los siglos pasados, ruido, que es lo único que hay en nuestor mundo, ya no quedan las gráciles golondrinas acariciando el cielo con las que Debussy soñaba, y la luna y su sonata tapadas por algún espectacular, que si la música es proyección sonora del alma, que sepan que mi alma grita, y se desgarra y se rompe en solos inecesariamente rápidos, confusos, y que ahulló como el lobo ambriento de la estepa, y que mi corazón golpea más rápido que los pedales de aquella canción que dice que lloverá sangre, que yo tengo un paso igual de firme que los slappings de un bajo y que no... no me cansó nunca de hacer ruido...
Por eso ahora puedes tu preguntas, pero sobre todo puedo yo resporderte, sí, sólo hago ruido, pero cuando volteo y el ruido termina, y los amplificadores emiten su eco atrofiado y distorsionado, cuando la bateria solo resuena en el snare cansado de su tarola y en la faz de sus platillos y veo a esas cuatro personas que me ayudaron a hacer ruido, que imitaron la progresión maniatica, histérica e innecesariamente violenta de mi alma, de mi vida, de todo lo que me rodea, entonces lo entiendo, lo entiendes y si lo entienden los demás es ganancia...
La siguiente canción se llama Elegy Of The Beast y va dedicado a un mundo que aúlla y hace ruidos como una bestia moribunda y furiosa...

domingo, 11 de enero de 2009

Unsuccesfully Copying With The Natural Beauty Of Infidelity


I'm not going to lie you this time, the sky is just floating somehow upon us, that black bird is drawing the horizon like a thin string that spreads into pointless darkness. Moon has rise already, and you're looking great in your porcelain doll dress, white and black, as your plain way of spend our nights.
Spirits disappear in the shapes of unspeakable bodies, touch that not remember, I have no memories right now, but I feel them within, under my skin, slithering like symbols, drawing a whole new lenguage under my skin, reinventing my skin, this epidermis, this limits of myself that no one before have franquet so efficiently, I feel like the feather of a wounded bird falling during midnight, like the vail of the ship that slenders the ocean face during the sunset... Here I am, in all the ways I can be, touching, sleeping, walking in the static, breathing so close to your face, so far for our promises. And I see no clarity, no end for this rainy cloud upon us, by now you should start realizing, we never meant to be together, who in this our are meant to be together, humans relationships, are just appereals of the need, of the desperation caused by solitud, you may try to bid this farewell, we never get close enough, never close enough, tomorrow when you wake up, you may cry, you may cry the whole night if you let so, but something if building right inside my veins, boling, exploding, expanding, tearing me from inside... I cannot longer recognize myself in the mirror, my whole body was demolish, until now I was like a living statue bleeding salt, crying eternally and internally as the ocean, but now I more like it's rage, spilling withing myself, melting with my inners, with my insides, all my personalities had and agreement, now I feel so much less human...
Sex is not the deal right here, nor about penetrating bodies, collapsing in each other, trembling like the thunder strucking the sky, not that simple, nor animalistic, more like the howl of the hungry wolf, the sound, the echoe spreading in the vastisy, you may nor understand, It is not meant to be understood, even now I can't put it a name, love itself, Eros epyphany, i'm lacking poetic arguments here, even moralistic or phylosophical ones, nothing in the human knowledge of intimacy could explain me this, the skin talking itself, maybe if you touchme you'll understand it better, listen not to my voice tonight, close your eyes, there's nothing that can be seen, only felt, a caress will do the speech, the whole explanation, this theorical situation in which we can be close like flames, melting in the air, sparks, I don't know, I didn't believe it in first, but now, here are you, I called you, not by the phone, there's not a wire that can transform into electricity what is electricity itself. Now you get it? Closing bodies, not, melting entities, traspassing all physicall frontiers to become, not one, just to become, to comunion with the whole, in the edge of the nothing, in desperation, creation and destruction, marriage of the rains, of the mountains, of the rivers of the seas... let's take us as lover's leap into the sea of enlightment...

