domingo, 28 de febrero de 2010

SEMANA DE ALBERTO DE CUENCA

LA MENTIROSA

Tienes hora para ir al ginecólogo,
te duele la cabeza, te ha sentado
algo mal o preparas un examen,
es el santo de Marta, los gemelos
se aburren sin salir, o Macarena
te ha invitado a bañarte en su piscina...

¡Que mal mientes, amor! Si no te gusto,
dímelo. Pensaré en un buen suicidio.
Pero si quieres verme, y tus excusas
no son más que vulgar afrodisíaco
para que se mantenga mi dese
invéntate otras juegos, vida mía,
que el premio del engaño es el olvido.

SEMANA DE ALBERTO DE CUENCA

Conversaciones

Cada vez que te hablo, otras palabras
escapan de mi boca, otras palbras.
No son mías. Proceden de otro sitio.
Me muerden en la lengua. Me hacen daño.
Tienen, como las lanzas de los héroes
doble filo, y los labios se me rompen
a su contacto. Y cada vez que surgen
de dentro -o de muy lejos, o de nunca-,
me fluye de la boca un hilo tibio
de sangre que resbala por mi cuerpo.

Cada vez que te hablo, otras palabras
hablan por mí, como si ya no hubiese
nada mío en el mundo, nada mío
en el agotamiento interminable
de amarte y de sentirme desamado.

En la luz de la Simpleza

La poesia es una de las tantas artes arrogantes, que olvida frequentemente su propia ingenuidad, desde los huillidos griegos de Hölderlin hasta los amplios campos de espesor vidente de José Gorostiza el símbolo y la forma ahogan la risa automática. Quizás ya sean gajes del oficio el hecho de que los poetas constantemente tengamos que estar encontrando motivos para que la poesía sea admirable y por eso la dotamos de una seriedad metafórica que le pinta un rostro de mujerona amargada a los 50.
Es bueno leer entre los accidentados encuentros de las bibliotecas de CONACULTA poesía que adsmite abiertamente su propia comicidad, romances superfluos emanados de una mente que no reniega de su educación "mass media" y que sabe hilar el cable de fibra optica con el algodón griego. Un hombre como Luis Alberto de Cuenca, poeta poblano recientemente compilado en un librito llamado "Jardín de la Memoria" donde damos un vistazo a todo su trabajo poético (y eso todo lo digo con mucha duda entre los dedos), tal hombre seduce con su verso libre plagado de metáforas insólitas que juegan a la ironía, a la comicidad y a la tragedia en un suave vals de conjugaciones temporales.
Debemos admitir de vez en cuando, como Nervo, que hemos vivido, y no renegar de los pastos de nuestra mente aunque estos se hayan nutrido tanto de disney, como de Homero y no voltear los ojos a la bajas convocaciones del cine. Pues el poeta ante todo es un reintérprete del mundo (si queremos escuchar a Heidegger en esto). Vivimos en un época que le deja poca anchura a la originialidad y hay que separarla cuidadosamente, casi con pulso quirúrgico, del kitsch tan efímero y tramposo. Yo pongo la mano al fuego con este poeta que me hizo recordar que más allá de mis intentos superpoéticos y mis coqueteos con las metáforas y las parábolas trascendentes, se encuentra en mi un sujeto que crecío viendo a Disney, a los Caballeros del Zodiaco, jugando tazos y por supuesto viendo las malas producciones del cine hollywoodense.
Espero que dsifruten a este ingenuo poeta tanto como yo.

domingo, 14 de febrero de 2010

PÁJAROS IMPLUMES

UN POEMA PARA LA GENTE ETERNEMENTE ENAMORADA DEL CIELO COMO YO

Pájaros Implumes

Si nuestro corazón latiera más rápido,
Viviríamos la mitad de nuestros días,
Pero los viviríamos volando,
Como pájaros, nos deslizaríamos
En el asombro inmediato,
Embriagados de nuestro propio vuelo,
Dulce inconsciencia sería,
Que no nos separaría del cielo
Al que palparíamos dichosos de azul.

Ah! Pero el maldito destino evolutivo,
Nos deparó un corazón lento
Y pesados miembros bípedos,
Corazones temerosos e incompletos
Los nuestros, que no nos dejan olvidar
Jamás la ausencia de nuestras alas,
Que al ser arrancadas
Hace inmemorables eones,
Nos dejaron varados en la tierra
Con una cabeza pesada que se cansa de mirar el cielo
Contemplar su elemento primigenio
En el que debería rebosar en vuelo.

