jueves, 22 de julio de 2010

CANTO A MI MISMO Partes 6-11

VI

¿Qué es esto?, me dijo un niño mostrándome un puñado de hierba.
¿Qué podía yo responderle?
Yo no sé lo que es la hierba tampoco.
Tal vez es la bandera de mi amor, tejida con la sustancia verde de la esperanza.
Tal vez es el pañuelo de Dios,
un regalo perfumado que alguien ha dejado caer con alguna intención amorosa.
Acaso en alguno de sus picos ¡mirad bien! hay un nombre,
una inicial
por donde conozcamos a su dueño.
Pienso también que la hierba es un niño,
el recién nacido del mundo vegetal.
¿O es un jeroglífico uniforme cuyo significado es nacer en todas partes:
en las zonas pequeñas
y en las grandes,
entre los negros
y los blancos,
para darse a todos
y para recibir a todos?

¡Oh, hierba rizada,
yo te trataré con cariño!
Ahora me pareces la hermosa cabellera sin cortar del cementerio.
Tal vez eres el vello que nace en el pecho de los adolescentes muertos, a quienes yo hubiese amado,
las barbas de los ancianos,
la pelusilla de los niños arrebatados prematuramente al regazo de las madres……
¡Me pareces el regazo de todas las madres del mundo!

Sin embargo, esta hierba es muy oscura para ser la cabellera blanca de las madres cansadas,
es más oscura que la barba incolora de los viejos,
demasiado oscura para surgir de la roja y tierna bóveda de los paladares.
Pero oigo tantas lenguas que gritan,
tantas lenguas que no se articulan en la boca,
tantas voces que no salen de los labios.
¡Qué son estas voces!
¡Cuál es su designio!
Quisiera poder traducir lo que dicen de los jóvenes que se fueron para siempre en la mañana,
de los viejos y de las madres que partieron en la tarde,
y de los niños a quienes la muerte arrebató en la aurora.

Dime:
¿Qué piensas tú que ha sido de los viejos y de los jóvenes,
de las madres y de los niños que se fueron?
En alguna parte están vivos esperándonos.
La hojita más pequeña de hierba nos enseña que la muerte no existe;
que si alguna vez existió, fue sólo para producir la vida;
que no está esperando ahora, al final del camino, para detener nuestra marcha;
que cesó en el instante de aparecer la vida.

Todo va hacia delante
y hacia arriba.
Nada perece.
Y el morir es una cosa distinta de lo que algunos suponen.
¡Y mucho más agradable!

VII
¿Es agradable nacer?
Pues yo os digo que es tan agradable morir.
Oídme:

Muero con el moribundo
y nazco con el niño que recogen los pañales.
Yo no soy sólo esto que se alarga entre mi sombrero y mis zapatos.
Mira atentamente la pluralidad del universo:
nada es igual y todo es bueno.
Buena es la tierra,
buenos los astros…….
y las estrellas subalternas también.

Yo no soy sólo arcilla,
ni lo auxiliar de la arcilla tampoco.
Soy el compañero,
el semejante de ése,
tan inmortal y tan insondable como yo
(tal vez él no sabe que es inmortal,
pero yo si lo sé).

Cada especie para sí y para los suyos.
Para mí los machos y las hembras,
para mí los adolescentes que luego amarán a las mujeres,
para mí el hombre altivo que se encabrita ante el desprecio,
para mí la novia
y la novicia,
para mí las madres
y las madres de las madres,
para mí los labios que sonríen
y los ojos que lloran,
para mí los niños
y los que engendran a los niños.

¡Desnúdate!
No eres culpable,
no estás marchita
ni repudiada por ninguno.
Veo tu carne limpia.
Te veo al través del manto fino
o del refajo tosco……
y me quedo aquí……
tenaz,
empeñoso,
incansable……
No me puedes echar.

VIII
El niño duerme en la cuna.
Descorro la muselina
y lo contemplo largo rato.
Después, silenciosamente, espanto las moscas con las
manos.
El mozo y la doncella de mejillas empurpuradas
descienden entre los arbustos de la colina.
Yo los espío desde arriba.

El suicida está tendido en su cuarto sobre un charco de sangre.
Puedo ver su cabeza con los sesos fuera
y el sitio donde ha caído el revólver,
Me sumerjo en la ciudad
y presencio el espectáculo de la calle:
el charla de los que pasan,
el traqueteo de los omnibuses,
la rueda del carro que rechina,
el sordo murmullo de la suela de los zapatos en el pavimento,
el golpe de los cascos sobre los adoquines,
el retintín de los trineos,
el cochero con el alquila levantado,
las peleas de nieve…..
los gritos de júbilo,
los vítores a los héroes populares,
la furia de la muchedumbre arrebatada,
el paso rápido de una camilla (dentro llevan un enfermo al hospital),
el encuentro de dos enemigos,
la blasfemia súbita –el puñetazo y la caída--,
los transeúntes que se apiñan excitados,
el policía con su estrella, abriéndose paso rápidamente hasta el corazón de la refriega,
las piedras impasibles que reciben y devuelven tantos ecos,
los gruñidos de los ahitos
y de los hambrientos,
de los que se desploman en un ataque de insolación
o de epilepsia,
los gritos de la embarazada a quien de pronto le cogen los dolores del parto……
lo que se grita
y lo que se calla también,
los aullidos que amordaza el decoro,
la detención de los criminales,
los ofrecimientos furtivos de adulterio,
la aceptación o el repudio
hecho sólo con el movimiento de los labios….. Todo lo observo,
todo lo anoto,
todo este espectáculo con su resonancia me interesa,
me mezclo en él…….
y luego me voy.