miércoles, 7 de enero de 2009

A Manera de Conclusión

Con los argumentos anteriores no se trata de atenuar la culpabilidad ni las acciones de aquellos que cometen el acto atroz de acabar con la vida de un individuo, la argumentación cuestiona la efectividad de la pena de muerte como se promociona en México como solución a la problemática de inseguridad. Ya que el principal argumento es la disuasión de los individuos a través del miedo, y en gran parte “una venganza pública” de una sociedad temerosa y alarmada, que deja gran parte de su responsabilidad al gobierno. Sabemos entonces que para que haya tan atmósfera de miedo e histeria en una sociedad se debe a un problema “incontrolable” de delincuencia, que afecta en muchos sentidos el orden social, pero si se individualizan las culpas, no se llega a ninguna parte, pues los individuos son resultados de su entorno, no se les puede disuadir de actuar de determinada manera y también es obvio que al elegir una vida criminal no temen a las consecuencias de sus acciones, pues están plenamente conscientes de lo que hacen, pensar que agravar las penas disminuirá los crímenes que se comenten es un razonamiento erróneo y barbárico, pero más allá de eso, un pensamiento irresponsable. Pues en la mayoría de los casos aquellos que eligen una vida criminal, se ven obligados a ello por razones económicas, debido a las grandes diferencias sociales, esto puede traducirse en que la sociedad mexicana, excluye y margina a grandes sectores de la sociedad, hay gran cantidad de gente sin empleo, sin futuro de la que ni el gobierno, ni la sociedad, ni las instituciones se responsabilizan pues “ellos tuvieron la culpa por dejar la escuela”, cuando la educación que reciben es limitada, y normalmente las características sociales los impulsan a que su única opción sean trabajos indignos o que prácticamente los esclavizan. Si a todo esto agregamos que estos bloques marginados de la sociedad ven una salida fácil en el crimen, el resultado es obvio y lo estamos viviendo, un bloque de la sociedad viviendo en contra de un estado y de una sociedad que no se preocupa por ellos, y una sociedad y un estado que desea eliminarlos, más allá de atacar el problema, más allá de pensar que los verdaderos asesinos son ellos mismos.
En un escenario tan hostil, donde la justicia es dudosa, en un país donde los ciudadanos sabemos y sufrimos la corrupción diariamente, ¿realmente le vamos a dar poder al estado de matar a los “que lo merecen”? Cuando hay gente en la cárcel por robar comida para su familia, por no tener los recursos para pagar un fianza y los verdaderos criminales ocupan puestos políticos o tienen protección policiaca ¿Nos creemos el cuento chino de que aprobando la pena de muerte algo va cambiar? Realmente sólo estaríamos mandando inocentes y pobres a la horca, en nombre de la sociedad mexicana, y todos sin excepción nos convertiremos en cómplices y verdugos.

