jueves, 22 de enero de 2009

In The Desert You Can't Remember Your Name

Aterrizar la idea de felicidad nos conduce entonces a esto que estamos a punto de concretar, que la felicidad no importa en lo absoluto, realmente ya no se persiguen ideales. En el mundo a la carta, las ideas de revolución, de cambio, quedan desprovistas de significado, quedan vacías, por lo tanto en el crepúsculo nihilista, el vacío ya no significa la nada, el rechazo, simplemente asemeja un desierto, carente de vida, en esa concepción tienen los posmodernistas a las sociedad moderna. ¿Qué vacío exactamente? Un vacío en los sistemas de valores, tanto políticos como sociales, el proceso frenético de personalización, es decir los individuos abandonan y se auto-destierran de las sociedades y todos los compromisos sociales, y se sumergen en una nueva etapa conocida como “El Narcisismo”.
Toda sociedad tiende a buscar una figura mitológica, con la cual identificarse sociológicamente que reinterpretan en función de los problemas del momento (Lipovetski). Las sociedades se han refugiado en diversas figuras, Edipo como emblema universal, Fausto, Aquiles, Ícaro, y nosotros nos hayamos reflejados en el espejo de Narciso. Narciso como símbolo de la individualidad, como la compulsión obsesiva por uno mismo. Encontrarnos en nosotros mismos, dentro de nosotros mismos, limitados por los espacios expansivos de nuestra nueva “conciencia”. Buscamos en todo momento esta nueva ola de psicologización.
[1]El individuo se convierte entonces en catarsis de sí mismo, está en constante cambio, en esta moda de “la introspección”, pero en un cambio nulo, que carece de relaciones con los demás, el individuo rehúye de los demás por lo tanto no cambia en función de una mejora social, sino en una hiperinversión, para sumergirse dentro de sí mismo. Por eso actualmente las modas tienden al psicoanálisis, a las terapias personales, al equilibrio de las energías del cuerpo, el mejoramiento físico y espiritual, “sentirse bien consigo mismo” se ha vuelto el aparato relacional de las personas. “I have to love myself enough so I don’t need anyone to love me”. La última frontera del Narciso ha sido superada, nos hemos convertido en el Narciso absoluto, únicamente en función de sí mismo, se puede vivir sin un sentido, no preocuparse por el sentido “trascendental” de la vida, únicamente en función de nuestras necesidades y nuestras aspiraciones, siempre prefabricadas por las expectativas del mass media, por lo que generan sobre nosotros los medios, mientras más libertad psicológica ganamos, es decir, ser quien nosotros queremos ser, perdemos más libertades mucho más esenciales, cómo la capacidad de elegir.
En una primera opinión podríamos pensar que en realidad vivimos lo contrario, una época de opciones, de una constante seducción (Lipovetski). La seducción como una invasión del mass media, en una época globalizada, donde las fronteras políticas y sociales, territoriales y culturales, son simples simbolismos, ruinas de un pasado de una sociedad colectivizada y nacionalista, podemos fabricarnos a nosotros mismo, y los comerciales nos anuncian un Té verde con un sujeto haciendo Tai-Chi con un estereotípico maestro Chino, mientras el slogan anuncia “Libérate”. Y esa es precisamente la cuestión, una construcción de lo que queremos ser, a la carta, pero olvidamos que la carta siempre la establece alguien. No es una “alienación marxista” ni la aflicción de la “bancarrota del sistema”, porque eso implicaría que estamos evolucionando hacia una unificación social, que derivaría necesariamente de una revolución obrera. Pero eso no pasa y nuestra sociedad se encuentra demasiado alejada de los ideales revolucionarios, políticos en general, ya no digamos un interés por el cambio, un compromiso con el futuro.