Nos dejaron sólo los sueños
Única liviandad nuestra
Condenando a la inconsciencia.

¡En el sueño palpamos nuestra naturaleza!
Se vuela en el suelo,
Nos duele la ausencia de nuestras alas,
En el sueño;
Pájaros implumes que comenzaron a pensar
De tanto erguir la cabeza hacia el cielo,
Pájaros huérfanos de horizonte
Que no cantan al atardecer
Y desconocen la perfecta geometría de la bandada
Pero que ensayan en el mundo
Con sus pesados edificios,
Sus monolíticos monumentos,
Practicando el oficio misterioso
De construir nidos altísimos.

El suicida al borde del rascacielos
Entiende su despojada naturaleza de ave,
Y desesperado se arroja hacia el vacío
Para sentir unos instantes la intensidad del vuelo,
Que lo destroza en esquirlas de humanidad.
Maldición del hombre que inventó la máquina
Para sopesar su carencia,
Que destruye el mundo que lo despojo del vuelo
Para probar la libertad aérea unos instantes.
Y siempre hay hombres que sueñan con alas
Porque sólo el sueño nos recuerda nuestra orfandad,
Y nos trae a la memoria aquella injusticia
Que nos aplanó las espaldas.

El pájaro implume se descubre mono
En la resignación a su vuelo imposible
Que el suicida sabe al arrojarse
Que el mono en la cumbre del árbol
Intenta lo mismo con su salto
Que él con su suicidio.
El piloto se reconoce en la frontera
Infranqueable del horizonte
Al que atraviesa enceguecido de gracia
Son la conmoción de que por un instante flota.

Tal fue la desesperación del hombre
Que desgarró el cielo con sus cohetes,
Dejando estelas de humo
Sobre su piel azul,
Que se afana en serle ajeno,
Desafiando su orfandad
El hombre superó las fronteras
Se volvió el único pájaro en el espacio
Trascendiendo el panorama…

Hubo una vez un hombre
Que se arrojó al vacío
Desde 11,000 km de altura,
Sólo para franquear
Durante 17 maravillosos minutos,
La limitante de sus miembros
Y ese hombre cayendo hacia la tierra,
Como el pájaro más veloz conocido,
Extendió sus brazos
Y por unos instantes,
Recuperó sus alas.

lunes, 8 de febrero de 2010

APOTEOSIS

Apoteosis

Serenas todas las tierras olvidadas por los dioses,
Donde la luz no se arrastra en sangrientos sacrificios,
Y no se ha erigido el holocausto de piedra,
¿Será de dios?
Por qué habla con palabras de hombre
¿Está condenado al lenguaje como nosotros?
Pobre Dios, que no escapa de los límites del mundo,
Condenado a ser verbo,
Víctima de su ausente sujeto,
Que quiso presentarse como hijo,
Clavado en la cruz de sus palabras,
Con su sangre… se ha escrito un nuevo testamento.


Pero esta tierra, no, no ha sido olvidada,
Aquí se agazapan todas las divinas formas,
Erigen sus templos, flagela su euforia,
Aquí, las cruces ciegan al impávido hombre
Arrodillado a recibir la salvación
De un pecado que nunca hubiera maquinado,
Cada Dios que aterriza en esta tierra,
Trae consigo más salvación, más pecado,
Algunos originales, otros mortales,
Cada Dios que se aparece, tiene su profeta,
Que sangra sus palabras – palabras de hombres –
Sobre los campos, así florece la fe en los las espaldas,
Alimentada por la sangre, sangre es todo lo que eterniza,
Sólo lo sangriento es inmortal, sólo la sangre purifica.

El ritual es un proceso sanguinario,
Una purificación de lo evidente,
Purificación de sí mismo, consumándose,
Forma de hombre que proviene del maíz,
Pero el hombre sigue con hambre, y abre su boca
¿le dan de comer sus templos?
¿Alguien, júrelo, ha probado el maná?
El hombre es un vampiro que vive de fe,
Antropófago por fervor,
el hombre se consume a si mismo
Mil infiernos antes del infierno,
Ni siquiera la muerte es salvación ya,
Ni la calma del silencio nos queda…

Tanta muerte irrepetible, condenada al paraíso
O al sufrimiento en los fuegos gélidos del diablo,
Quizás retornará en su ciclo indestructible
Transmigración de la tragedia, tragedia de ser hombre
Condenado al pensamiento, condenado a la fe,
Condenado a repetir, todos los rituales sangrientos.