Disuasión Y Sentido De Humanidad

Hemos visto que la pena de muerte es una contradicción con nuestro sistema de valores y la supuesta característica irrenunciable e inalienable de nuestros derechos. Sin embargo y como se puede ver con más profundidad en el libro de Michelle Focault, Vigilar Y Castigar, todo el sistema penitenciaria obedece a una deshumanización, a la vez que todo acto criminal obedece a una deshumanización.
La fórmula es entonces simple, a los inhumanos, tratarlos inhumanamente. Si matas, pierdes todo derecho de vivir.
Antes de irnos a lo Inhumano, primero tenemos que ver lo que nuestras sociedades modernas consideran humano, puesto que deciden matar y recluir todo lo que no cabe en esa etiqueta. Humano, en el amplio y cuestionable sentido se ha tratado de establecer de la siguiente manera: Ser Racional (los niños no son humanos), Con las características biológicas determinadas de la especie del Homo Sapiens (de nuevo, los mutantes no son humanos), que se agrupan en sociedades, (ni los ermitaños y los vagabundos), que tienden a las expresiones artísticas y a las manifestaciones de personalidad. Dejemos lo del alma aparte porque es una idea teológica muy delicada. Eso es ser humano, ser racional, biológicamente completo, social, tender a expresarse y manifestar personalidad, es decir conciencia. De ahí se desprende todo un conjunto de convenciones más complejo aún, ¿qué se define por racional? Porque sabemos que hay locos bastante lúcidos, y actualmente se ha demostrado que el vínculo entre genialidad y locura es casi simbiótico, es decir los genios tienen una meta-razón, por lo cual deberíamos encerrarlos como a los locos. Y si vamos a racional, el concepto igualmente es muy complejo, porque hasta Voltaire lo ha enunciado: somos seres idiotas con tendencias racionales.
Muchos de los filósofos y sociólogos del siglo XXI han desertado de esta idea del ser racional, es decir una pérdida del hommo sapiens, transfigurándose en hommo videns, hommo ludens[1], etc. En la época del mass media y el posmodernismo, inclusive el sentido de humanidad se encuentra en un complejo vacío, en una carencia, entonces ¿cómo juzgamos a alguien humano siquiera? No hablar de inhumano entonces, todo a nuestro alrededor apunto a nuestra creciente “deshumanización”. Sin embargo castigamos con la muerte a los “inhumanos”.
No nos engañemos, la pena de muerte, es la salida de una sociedad perezosa, una sociedad que apunta el dedo acusador cada vez más lejos, sin darse cuenta las razones tan complejas que puede implicar matar a alguien.
Sin embargo no es el argumento de inhumano lo que en el caso de México se está patrocinando, es el argumento de “seguridad” de “protección” de “penas justas”. Los cuestionamientos entonces son infinitamente amplios como las interpretaciones de los anteriores conceptos.
En una entrevista[2] el líder del Partido Verde Ecologista, (sin mencionar nombres) principal promotor (irónicamente) de la pena de muerte, señaló que: “era necesaria la aplicación de la pena de muerte debido a que se estaba enfrentando un régimen criminal sin precedentes y que para poder dar total efectividad de la “lucha contra el crimen organizado” se debían agravar las penas establecidas.” Si bien no fueron sus exactas palabras se puede interpretar de esa manera.
A partir de este argumento que comparten muchos de los promotores de esta nueva ley, iniciaré un nuevo análisis.
La propuesta de Ley enuncia: “Pena de Muerta para Asesinos y Secuestradores, por una Sociedad Más Segura”.
Es decir, se asume que la pena de muerte será una solución eficaz contra el claro aumento de los crímenes mortales en México. ¿Por qué? La Pena de Muerte no tiene como único objetivo eliminar al sujeto “incorregible”, como ya hemos visto antes esto está lejos de ser cierto, la pena de muerte surge como aparato de disuasión criminal. Poniéndolo en el lenguaje popular “para que se la piensen 2 veces antes de cometer un crimen de este calibre”.
