lunes, 10 de febrero de 2014

Poemas de la extrañeza

III

Al final aprendiste a disiparte
tendiste tus palabras de tu boca a la nada
le mostraste a mis ojos
que hay una luz tan blanca
que no se logra verla;
fuiste sólo anticipaciones,
ceniza antes de tu propio incendio,
ese vaciamiento
previo a la caricia.

Al final, quizás comiences a entender
que nada pude sino decir mi soledad
que nada di sino estas horas aciagas
donde la tarde cae
y viene a beber el vino de mi sangre
el otoño;
derrotándome, 
¿qué ganas?
¿qué ficción de una victoria
teje tu silencio? 

Al final puede que sólo haya sido
esa breve lluvia
que pasa desapercibida junto al mar;
tan sólo un remolino de viento,
algo así como un suspiro
como un palpitar de repentino
la aritma provocada por la risa. 

No lo sé,
no tengo, como tú,
las manos llenas de futuro.
Desconozco el ritmo de los astros
a los que te entregas.
Emprendes un viaje
en una barca de un sólo tripulante
hacia el olvido. 

Nada me diste, 
nada me debes,
marcha,
yo aquí en la orilla
te saludaré
hasta que te engulla la noche.

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