Ya no mueren los hombres, son inmortales sus infamias,
Ignominias divinas, divinas gracias,
Y los templos… ¡oh! Los templos han quedo erguidos,
Fervor y temor, temor de lo eterno,
El hombre efímero, arrastrado a lo infinito,
Despojado de su desnudez, ungido de símbolos,
Mutilado para su revelación,
El mundo es un algoritmo de iniciaciones,
Un sistema doloroso de mártires y herejes,
La historia es consecuencia del ritual sangriento,
Todo ritual perpetúa, todo ritual fuerza
Y espera secretamente afectar la naturaleza.


¿Y el rumor de Dios?
Búscalo en la página, escucha mi voz,
¡El Dios ha hablado!
De nuevo palabras de hombre… y se seca el altar,
Todos levantan sus cabezas,
Atónitos ante el sacramento del antropófago,
Consumidos por sus cruces,
Comunión de los horrores, horror de conocer lo divino,
Y el fervor los llena, y marchan a la guerra.
Todo templo es un cuartel,
Cuartel de intolerancia y persecución,
Ya se han erigido las urnas y las ofrendas,
Un clamor se expande, ¡Los altares quieren sangre!
¡Sangre de los infieles!
¿Y el rumor de Dios?

Ves, acaso, los hombres que se inmolan,
Y alimentan los altares, del reconocimiento,
La comunión de la sangre, ese es el ritual,
Todo templo es un productor de sangre,
El fervor es el solvente de la sangre,
La tierra… quiere sangre…
Una tierra que no conocía a los dioses,
Ahora consume a los hombres,
Tierra donde nacen los dioses,
Donde los hombres se hacen dioses,
Porque nunca han sido otra cosa,
Más que máscaras apoteósicas,
Cáscaras divinas que esconden la perpetuación,
Este ritual sangriento que alimenta la tierra,
Estéril de tanto dios, azorada de tanta divinidad,
Quiere sangre…

¿Dónde está la salvación?
Las promesas siempre han sido vastas,
Desde que el primer dios, que salió de la caverna
Hablándole a un hombre derrotado, curtido por el tiempo,
Loco de tanta reveladora gracia…
Pero ustedes… ¡Ustedes le creyeron!
Y engendraron el primer dios,
Imperfecto, no absoluto, todavía elemental y simple,
Pero habríamos de perfeccionar a Dios, encontrarlo en la palabra
Todo dios es lenguaje, Dios es una palabra…
Hubimos de llenarla de significado, hubimos de ordenar el universo
Para que cupiera una palabra tan inmensa
Así nacieron los Dioses, en esa semiótica originaria,
En ese reconocimiento del hombre, que extrañaba la naturaleza,
Despojado del abierto, el hombre levanto la piedra,
Que dejaba los campos y las cuevas, las junglas ávidas,
Las planicies fértiles e indomables, para construir los templos,
Comenzando los rituales de la sangre…
Las cuevas son testigos, de que el hombre ha creado a sus dioses,
Y la civilización entera, un pretexto de exuberante divinidad.

Participando de la locura colectiva
Los Dioses proliferando, haciendo de la vida
Única evidencia de todo lo que se deriva de ella,
La cárcel del alma, y qué extraña palabra,
Cada Dios trajo consigo almas, a cuerpos libres
Sanos y salvajes como animales impávidos
Que no las necesitaban, los condenó a las almas
A ser libres y a dudar,
Cada Dios le dio al ser humano alma, y a cambio,
Apareció el ritual, la exigencia de sangre,
Roja insignia del propio hombre, hubo de alimentarlos
Hubo de hablarles, de buscar en las entrañas,
En los corazones, en las pieles y los ojos,
A sus Dioses, ¿quién había dado la orden?
¿Quién había pedido sangre?
Las tierras que han conocido a los Dioses,
A todos esos epitomes de la sangre,
No pueden florecer salvo con sangre,
Limitadas a su materialidad ferrosa,
El camino del hombre es el de los Dioses,
Y ese camino, es un surco profundo,
Por donde corre la sangre.