He ahí un profundo error, pensar que se puede disuadir a alguien de matar, si bien entendemos que aquel que mata pierde su característica de humanidad ¿cómo se puede disuadirá a un inhumano de no matar?
Además ¿cuáles son las razones por las que alguien mata? ¿Se pueden disuadir con la pena de muerte?
Vamos a entrar en el tema. Las tres razones por las que alguien mata son: órdenes militares (y están justificadas, en tiempos de guerra además el ejército tiene su propio sistema penal), por pasión, por compulsión y por negocio. Veámoslas una por una.
En el caso de las razones militares, normalmente se justifica por el medio de que los militares están cumpliendo órdenes, no se responsabiliza al asesino directamente, sino en dado caso a quien dio la orden, y usualmente responden a determinados protocolos, es decir, cuando se encuentra en un estado de “desacuartelamiento” que sólo el presidente de la república como comandante supremo de las tropas puede ordenar. En caso de que salga de este régimen, el individuo responsable responderá ante una “Ley Marcial”, porque los militares tienen derechos y obligaciones diferentes a la de los civiles normales, y se les faculta “matar en cumplimiento del deber”, lo que usualmente se llama “licencia para matar” ya que se entiende que fueron entrenados y obedecen a una orden premeditada para el beneficio y la protección social, entonces ellos matan “para hacer el bien, para protegernos”, por lo tanto no pueden ser considerados asesinos, pues están cumpliendo con un deber constitucional.
El siguiente caso es un crimen pasional, o un asesinato pasional. En este caso no se puede disuadir a alguien que actúa por pasión, dado que la pasión es un momento de euforia sentimental donde se pierde toda capacidad de razón, es decir no es plenamente consciente de lo que se está haciendo, eso no desliga claro al sujeto de la responsabilidad, pero hay que recordar que la gravedad de un crimen se toma en cuenta según, el dolo, la premeditación, la culpabilidad y el ajuste con alguna ley. Una persona que mata por pasión, no premedita en la mayoría de los casos su acto, ni posee un dolo (es decir una intención). Por ejemplo, una persona que en un momento de ira empujó a otro individuo por las escaleras y este murió, no se puede considerar un asesino. Aunque legalmente es más complejo pues no se puede probar que no lo haya premeditado, o planeado. Pero en una reforma de ley, él sería considerado asesino y pagaría su culpa con la muerte. En general no puedes disuadir de no matar a alguien que actúa por pasión, fuera de su racionalidad, pues no mide las consecuencias de sus actos.
En el caso de asesinos pasionales está aquellos que matan por un rencor que los lleva a la ira, como es el caso de los adolescentes que matan a sus compañeros o a sus padres, los extremistas religiosos que hayan su justificación en un poder superior. Todos ellos se encuentra sosegados por un sentimiento que los sobrepasa, del que si bien son conscientes que lo que hacen está mal, no pueden ser disuadidos por medio del miedo, pues están convencidos de que hay justicia o razones tras lo que hacen.
El tercer caso, aquellos que matan por compulsión. ¿Qué es una compulsión? Es un acto incontrolable que proviene del inconsciente de una persona, un compulsivo es incapaz de responder por sus actos y en la mayoría de los casos los asesinos compulsivos quieren en su estado consciente que se les detenga. Un asesino compulsivo, es decir desequilibrado mentalmente, no puede legalmente responder por sus actos, no hay dolo, a pesar de que haya premeditación, alevosía y ventaja. No se puede entonces disuadir a un psicópata de que no mate. Ejemplo claro de esto son los asesinos seriales como Ted Bundy, Albert Fish, Charles Manson, Ed Gain y John W. Gayce, quienes al momento de estar ante la corte no mostraban el menor arrepentimiento por sus crímenes y los confesaban abiertamente, pues en la psicología de un psicópata, (alguien que mata por compulsión), no hay nada de malo en acabar con la vida de alguien más, pues se siente un placer al hacerlo. Reitero, la compulsión no se puede disuadir.
