lunes, 6 de enero de 2014

El porvernir de una ilusión

A Giselle Martínez

Cuando éramos pequeños, y aún vecinos, recuerdo nuestras mañanas del 6 de enero. Nos despertábamos tempranísimo, yo a veces hasta de madrugada y me desesperaba al no encontrar nada bajo el árbol, me llenaba de angustia que por algún año los reyes  magos se hubieran olvidado de mí. Pensaba que quizás me había despertado en medio de la noche, sin yo notarlo, y que mi ojo abierto y aguzado en la oscuridad, habría espantado a los reyes magos que se estaban manifestando apenas en medio de la pequeña sala de la casa paterna. Pero era emocionante siempre, aún cuando en el colegio nos enteramos a temprana edad que efectivamente los Reyes Magos no eran quienes decían ser, la espera, aguardar la magia de regalos debajo del árbol.
Era fantástico salir y compartirte los legos, tú siempre pedías el que completaba el par, como cuando pedí el Alcón Milenario y a ti te trajeron la flotilla de las naves rebeledes. O cuando pedimos un par de bicicletas y la tuya se destrozó una semana después cuando caíste al río cerca de la casa mientras competíamos sin premios, fue cuando te rompiste la clavícula. Recuerdo que siempre tenía que salir al medio día a sacarte de tu cama, porque perezosa, habías tomado tu regalo y te habías vuelto a envolver en las cobijas abrazándolo con fuerza. A veces me dejabas desenvolverlo.
Pero las cosas cambiaron cuando empezaste a pedir discos de Britney Spears, juegos de maquilleje con brillos, o teléfonos celulares. Fuiste de pronto más alta que yo, tus cabellos rubios olían frutales y te avergonzaba que me quedara mirando, sorprendido, las nacientes protuberancias de tus pechos. Ya no pedías el juego de lego que completará el mío, y para entonces era ya una certeza de ambos la identidad de los misteriosos Reyes Magos.
Recuerdo que un 6 de enero del 2001 me diste el peor regalo, ese sí que hubiera deseado no desenvolverlo. Fui temprano a tu casa, creo que llevaba yo mi primera consola de nintendo 64, aún en su caja y a mi hermano de apenas 6 años tomado de la mano. Toqué el timbre y salió tu padre, siempre con la mirada dispersa pero que se emocionaba al verme, estaba aún en bata de baño.
- ¡Ah Geras, eres tú! ¿Vienes a jugar con Gis? - decía con su voz grave y soltaba una profunda carcajada. Pero ese día había algo distinto en la risa, algo de melancolía, que para un niño es un sentimiento desconocido, irreconocible, pero que hoy que recuerdo se vuelve diáfano.
No estabas dormida como siempre, mi hermano se sentó en el piso, traía su juguete del brontosaurio musical de Playschool, y lo paseaba por tu sala. Tu estabas recargada en el sillón de la sala, el juguete seguía intacto. Tu bella cara de niña, blanca como las esferas de tu árbol, miraba distraída en dirección de tu viaje bicicleta, en el patio, tu perrita Serena, ladraba con emoción por mi llegada.
Recuerdo que me arrojé sobre ti emocionado con la caja de mi Nintendo 64, y te dije que en esa ocasión quería yo que tu abrieras mi regalo. Me miraste con indolencia, con un dolor que yo no pude comprender.
- ¿Por qué eres tan infantil? - me dijiste, con esa extraña superioridad que concede a las niñas el empezar a desarrollarse antes.
- ¡Pero este es un juego que niños y niñas pueden jugar Gis! - te dije con emoción. - ¡Trae el Mario Kart!
Tomaste fuerza de no sé dónde y trataste de sonreírme. Tu  padre nos ayudó a conectar el aparato en la televisión de tu cuarto. Ni siquiera noté que casi todas las cosas en él ya no estaban. Daniel, mi hermano, nos miraba emocionado hasta lo dejamos jugar un par de veces, recuerdo que me desesperaba que no supiera coordinar aún sus pequeños dedos para jugar bien, demás sólo había 2 controles, y siempre alguien se quedaba sin jugar. Cuando era tu turno de ceder no decías nada, ese día estabas anormalmente callada. Tampoco lo noté, siempre fui un niño lleno de ruido y tu casi mi única amiga.
Llegó la tarde y tu padre dijo que aún había muchas cosas por hacer. Bajamos a la sala y partimos la rosca, mi madre y tu madre platicaban muy serias. Mi madre me miraba de reojo y decía:
- Va ser muy difícil para Gerardo, Giselle es casi su única amiga, con el trabajo que me ha costado que pueda estar con niños de su edad...
Tu regalo seguía ahí, intacto, bajo el árbol.
- ¿Por qué no abres tu regalo? - pregunté con impaciencia. - ¿Pediste ese estéreo que tanto querías?
