lunes, 19 de agosto de 2013

Democracia y filosofía

Universalidad filosófica no significa hoy solamente un conocimiento válido para todos, significa, aún más, un conocimiento hecho entre todos, desde todos, con todos, por todos. Por cualquiera. Sólo la alianza entre democracia y filosofía, más allá de cualquier orden estatal y cualquier discurso abstracto, puede dar sustancia a la democracia y realidad a la filosofía. Sentido al pensamiento y vida al sentido.

La democracia como un medio para la construcción/justificación de un poder no puede ser aliada de la filosofía (desde Sócrates). Esa democracia hoy está muriendo. En cambio, es cada vez más visible una nueva democracia: como construcción de comunidad o ser-en-común, que, sin embargo, puede perderse en la fragmentación indefinida. Esto lo puede evitar el acto del pensamiento, la re-flexión o inf-flexión de esa pluralidad, es decir, la filosofía. Una democracia sin adjetivos es una democracia sustantiva, es decir, una democracia filosófica, una filosofía democrática. La tarea que quedó pendiente desde los inicios de la filosofía.

jueves, 15 de agosto de 2013

Museos

La función del museo, como la de la biblioteca, no es únicamente bienhechora: nos proporciona el medio de contemplar juntas, como obras, como momentos de un solo esfuerzo, producciones que yacían a través del mundo, hundidas en los cultos o civilizaciones cuyo ornamento pretendían ser. En este sentido el museo funda nuestra conciencia de la pintura y la escultura como pintura y escultura. Pero es mejor buscarla en cada artista que trabaja, porque en él se encuentra en estado puro, mientras que en el museo la asocia con emociones de menos buena calidad. Habría que ir al museo como van los artistas, con la alegría del diálogo, y no como vamos nosotros, nosotros los aficionados, con una reverencia que, a fin de cuentas, no es de buena ley. El museo nos da mala conciencia, una conciencia de ladrones. De vez en cuando se nos ocurre que esas obras no fueron hechas en definitiva para acabar entre aquellos severos muros, para regocijo de los turistas, los  paseantes del domingo, los niños de los miércoles o los intelectuales de las inauguraciones del martes. Sentimos vagamente que hay en ello un desperdicio y que ese recogimiento de solteronas, ese silencio de necrópolis, ese respeto de pigmeos no es el verdadero ambiente del arte, que tantos esfuerzos, tantas alegrías y penas, tantas cóleras, tantos trabajos no estaban destinados a reflejar un día la luz triste del museo... 
El museo transforma las obras en obras, él sólo sólo hace aparecer los estilos, pero añade también, a su verdadero valor un falso prestigio, al desprenderlos de los azares en medio de los cuales nacieron, al hacernos creer que unos súper-artistas. unas "fatalidades" guiaban la mano de los artistas desde siempre. Mientras el estilo viví en cada artista como la pulsación más secreta de su corazón, mientras cada artista, en cuanto palabra y estilo, se encontraba a sí mismo en todas las otras palabras y en todos los demás estilos y percibía el esfuerzo de aquellos como pariente del suyo, el museo convierte esta historicidad secreta, púdica, no deliberada, y como involuntaria, en historia oficial y pomposa: la inminencia de una regresión que determinado pintor no sospechaba da a nuestra amistad hacia él un matiz patético que le era completamente ajeno. En su opinión, había trabajado jovialmente, toda una vida de hombre, sin pensar que lo estaba haciendo sobre un volcán, y nosotros contemplamos su obra como unas flores al borde del precipicio. El museo convierte a los artistas en unos seres tan misteriosos para nosotros como los pulpos o las langostas. Obras que habían nacido al calor de una voluntad, se las transforma en prodigios de otro mundo, y el soplo que las impulsaba no es ya, en la pensativa claridad del museo, bajo los cristales o los espejos, más que una débil palpitación en su superficie...
El museo mata la vehemencia del arte, como la biblioteca, decía Sartre, transforma en mensajes los escritos que eran los gestos de un hombre... Es la historicidad de la muerte. Pero hay también una historicidad de vida, de la que el museo no es más que la imagen decaída: la que habita al artista en su trabajo, cuando anuda con un solo ademán la tradición que recoge y la que él mismo funda, la historicidad que, sin que él abandone su puesto, su tiempo, su trabajo bendito y maldito, le junta de un golpe con cuanto alguna vez haya sido pintado en el mundo. La verdadera historia del arte es no aquella que sitúa al arte en el pasado e invoca a los Super-artistas y las fatalidades, sino la que la pone toda ella en presente, habita los artistas y los reintegra en la fraternidad del arte. 

