sábado, 7 de septiembre de 2013

Confesiones II

Nunca quise hacerte feliz sino verdadera,
para habitar la duda, tuve que hacerme sordo a la insistencia del grito.
Una vez comenzada la diseminación de tu sangre, te enseñé a mentir en el espejo del día. 
Sólo por la noche fuiste semilla infértil, el aliciente trágico de la sonrisa.
Entró la infidelidad en nuestro vocabulario, como una visita atroz y gemebunda. 
Todo se lo dimos al cantar de los espejos.
Aprendí la danza del desvanecimiento y pude caminar sobre un incendio de naufragios.
Sólo lamenté todas las traiciones que sembré en tu ombligo...
Ya no me atormentan tus respuestas líquidas.

Pese a que ahora alguien más habita tu sombra, he hecho un féretro con nuestra cama y le entregué tus memorias al frío mar del tiempo.
En tus palabras ya no encuentro más que el eco de los atilas del fuego, eres ya la heredera de todos los derrumbes venideros y no puedo sino abrazar con regocijo ese desastre.

Se nos han agotado los adioses. 


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