Finalmente están aquellos que matan por negocio, en este ámbito entran nuestros temidos y perseguidos narcotraficantes y secuestradores. Cometemos un error principal el juzgarlos o al tratar de disuadirlos por medio del miedo. Estas personas no se encuentran en un estado alterado de conciencia, ni sienten una compulsión por matar, y si obedecen muchas veces órdenes, pero he aquí el problema, son plenamente conscientes de lo que hacen, y cómo lo hacen, para ellos las vidas humanas, no son más que mercancías intercambiables, o simples “recursos”, no hay el mayor inconveniente en deshacerse de alguien, pues todo es parte de un negocio, responde a un interés económico tan fuerte que los lleva a actuar de esta manera. No se les puede disuadir, no temen a la justicia y eso es obvio y castigando con la muerte a los que se logre atrapar, no se va lograr disuadir a los demás, pues todo obedece a relaciones económicas en las cuales la ley no tiene ningún sentido.
A los únicos que un sistema de Disuasión, puede realmente disuadir de no matar, es a los ciudadanos normales, que temen y velan por su integridad física, que no ven beneficios en la muerte de otras personas, y que son capaces de controlarse a sí mismos, es decir, a lo que no se necesita disuadir.
Entonces cuando se habla de una Pena De Muerte en pro de la seguridad social, realmente se habla de un sin sentido, la Seguridad Social y la Pena de Muerte no están relacionadas de ninguna manera, de los 8 países más inseguros del mundo que son en orden: Colombia, Brasil, Tailandia, Indonesia, México, República Centro Africana, El Congo y Los Estados Unidos, este último con el índice más alto de asesinatos por año, 5 aprueban la pena de muerte, siendo excepciones Colombia, Brasil y México. Y en los países restantes se ha demostrado la ineficacia de la pena de muerte como método de disuasión de los crímenes mortales. Los ocho países manejan problemas similares de Narcotráfico, existencia de armas ilegales (a Excepción de Estados Unidos que tiene legalizadas casi todas las armas para el uso común), secuestros y un ambiente urbano hostil en las grandes metrópolis.
Vamos con el caso de los 8 países más seguros: Suiza, Finlandia, Inglaterra, Grecia, Japón, Australia, Alemania y Canadá. Ninguno de esos países aprueba la pena de muerte, su índice de asesinatos por año es de menos de 100, y estos 100 en la mayoría responden a asesinatos de índole doméstica, es decir, accidentales o pasionales. Las características es que son países política y económicamente estables, con bajos índices de analfabetismo, con las drogas legalizadas (excepto, Australia, Inglaterra y Algunos Estados Canadienses), y un control muy riguroso de la posesión de armas.
Vemos pues que la existencia de asesinatos y un descontrol se deben a características que van más allá de los individuos que en él último de los casos empuñan el cuchillo o jalan del gatillo, y responde a toda una atmósfera hostil tanto política, como económica. Podemos decir entonces que la sociedad genera a estos mismos criminales, y la sociedad misma trata de eliminarlos sin embargo el problema no se haya en ellos mismos, ni en la levedad o dureza de los castigos, sino en el total social, en la serie de factores que impulsan a los individuos a matar conscientemente, especificándonos en asesino y secuestradores.
[1][1] SARTORI, Giovanni. Homo Videns: La Sociedad Teledirigida. Ed. Punto de Lectura, 4ª Edición México.
[2] Entrevista Publicada en el Diario La Jornada, el Día Martes 12 de Febrero del 2008.