IX
Las grandes puertas del granero esperan abiertas a los carros perezosos cargados de hierba seca.
El sol cae sobre la alfalfa tostada y denuncia algunos hilitos verdes todavía.
En haces apretados los apilan luego en el pajar henchido que se pandea.
Yo estoy aquí y ayudo también.
¡Miradme tumbado sobre la cresta de la carga!
Con las piernas cruzadas voy sintiendo el traqueteo de las ruedas, luego doy un brinco, recojo el trébol y, hecho una pelota, ruedo con el cuello enmarañado y cubierto de paja.

X
Me voy solo de caza por los montes lejanos y solitarios,
camino asombrado de mi ligereza y mi alegría…..
Al caer la tarde busco un sitio seguro donde pasar la noche,
enciendo una hoguera,
aso la pieza que acabo de cobrar
y me duermo sobre un montón de hojas secas, con el perro y la escopeta a mi lado.

El cliper yanqui con su altivo tajamar corta la espuma y se desliza rápido por el agua.
Mis ojos buscan la tierra:
me inclino sobre la proa
o grito gozosamente desde la cubierta.

Los pescadores de almejas se levantaron al alba y esperaron a que yo llegase.
Me recogí los pantalones sobre los tobillos y me fui con ellos.
¡Fue un gran día!
Si hubieses venido conmigo, habrías comido sanchocho de almejas.

He estado en la boda de un armador de trampas.
Fue en el lejano oeste y al aire libre.
La novia era india piel roja.
Su padre y sus amigos estaban allí cerca, con las piernas cruzadas y fumando en silencio.
Llevaban mocasines y mantas amplias y gruesas sobre los hombros.
A la orilla del río esperaban los novios.
El armador estaba vestido casi todo de pieles,
la barba y las guedejas exuberantes
le protegían el pescuezo.
Tenía cogida por la mano a la novia.
Era una moza de pestañas muy largas,
de cabeza desnuda
y de trenzas ásperas y rectas que descendían por las caderas voluptuosas hasta los pies.

El esclavo furtivo se paró frente a mi casa.
Oí crujir las ramas secas bajo sus pies;
por la puerta entreabierta de la cocina lo vi cojear y, casi desmayado, sentarse sobre un troco.
Traje agua, lavé su cuerpo sudoroso y sus pies ensangrentados;
le ofrecí un cuarto junto al mío,
le di ropas limpias y gruesas
(aún recuerdo sus ojos espantados y su azoramiento)
y le puse compresas en las rozaduras del cuello y los tobillos.
Estuvo conmigo una semana hasta que se repuso y pudo caminar hacia el norte.
Cuando comía, sentado a la mesa junto a mí,
el fusil cargado descansaba en un rincón.



XI
Veintiocho mocetones se bañan en el río.
Veintiocho mocetones, en cordial camaradería, se bañan en el río.
Y una mujer de veintiocho años, virgen y hermosa, vive solitaria.
Suya es la suntuosa mansión que se alza en la ribera,
y, espléndida y ricamente vestida, espía oculta tras los cortinajes del balcón.

¿Cuál es aquellos mocetones le gusta más?
¡Todos le parecen hermosos!

¿Adónde vais, señora?
Aunque seguís fija en vuestra atalaya,
yo os veo ahora chapotear en el agua.
Danzando y riendo ha entrado en el río una hermosa bañista.
Ellos no la ven,
pero ella los ve y los siente henchida de amor.
Brilla el agua en las barbas mojadas de los hombres
corre por los cabellos largos
y como pequeños arroyos
pasa acariciando los cuerpos.
Una mano invisible pasa también acariciando temblorosa las sienes y los lomos.

Los muchachos flotan boca arriba con el vientre blanco combado bajo el sol,
sin saber quién los abraza y los aprieta,
quién resopla y se inclina sobre ellos,
suspensa y encorvada como un arco,
ni a quién salpican al golpear el agua con los brazos.

2 comentarios:

Megara900 dijo...

La armonía que emana de la voz del poeta va disgregándose en la columna vertebral de cada estrofa, sería imposible ya tratar de hablar de él sin que venga el perfume devónico de la primavera a los labios.

Me ha gustado inefinidamente, indescriptiblemente esta parte, me ha permitido bañarme de ese verde esperanza, redefinir aquellos pasajes intactos en que el poeta ha vivido, ha soñado, nos ha dicho.

Encantada siempre de estar aquí, y mil gracias por tus recomendaciones y tu arte, un abrazo infinito.

Anónimo dijo...

UN POEMA ,,,,,K ME HACE LLORAR....CUANDO LO LEO ,,,,,,,,,,,,DECIR K HA BROTADO ESA PARTE DE SERHUMANO K PENSE K TENIA DORMIDO......KIEN ES EL AUTOR DEL POEMA.........BUEN BLOG .....