Por eso hemos de perpetuar el horror,
Hemos de levantar más templos, más altos,
Que desgarren el atardecer rojo,
Como las bocas de nuestros Dioses,
Dioses más exigentes, más amargos,
Que nos arranquen hasta la cáscara de humanos,
Que nos roben el alma que nos dieron,
Y nos dejen vacíos
¿El rumor de Dios? Suena a caja registradora,
Dios es número, estadística y porcentaje,
Dios es la expectativa, de tener, tenerlo todo,
Pero el ritual nunca ha sido olvidado,
La sangre sigue llamando desde el fondo de la bolsa de valores,
Más sangre, más sacrificios,
A los altares económicos del mundo
Habremos de alimentarlos con la sangre de los pobres,
Y las armas de destrucción, de perpetuación,
Se forjan en las entrañas de la tierra, se inventan
Mil maneras de la muerte, pero la muerte,
Condenada, ya, a ser un andén trillado,
Es un pretexto de la sangre,
se encienden los aviones, se cargan los misiles
y el mundo sucumbe ahíto de Dioses.

Tarde nos dimos cuenta que los Dioses,
Eran los parásitos del mundo,
Y el ritual, su insostenible succión,
Tarde, nos dimos cuenta, que Dios
Era tan sólo una palabra.

- Gerardo Cielorraso -

viernes, 5 de febrero de 2010

SEMANA DE JOSÉ GOROSTIZA

MUERTE SIN FIN

- SÉPTIMA PARTE -

¡Tan-tan! ¿
Quién es?
Es el Diablo,
es una espesa fatiga,
un ansia de trasponer
estas lindes enemigas,
este morir incesante,
tenaz, esta muerte viva,
¡oh Dios! que te está matando
en tus hechuras estrictas,
en las rosas y en las piedras,
en las estrellas ariscas
y en la carne que se gasta
como una hoguera encendida,
por el canto, por el sueño,
por el color de la vista.

¡Tan-tan!
¿Quién es?
Es el Diablo,
ay, una ciega alegría,
un hambre de consumir el aire
que se respira, la boca,
el ojo, la mano;
estas pungentes cosquillas
de disfrutarnos enteros
en sólo un golpe de risa,
ay, esta muerte insultante,
procaz, que nos asesina a distancia,
desde el gusto que tomamos en morirla,
por una taza de té,
por una apenas caricia.

¡Tan-tan!
¿Quién es?
Es el Diablo,
es una muerte de hormigas incansables,
que pululan ¡oh Dios!
sobre tus astillas,
que acaso te han muerto allá,
siglos de edades arriba,
sin advertirlo nosotros,
migajas, borra, cenizas de ti,
que sigues presente
como una estrella mentida por su sola luz,
por una luz sin estrella, vacía,
que llega al mundo escondiendo su catástrofe infinita.

[BAILE]

Desde mis ojos insomnes
mi muerte me está acechando,
me acecha, sí,
me enamora con su ojo lánguido.

¡Anda putilla del rubor helado,
anda, vámonos al diablo!

José Gorostiza

jueves, 4 de febrero de 2010

SEMANA DE JOSÉ GOROSTIZA

MUERTE SIN FIN

-SEXTA PARTE -

Porque desde el anciano roble heroico
hasta la impúbera menta de boca helada,
ay, todo cuanto nace de raíces
establece sus tallos paralíticos
en los duros jardines de la piedra,
cuando el rubí de angélicos melindres
y el diamante iracundo que fulmina
ala luz con un reflejo,
más el ario zafir de ojos azules
y la geórgica esmeralda
que se anega en el abrilde su robusta clorofila,
una a una, las piedras delirantes,
con sus lindas hermanas cenicientas,
turquesa, lapislázuli, alabastro,
pero también el oro prisionero
y la plata de lengua fidedigna,
ingenuo ruiseñor de los metales
que se ahoga en el agua de su canto;
cuando las piedras finas y los metales exquisitos,
todos, regresan a sus nidos subterráneos
por las rutas candentes de la llama,
ay, ciegos de su lustre,
ay, ciegos de su ojo,
que el ojo mismo,
como un siniestro pájaro de humo,
en su aterida combustión se arranca.