Pena de Muerte y Su Justificación Histórica

Si nos remontamos a la historia humana es bien cierto que la pena de muerte parece una característica de todo sistema de control estatal que haya existido, desde los regímenes imperiales, monárquicos y oligárquicos, pasando a los socialismos, especialmente los fascismos e inclusive algunas democracias republicanas modernas; debemos admitir que desde la primera civilización se ha entendido que hay comportamientos de los individuos que merecen la privación de la vida.
También es cierto que hasta bien entrado el siglo XVII todavía se creía que los gobernantes poseían una especie de “derecho divino” lo cual justificaba en ese entonces que pudieran coartar el más esencial de los derechos humanos, sin el cual es obvio que ninguno de los otros derechos tiene sentido.
Si el argumento enuncia que la historia de la humanidad justifica la eficacia de la pena de muerte, sería bueno rememorarles a quienes sostienen dicha justificación que en la historia de la humanidad también se han cometidos genocidios sin sentido justificados en un control estatal. Es decir, si alguien se asume, llámese sistema de gobierno, o gobernante único, con la capacidad de establecer parámetros por los cuales ésta o aquella persona amerita (en un sentido irónico de la palabra) la pena de muerte, es decir que el gobierno se vuelve más un dictamen dogmático de control sobre todas las cosas, y controlar por medio del miedo ha demostrado sin duda algún su efectividad.
El politólogo Italiana Maquiavelo lo justificaba con la célebre cita: el fin justifica los medios. Podríamos establecer entonces el siguiente sistema de razonamiento: el fin es el establecimiento de una sociedad obediente más que pacífica, el medio son los sistemas de represión por medio de una justificación constitucional, entonces un gobierno estaría autorizado en teoría a decidir libremente el destino de sus gobernados. Esto choca a su vez con lo que se entiende por Democracia, entonces el pueblo mismo sería quien justificaría y apoyaría la represión de la que es victimizado.
Bien sabemos sin embargo que no hay tal cosa como un “gobierno del pueblo” y que las élites ya sea económicas, ya sea intelectuales, ya sea militares, oprimen los botones del poder, y el pueblo, el resto, los gobernados lo permiten bajo la garantía de “seguridad”.
Debemos remitirnos entonces a las garantías del Estado, ideología que tiene arraigada su historia en los ideales de la revolución francesa. Seguridad Social, Territorio, Trabajo, Educación y Protección, son los estándares sobre los cuales el estado se justifica a si mismo. Nuestra problemática radica en el apartada de “Seguridad Social”, donde la policía y todo el sistema penal y penitenciario hayan su significado. Es decir, el estado debe garantizarnos protección, en este caso de nosotros mismos, pero no como individuos, sino como sociedad, es decir, hacer lo que sea necesario para mantener a la sociedad estable y pacífica, es por eso que quienes cometen un crimen que “atenta contra la sociedad” deben ser de acuerdo a los estatutos de la mayoría de los estados, puestos en custodia, y el estado debe procesarlos.
Hasta este punto el estado tiene determinado poder sobre decidir, qué parámetros debe seguir un individuo para participar armoniosamente con la sociedad, en leyes simples, que siguen códigos simples: No matar, no robar, no chantajear etc. Sin embargo una vez que el individuo rompe con estas leyes, en el estado Mexicano específicamente, el individuo es revocado de sus derechos. Renuncia a ellos involuntariamente.
Profunda contradicción, porque los derechos humanos se declaran como irrenunciables e inalienables. Es decir, no voluntariamente ni obligatoriamente se puede carecer de ellos. Discutir la privación de la libertad abarcaría un problemática que no nos corresponde, pero la privación de la vida es el tema central.
Volviendo a la historicidad de la pena de muerte, no es más que un argumento para persuadir de la “venganza pública”, es decir, que recaiga un castigo severo sobre determinado individuo, sin embargo esto señalaría que los castigos establecidos no son suficientes o son defectuosos, y más profundamente aún que son Castigos, Penitencias, cuando se supone que las Cárceles y Reclusorios son “centros de reintegración y readaptación”. Es decir que se mantiene apartado a un individuo para que se “arrepienta y reflexione, pague su culpa” y posteriormente se reintegre. Entonces constitucionalmente es una grave contradicción “castigar a alguien con la muerte” cuando no se supone que el sistema penal se una “venganza pública” sino un regeneración o aislamiento por haber infringido una ley.
Otro argumento en contra sería decir que antes de la Ilustración francesa y la revolución del pensamiento que trajo el siglo XVII, las palabras “humanidad”, “hombre”, “igualdad”, “derecho”, empezaron a surgir a través de los revolucionarios trabajos de Montesquie y de Rosseau. Eso equivaldría a decir que si bien la historia de la humanidad justifica la existencia de la pena capital, esa misma humanidad estaba sumida en una especie de “desintegración de sí misma” donde los individuos no eran iguales y por lo tanto no poseían los mismos derechos. Hablar de que nos encontramos en un mundo “moderno”, que los posmodernistas como Lyotard y Lipovetski cuestionarían agriamente, significa aceptar el hecho de que todos los hombres somos iguales, y bajo está enunciación que tenemos los mismos derechos, independientemente del rumbo que hemos dado a nuestras vidas, por el hecho de tener una naturaleza humana, de haber como quien dice, nacido humano, se tiene ese derecho que se debe considerar indeleble.
Porque en el momento en que un concepto tan básico como el derecho a la vida se tambalea, entonces empiezan a ser permisibles todas las demás atrocidades de las que el ser humano es capaz, como la tortura, la esclavitud y la guerra.