Lo que vivimos no es la tragedia nihilista, ni la alienación marxista, lo que vivimos es un estadio puro de indiferencia. No una indiferencia como podríamos pensar, como una nada, un vacío propiamente, sino más bien como un desierto. Una revolución interior, una obsesión como ya se ha señalado por uno mismo, por lo único finito e irremplazable que tenemos, nosotros mismos, y entonces nos disgregamos, nos separamos de todo aquello que obstaculiza nuestra comunión con nosotros mismos, una despedida a los uniformes, a los ideales nacionales, a las problemáticas sociales, todo lo que no nos atañe directamente no nos interesa de ninguna manera, aún si recibimos las consecuencias indirectamente, no logra mover un ápice de nuestra voluntad. Ante la crisis, la guerra inminente que presentimos y vivimos en la “sociedad del fin del mundo”, no nos sentimos hostigados ante la idea de un derrumbamiento de la civilización, lo que nos aterroriza en realidad, es la pérdida de nuestras comodidades, y por lo tanto nuestro espacio de encuentro con nosotros mismos.
Una sociedad apocalíptica señalaba Caraco, no en el sentido de que realmente se acerque el fin de los tiempos, sino qué más que en cualquier otra época tenemos una obsesión con el fin del mundo, en cada década se asegura llegará el fin de los tiempos, y los medios tanto televisivos como cinematográficos y escritos no hacen más que reforzar está aflicción por el fin, está fascinación por la inminente destrucción masiva. ¿Por qué? Sencillamente porque nos gustaría que eso en realidad sucediera. Hemos perdido la noción de “los demás” como iguales. En la época de la igualdad de derechos, de que todos somos iguales, más egoístamente nos arraigamos a que nosotros somos diametralmente opuestos a la masa, cuando la masa en sí misma ya no se mueve en una sola dirección, sino en una compleja serie de direcciones microsociales, o inclusive de individualidades moviéndose no en una dirección precisa porque eso implicaría una conciencia del sentido, sino más parecido al movimiento histérico y aleatorio de un enjambre de abejas. Es decir que nosotros tratamos de separarnos de la masa en un desesperado intento de personalización, al igual que todos los individuos de la masa piensan de la misma manera, entonces lejos de ser una masa, nos pareceríamos más a un remolino de arena, caracteres individuales que dan la apariencia de ser homogéneos, de moverse socialmente, cuando realmente ya la sociedad sólo se sostiene por el compromiso de que nos necesitamos unos a otros para poder mantener nuestro bienestar individual. Por eso mismo decía que ansiamos el fin del mundo, esté fin a nuestras forzosas relaciones con los demás, que todo se acabe. Mientras que a su vez, entendemos que tarde o temprano hemos de morir, y la idea que el mundo continuará sin nosotros se nos hace insoportable, y desearíamos que el mundo acabara con nosotros, “para no perdernos nada”.
De este modo la autoconciencia ha substituido a la consciencia de clase, la conciencia narcisista substituye la conciencia política, substitución que no debe interpretarse ni mucho menos como el eterno debate sobre la desviación de la lucha de clases. El narcisismo por su autoabsorción, permite un abandono total de la esfera pública y por ello una adaptación funcional al aislamiento. A la soledad.
Volvamos a la idea de felicidad, como vemos, está idea nos obsesiona más que nunca, en nuestro descubrimiento de nosotros mismos, chocamos la mayor parte del tiempo con la idea de que en realidad no somos felices. Pero la felicidad que buscamos va precisamente dirigida a la búsqueda de nosotros mismos, a la libre complementación de nuestra verdadera naturaleza. Para ponerlo en palabras más simples, entre más nos obsesionamos con la idea del bienestar de nuestra persona, buscando en nosotros mismo la felicidad perdida en el proceso de indiferencia social, menos encontramos algo dentro de nosotros y nos enfrentamos al vacío mismo. Entonces repetimos la pregunta en el desierto… ¿Quién soy? Y no hay respuesta, no hay nada en el desierto, ni siquiera nuestros nombres.
[1] Proceso según Gille Lipovetski en el cual el hombre limitado por su “psi”, libertad personal, expansión de la conciencia, llega a un punto de estancamiento donde es incapaz de enmanciparse con la colectividad, donde pierde un sentido de identidad social, por lo tanto se refugia dentro de sí mismo como única forma de enfrentar su vacío social.

1 comentario:

Andie dijo...

Y a veces basta con una silla vacía, una tazá de café, y es placentero y se acerca a la felicidad. Otras se llama silencio y es cuando, lo sabes y no quieres que se termine.

Me gusta como hablas de este tema. En general me ha gustado tu retórica...Pero esta tal vez convence un poco más a una mente que es esponja.