Porque raro metal o piedra rara,
así como la roca escueta, lisa,
que figura castillos con sólo naipes
de aridez y escarcha,
y así la arena de arrugados pechos
y el humus maternal de entraña tibia,
ay, todo se consume
con un mohíno crepitar de gozo,
cuando la forma en sí, la forma pura,
se entrega a la delicia de su muerte
y en su sed de agotarla a grandes luces
apura en una llama el aceite ritual de los sentidos,
que sin labios, sin dedos, sin retinas,
sí paso a paso, muerte a muerte,
locos, se acogen a sus túmidas matrices,
mientras unos a otros se devoran al animal,
la planta a la planta,
la piedra a la piedra,
el fuego al fuego,
el mar al mar,
la nube a la nube,
el sol hasta que todo este fecundo río
de enamorado semen que conjuga,
inaccesible al tedio,
el suntuoso caudal de su apetito,
no desemboca en sus entrañas mismas,
en el acre silencio de sus fuentes,
entre un fulgor de soles emboscados,
en donde nada es ni nada está,
donde el sueño no duele,
donde nada ni nadie, nunca,
está muriendo y solo ya,
sobre las grandes aguas,
flota el Espíritu de Dios que gime
con un llanto más llanto aún que el llanto,
como si herido —¡ay, Él también!—
por un cabello por el ojo
en almendra de esa muerte que emana de su boca,
hubiese al fin ahogado su palabra sangrienta.
¡ALELUYA, ALELUYA!

miércoles, 3 de febrero de 2010

SEMANA DE JOSÉ GOROSTIZA

MUERTE SIN FIN

- QUINTA PARTE -

Porque el tambor rotundo
y las ricas bengalas que los címbalos
tremolan en la altura de los cantos,
se anegan, ay, en un sabor de tierra amarga,
cuando el hombre descubre en sus silencios
que su hermoso lenguaje se le agosta,
se le quema —confuso— en la garganta,
exhausto de sentido;
ay, su aéreo lenguaje de colores,
que así se jacta del matiz estricto
en el humo aterrado de sus sienas
o en el sol de sus tibios bermellones;
él, que discurre en la ansiedad del labio
como una lenta rosa enamorada;
él, que cincela sus celos de paloma
y modula sus látigos feroces;
que salta en sus caídas
con un ruidoso síncope de espumas;
que prolonga el insomnio de su brasa
en las mustias cenizas del oído;
que oscuramente repta e hinca enfurecido
la palabra de hiel,
la tuerta frase de ponzoña;
él que labra el amor del sacrificio
en columnas de ritmos espirales,
sí, todo él, lenguaje audaz del hombre,
se le ahoga —confuso— en la garganta
y de su gracia original no queda
sino el horror de un pozo desecado
que sostiene su mueca de agonía.
Porque el hombre descubre en sus silencios
que su hermoso lenguaje se le agosta
en el minuto mismo del quebranto,
cuando los peces todos
que en cautelosas órbitas discurren
como estrellas de escamas, diminutas,
por la entumida noche submarina,
cuando los peces todos
y el ulises salmón de los regresos
y el delfín apolíneo, pez de dioses,
deshacen su camino hacia las algas;
cuando el tigre que huella la castidad
del musgo con secretas pisadas de resorte
y el bóreas de los ciervos presurosos
y el cordero Luis XV, gemebundo,
y el león babilónico que añora
el alabastro de los frisos
—¡flores de sangre, eternas,
en el racimo inmemorial de las especies!
— cuando todos inician el regreso
a sus mudos letargos vegetales;
cuando la aguda alondra se deslíe
en el agua del alba,
mientras las aves todas
y el solitario búho que medita
con su antifaz de fósforo en la sombra,
la golondrina de escritura hebrea
y el pequeño gorrión, hambre en la nieve,
mientras todas las aves se disipan
en la noche enroscada del reptil;
cuando todo —por fin—
lo que anda o repta
y todo lo que vuela o nada,
todo, se encoge en un crujir de mariposas,
regresa a sus orígenes
y al origen fatal de sus orígenes,
hasta que su eco mismo se reinstala
en el primer silencio tenebroso.

