miércoles, 1 de septiembre de 2010

Elogio de tu aroma vegetal.

Le escribo a tus ausencias como quien le escribe a su propia muerte,
del altar que te hice, como oscuras flores, bebo ácidos néctares,
me unto el cuerpo con rojos pólenes, y me hago una guirnalda de angustia.

Nacida en cada sitio donde se destroza un pétalo,
donde se pulveriza un rosal hasta las espinas,
eres el fruto insostenible de la orquídea.
Las hojas que me envuelven te respiran,
de ti se nutren sus raíces húmedas de mi tacto,
cada poro infínimo de un tallo, te busca,
y entras entonces en todos los cloroformos,
color insospechado de la flor del cacto,
que vive un sólo día entre tus pechos,
florece de ti, y arroja su aroma al viento,
acaricia todas las narices su perfume,
entonces se levantan suaves retoños
de los árboles besados por el rayo,
y toda una selva, comienza a conspirar en la piel de algún desierto.

Le escribo a tus esencias, como quien le escribe nombres al aire,
de la corola de tus cabellos, he hecho todas mis cruces,
me clavé a ella con sus espinas, martirio de tus flores íntimas.

Ante mi mirada huérfana, se deshacen todos los ramos,
e inicia la secreta rebelión del pistilo,
entonces toda flor es posible,
gritan las margaritas su propio amarillo,
los tulipanes desnudan sus vulvas,
y el alcatraz deja volar al niño que acuna.
Ante la flor de fuego de tu aroma,
se incineran todas los pétalos,
se tuercen los tallos más firmes,
hacen reverencia los girasoles
y alzan la cabeza los narcisos.

Soy jardinero del campo abierto de tu vientre,
donde está comunión de las flores negras de tu sexo
con los delicados anturios de tus pechos,
coronados con los geranios temibles de tus ojos;
podo suavemente sus perfumes,
transplanto las orquídeas de tu espalda,
colocando delicadas flores del paraíso en tu boca,
extiendo campos inagotables de la flor de liz en tus piernas.
De pronto en tu ombligo se abre un loto púrpura,
liberando el aroma de tu vientre
tan absoluto, tan insospechado,
que me inclino a llorar entre tus brazos,
tibias semillas me lavan el cuerpo,
tus estigmas ocultos me tallan las manos
callosas de plantarte en cada sitio;
tus filamentos dejan aureos pólenes en mis ojos,
con los que duermo, soñando el sueño de tu estilo.

Te escribo como quien se compró una maceta con flor de noche,
y nunca puede ver sus pétalos, y se sorprende cuando los encuentra en el cielo,
en la constelación del aroma de tu aliento.
Escribo como quien intenta traducir un perfume, describir una fragancia
o palpar una concentración de éteres,
tu figura se volatiza entre mis dedos,
sólo tiene cabida en mi nariz, sólo tiene la forma del aire.
Escribo como quien está ciego, escribo, como quien tiene miedo.

Gerardo Cielorraso

2 comentarios:

Apocalipstik dijo...

Cada letra tuya desnuda, sin que sea su cometido... Desnuda, me vuelve falible y me mina las entrañas. Cada letra tuya, deja de ser tuya cuando la sueltas al viento y la das al mundo, como se da lo que no se puede poseer ni por un momento.
Tu jardín me evocó momentos grandes, no sólo de la poetisa, si no la de la mujer... La de una musa condenada al olvido sin reproche.
Me desarmaste del todo, y ya... no hubo más que decir que no sea descrito por los labios de los sexos que evocan el erotismo de un alcatraz, que no se pinta, rompe y no deja la condena de la penetración.

Poeta Nómada dijo...

Mi tierna y terrible Caro, hija de la ira de todos los pétalos, cuando comentas los poemas que subo con esa pasión, a veces siento que construí el poema enteramente para poder robarte el aliento. Los escribo porque te deseo, hago de tu ausencia fáctica una presencia fantástica en la poesía. Toda mi poesía persigue a una mujer, y en algunas ocasiones, la encuentra.