Pena de Muerte Sociedad Asesina

Antes de entrar en el tema es necesario aclarar que vamos a entender por pena de muerte, una primera definición nos arrojaría lo siguiente: "Sanción penal que ordena la privación de la vida al delincuente. Ejecución que tiene muchas variantes, pero en común deben matar a quien se aplique".[1]
Según el especialista del derecho internacional Ignacio Villalobos, la pena de muerte puede definirse más agriamente como: "la privación de la vida o supresión radical de los delincuentes que se considera que son incorregibles y altamente peligrosos", de esta definición podríamos decir que la pena de muerte es la eliminación definitiva de los delincuentes que han demostrado ser incorregibles y por lo tanto un grave peligro para la sociedad.
Es decir en cualquiera de los ángulos que se vea, la pena de muerte puede denominarse como el medio por el cual una sociedad se “deshace” de los elementos que considera dañinos, es decir, que el sistema penitenciario en dichos países es una completa farsa, pues al haber sujetos que son incorregibles y por lo tanto acreedores de una deuda que implica que una sociedad desee eliminarlos, no hay tal cosa como “reintegración o corrección del comportamiento”. Podemos ampliar la crítica a una manera más aguda y apoyarnos quizás en el Conductismo y decir que la creación de un individuo que signifique “un peligro” para determinada sociedad, usualmente es responsabilidad de la sociedad misma. O cómo dijera Payno en uno de sus célebres libros: Cada sociedad posee las lacras que se merece.
Así podemos ver que la existencia de la pena de muerte es una completa contradicción con el sistema penitenciario y sus justificaciones sociológicas, sin embargo hay otro argumento que principalmente es el que cuestiona la validez de la pena de muerte, este sería la existencia de los derechos humanos.
Tomando un poco de historia:
El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó y proclamó la Declaración Universal de Derechos Humanos. Tras este acto histórico, la Asamblea pidió a todos los Países Miembros que publicaran el texto de la Declaración y dispusieran que fuera "distribuido, expuesto, leído y comentado en las escuelas y otros establecimientos de enseñanza, sin distinción fundada en la condición política de los países o de los territorios"[2].
En el preámbulo del citado documento se enuncia: Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana.
En otras palabras en aquella histórica fecha las naciones del mundo establecían que el reconocimiento del ser humano en su inherente dignidad, con una serie de derechos irrenunciables e inalienables era la vía adecuada para una convivencia pacífica entre los hombres. Sin embargo 30 de los 45 países que formaban esa asamblea general poseían dentro de sus sistemas legislativos la pena capital. Hasta la fecha, solamente 20 de los 30 países mencionados han derogado la pena capital de su sistema legislativo. Cabe señalar que Estados Unidos, Gran Bretaña, Corea del Norte, China, Japón y hasta el 2001 uno la República Alemana, es decir los países que se anuncian como Primer Mundistas no respetan el acuerdo por la vida que se decidió hace ya 60 años.
Si queremos ser más específicos en el artículo 3º de dicha declaración se enuncia lo siguiente:
“Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”.[3] Y sin embargo a la vez la privación de la libertad es un derecho retroactivo que cada nación se confiere para el castigo de sus criminales.
Yo señalaría que la mayoría, si no sería muy aventurado decir que todos, los sistemas penitenciarios del mundo violan los derechos humanos en más de una ocasión, terminando en el más inhumano de los desenlaces, la privación de la vida.
Que una nación se justifique a sí misma como con el suficiente poder como para decidir la vida o muerte de una persona ya es un hecho atroz, sin embargo no es sólo eso, sino que se enuncia que la pena de muerte es una tradición histórica que ha demostrado su efectividad en la disminución del crimen.
Entonces analizaremos a continuación uno a uno los argumentos que justifican la pena de muerte como una forma de control.

[1] FOUCAULTm Michell “Vigilar Y Castigar: El Nacimiento del Sistema Penitenciario” Ed. Siglo XXI España, 2003.
[2] Proclamación De Los Derechos Humanos. Extraída de http://www.un.org/spanish/aboutun/hrights.htm
[3] Ibidem.

Pena de Muerte

A partir del 17 de Septiembre del año 2008 se ha establecido una polémica muy fuerte en el mundo legislativo mexicano. Tras la propuesta del ejecutivo federal de establecer la pena capital para asesinos y secuestradores, el sentido de humanidad en nuestro país se ha visto gravemente mermado.
La opinión pública en general se encuentra dividida ante el caso, primeramente porque como valor se nos ha inculcado profundamente el respeto y valor de la vida, como una de las condiciones inherentes al ser humano, inclusive orgullosamente se toma a la nación mexicana como una nación humana y generosa.
En este último aspecto cae la profunda contradicción y la respuesta de miedo y control que ha establecido el gobierno federal en su desesperada “Brigada por un México Seguro”.
La contraparte señala que la pena capital sería una efectiva forma de disuadir a los mencionados criminales de cometer sus actos “inhumanos”. Pero la pregunta principal recae en este argumento mismo ¿La pena de muerte funciona para disuadir a los criminales de cometer asesinatos?
Más bien en un primer plano se ve como una intención de venganza pública, el retroceso al Código de Amurabi o la ley del Talión, “donde ojo por ojo” y “aquel que robe córtele la mano”. Una venganza pública impulsada plenamente por el miedo que se ha establecido en nuestra sociedad, miedo sustentado por los medios, sus noticias rojas y amarillismo, su persecución obsesiva de los atroces crímenes que comete una pequeña facción de la sociedad mexicana. En fin una ataraxia de sugestión fóbica.
Pena de muerte no es algo que se deba tomar a la ligera, y en ningún momento ha servido para disuadir a los criminales de cometer sus actos inhumanos, más bien deshumaniza a la sociedad que permite que se mate en su nombre. A lo largo del siguiente ensayo estoy dispuesto a probar que la pena de muerte conducirá a nuestra sociedad a un estado de fragmentación y miedo. Una paranoia obsesiva impulsada por el hecho de que en nuestra sociedad ya no se respeta la garantía que se anuncia en la constitución como derecho a la vida.