martes, 13 de agosto de 2013

Sí, cuando yo me pongo a hablar, digo indudablemente algo y con todo derecho trato de salir de las cosas dichas y alcanzar las cosas mismas. Y con todo derecho también, por encima de todos los semi-silencios o sobreentendidos del habla, pretendo hacerme entender e introduzco una diferencia entre lo que ha sido dicho y lo que nunca lo fue. Así como también con todo derecho me esfuerzo por expresarme aun cuando la transitoriedad de los medios de expresión pertenezca a su misma naturaleza: ahora al menos acabo de decir algo, y el cuasi-silencio de Mallarmé no deja de ser algo que ha sido expresado. Lo que hay siempre de confuso en todo lenguaje, y que le impide ser el reflejo de una especie de lengua universa --en la que el signo recubriría exactamente el concepto-- no le impide, en cambio, en el ejercicios viviente del habla, cumplir su papel de revelación, ni llevar consigo sus evidencias típicas, sus experiencias de comunicación. Que el lenguaje tenga una significación metafísica (vida de la lengua), es decir, que atestigüe relaciones y otras propiedades que las que pertenecen, según la común opinión, a la multiplicidad de las cosas de la naturaleza por una causalidad, es algo de lo que nos convence suficientemente la experiencia del lenguaje vivo, ya que caracteriza como sistema y orden comprensible a esta misma habla, que, vista desde fuera, parece un concurso de acontecimientos fortuitos. Precisamente, si las categorías gramaticales de sonidos, de formas y de palabras aparecen como abstractas porque cada suerte de signos, en una lengua tal y como ahora se da, sólo funciona apoyada sobre todas las demás --si no hay nada que permita trazar (entre los dialectos y las lenguas o entre las lenguas sucesivas y simultáneas) fronteras precisas, y si cada una de ellas llega al acto --si lo que se llama parentesco de las lenguas expresa mucho menos analogías que estructura interna que un paso histórico de unas a otras que se encuentra, por fortuna, atestiguado, pero que hubiese podido no estarlo de no ser por el examen mismo de las lenguas---, las dificultades que encontramos al intentar sin ambigüedad mediante una esencia (histórica-colectiva) en la que sus caracteres encontrarían su común razón de ser, y establecer entre tales esencias claras relaciones de derivación, lejos de autorizarnos a pulverizar la lengua en una suma de hechos fortuitamente reunidos y a tratar la función misma del lenguaje como una entidad vacía, muestra que en un cierto sentido, en esta inmensa historia en la que nada acaba ni comienza de súbito, en esta proliferación inagotable de formas aberrantes, en este movimiento perpetuo de las lenguas en el que se mezcla pasado, presente y futuro, no es posible establecer ningún corte riguroso y que, en definitiva, no hay, en rigor, más que un solo lenguaje en devenir. Si nos es preciso renunciar a la universalidad abstracta de una gramática razonada que nos diera la esencia común a todos los lenguajes, es para encontrar la universalidad concreta de un lenguaje que se diferencia de sí mismo sin llegar nunca a renegar de sí mismo abiertamente.
Precisamente porque ahora estoy hablando, mi lengua no es para mí una suma de hechos, sino el único instrumento para una voluntad de expresión total. Y precisamente por ser esto mi lengua para mí, soy capaz de penetrar en otros sistemas de expresión comprendiéndolos ante todo como variantes del mío, y luego dejándome habitar por ellos hasta el punto de pensar el mío como una variante de ellos. Ni la unidad de la lengua, ni la distinción de lenguas, ni su parentezco, dejan de ser pensables, para la lingüística moderna, una vez que se ha renunciado a concebir una esencia (histórico-colectiva) de las lenguas y del lenguaje: simplemente tiene que ser concebidas en una dimensión que no es ya la del concepto ni la de la esencia, sino la de la existencia.

Temas

Por: Renato Leduc

No haremos obra perdurable. No
tenemos de la mosca la voluntad tenaz.

Mientras haya vigor
pasaremos revista
a cuanta niña vista
y calce regular...

Como Nerón, emperador
y mártir de moralistas cursis,
coronados de rosas
o cualquier otra flor de estación, 
miraremos las cosas
detrás de una esmeralda de ilusión...

Va pasando de moda meditar.
Oh sabios, aprended un oficio.
Los temas trascendentes han quedado,
como Dios, retirados de servicio.
La ciencia... los salarios...
el arte... la mujer...
Problemas didasálicos, se tratan
cuando más, a la hora del cocktail.

¿Y el dolor? ¿y la muerte ineluctable...?
Asuntos de farmacia y notaría.
Una noche --la noche es más propicia--
vendrán con aspavientos de pariente,
pero ya nuestra trémula vejez
encogérase de hombros, y si acaso,
murmurará cristianamente...
Pues...

domingo, 11 de agosto de 2013

11 de Agosto 2013

"También para el hombre hay caminos que conducen al cielo."
Gaston Bachelard, 'El derecho a soñar', p. 87.