Porque los bellos seres que transitan
por el sopor añoso de la tierra
—¡tragos de sangre, libres,
en la pantalla de su sueño impuro!—
todos se dan a un frenesí de muerte,
ay, cuando el sauce acumula su llanto
para urdir la substancia de un delirio
en que —¡tú! ¡yo! ¡nosotros!—
de repente,
a fuerza de atar nombres destemplados,
ay, no le queda sino el tronco prieto,
desnudo de oración ante su estrella;
cuando con él, desnudos,
se sonrojan el álamo
temblón de encanecida barba
y el eucalipto rumoroso,
témpano de follaje y tornillo sin fin
de la estatura que se pierde en las nubes,
persiguiéndose;
y también el cerezo y el durazno
en su loca efusión de adolescentes
y la angustia espantosa de la ceiba
y todo cuanto nace de raíces,
desde el heroico roble
hasta la impúbera menta de boca helada;
cuando las plantas de sumisas
plantas retiran el ramaje presuntuoso,
se esconden en sus ásperas raíces
y en la acerba raíz de sus raíces
y presas de un absurdo crecimiento
se desarrollan hacia la semilla,
hasta quedar inmóviles
¡oh cementerios de talladas rosas!
en los duros jardines de la piedra.

martes, 2 de febrero de 2010

SEMANA DE JOSÉ GOROSTIZA

MUERTE SIN FIN

- CUARTA PARTE -

No obstante —¿por qué no?—
también en ella tiene un rincón el sueño,
árido paraíso sin manzana
donde suele escaparse de su rostro,
por el rostro marchito del espectro
que engendra aletargada, su costilla.
El vaso de agua es el momento justo.
En su audaz evasión se transfigura,
tuerce la órbita de su destino
y se arrastra en secreto hacia lo informe.
La rapiña del tacto no se ceba
—aquí, en el sueño inhóspito—
sobre el templado nácar de su vientre,
ni la flauta Don Juan que la requiebra
musita su cachonda serenata.
El sueño es cruel, ay,
punza, roe, quema, sangra, duele.
Tanto ignora infusiones como ungüentos.
En los sordos martillos que la afligen
la forma da en el gozo de la llaga
y el oscuro deleite del colapso.
Temprana madre de esa muerte niña
que nutre en sus escombros paulatinos,
anhela que se hundan sus cimientos
bajo sus plantas, ay,
entorpecidas por una espesa lentitud de lodo;
oye nacer el trueno del derrumbe;
siente que su materia se derrama
en un prurito de ácidas hormigas;
que, ya sin peso, flota
y en un claro silencio se deslíe.
Por un aire de espejos inminentes
¡oh impalpables derrotas del delirio!
cruza entonces, a velas desgarradas,
la airosa teoría de una nube.

En la red de cristal que la estrangula,
el agua toma forma,
la bebe, sí, en el módulo del vaso,
para que éste también se transfigure
con el temblor del agua estrangulada
que sigue allí, sin voz, marcando el pulso
glacial de la corriente.
Pero el vaso —a su vez—
cede a la informe condición del agua
a fin de que —a su vez—
la forma misma, la forma en sí,
que está en el duro vaso
sosteniendo el rencor de su dureza
y está en el agua de aguijada espuma
como presagio cierto de reposo,
se pueda sustraer al vaso de agua;
un instante, no más,
no más que el mínimo perpetuo instante del quebranto,
cuando la forma en sí, la pura forma,
se abandona al designio de su muerte
y se deja arrastrar, nubes arriba,
por ese atormentado remolino
en que los seres todos se repliegan
hacia el sopor primero,
a construir el escenario de la nada.
Las estrellas entonces ennegrecen.
Han vuelto al dardo insomne
a la noche perfecta de su aljaba.

Porque en el lento instante del quebranto,
cuando los seres todos se repliegan
hacia el sopor primero
y en la pira arrogante de la forma se abrasan,
consumidos por su muerte
—¡ay, ojos, dedos, labios,
etéreas llamas del atroz incendio!—
el hombre ahoga con sus manos mismas,
en un negro sabor de tierra amarga,
los himnos claros y los roncos trenos
con que cantaba la belleza,
entre tambores de gangoso idioma
y esbeltos címbalos que dan al aire
sus golondrinas de latón agudo;
ay, los trenos e himnos que loaban
la rosa marinera que consuma
el periplo del jardín
con sus velas henchidas de fragancia;
y el malsano crepúsculo de herrumbre,
amapola del aire lacerado
que se pincha en las púas de un gorjeo;
y la febril estrella, lis de calosfrío,
punto sobre las íes de las tinieblas;
y el rojo cáliz del pezón macizo,
sola flor de granado en la cima angustiosa del deseo,
y la mandrágora del sueño amigo
que crece en los escombros cotidianos
—ay, todo el esplendor de la belleza
y el bello amor que la concierta toda
en un orbe de imanes arrobados.