Yo  como niño y como tu amigo, me esforzaba en comprender que ahora pasabas tardes enteras escuchando a NSync y a los BackStreet Boys, y en la misteriosa atracción que te acusaba maquillarte y bailar aquellas coreografías tan vistosas de MTV.
- ¡Odio a los reyes magos! - gritaste enfadada y mirando a tus padres. - ¡Los odio, los odio! - subiste a tu cuarto con lágrimas en los ojos.
Tu madre fue tras de ti y mi madre nos llevó a mi y a mi hermano de vuelta a casa.
Tres días después un gran camión de mudanzas estaba afuera de tu casa. Yo fui a tu casa a jugar Nintendo 64, me habían comprado ahora el Legend Of Zelda. La mudanza estaba casi completa, tu te asomaste a la puerta. Llevabas un bello vestido azul. Me abrazaste con fuerza.
- ¡Hoy nos vamos! - dijiste llorando. Yo no comprendía.
- ¿Se van de vacaciones? - pregunté.
- No tontuelo, nos vamos a vivir a otra ciudad.
La noticia me cayó como agua fría.
-Pero... vendrás a visitarme... ¿podré ir a visitarte - balbuceé, tú seguías apretándome con fuerza.
- No Ger... nos vamos a Estados Unidos, mis padres se separan y mi mamá y yo iremos a vivir con mis tíos a California.
Nada de lo que dijiste ese día tenía sentido Giselle, ¿padres separados? ¿vivir en California? ¡Pero sí allá hablan inglés y ese no era tu fuerte!
- Toma - dijiste y me extendiste "Momo", tu libro favorito. - Es tuyo, siempre acuérdate de mí.
Lágrimas que me avergonzaban comenzaron a brotar de mis ojos. Giselle se iba, lejos, mi Gis, la niña de los cabellos rubios, la que me obligaba a aprenderme las coreografías de Nick y de Justin, y a jugar a que ella era Britney y yo Justin e íbamos juntos a dar conciertos. Por ti me sabia todas esas canciones por las que era la burla en el colegio.
Me soltaste y me diste, con lágrimas en la boca mi primer beso. Después entraste corriendo a tu casa.
Yo me quedé mirando como subían el resto de tus cosas. Y cómo por la tarde, el auto de tu madre, contigo adentro, se alejaba de los límites de la colonia, yo te seguía en mi bicicleta, y por primera vez sentí como mi corazón se rompía en mil pedazos.
Pero el tiempo no pasó en vano, 6 meses después recibí una carta tuya, estaba llena de fotos de lugares con nieve, llevabas grandes abrigos, te veías más pálida. Inclusive me mandabas una foto deslumbrante donde estabas en la fila para un concierto de los Back Street Boys en Pasadena. Fue la primera vez que me hice consciente del acto de escribir, pensé que quizás necesitabas practicar tu inglés y te escribía largas cartas, siempre necesitaba ayuda de mi diccionario Oxford, regalo de mi madrina, pero trataba de escribirte las cartas más bellas.
Con el tiempo las cartas empezaron a escasear, las mías y las tuyas, yo entré a la secundaria y mi vida dio un giro, tu entraste a la HighSchool, y eras una de las chicas más populares en el colegio. Guapa, alta, rubia, con una cara angelical.
Pero entonces un 6 de enero del 2008 me escribiste. Ya no una carta sino un mail. Nunca supe con certeza dónde lo conseguiste. Me mandabas un vídeo, eras tú, y detrás se alzaba alto, el palacio de Bellas Artes. Yo estaba en el último año de la preparatoria, supe que habías regresado a México. Los reyes Magos me habían traído, a pesar de todo, un regalo. Ese día le pedí a mis padres mi regalo de Reyes, un boleto ida y vuelta a la ciudad de México. Les mostré tu mail, donde me dabas tu dirección y con  gusto me pusieron en el primer camión ese día.
Recuerdo que cuando te vi, después de 7 años, esa noche, cerca de Río Churubusco donde vivía tu madre. Me abrazaste con fuerza. Hablabas el español muy gracioso, eras pálida, aunque siempre fuiste muy blanca.
- ¿Cómo estás Gerardo? - me dijiste y tu voz fue más dulce que nada que yo hubiera escuchado.
Llevabas un vestido largo azul marino.
- Tengo 10 años de nuevo - dije. Sólo eso pude decir, qué tonto.
Me mostraste la ciudad, en la que llevabas apenas 2 semanas y comimos en un Italiani's. Tu madre no  paraba de contarme que habías insistido e insistido en conseguir mi correo electrónico, que ella llamó a mi madre por teléfono al Piaget (colegio donde trabajaba) y que ella lo había conseguido sin decirme.
Esa noche sacaste una gran caja. Tenía todas mis cartas, los dos libros que te había mandado y más objetos que no  reconocía. Pero estaba la foto de un muchacho alto, guapo que yo desconocía.
- Es Mathew - dijiste con esa mirada que yo reconocía en tu cara de cuando mirabas por horas a Justin Timberlake ¿recuerdas como lloraste cuando se separó de Britney? en los pósters de tu cuarto. - Es mi prometido.
- ¿Prometido?
- ¡Sí! Te conté de él una de mis cartas tontuelo, fuimos novios toda la highschool. Ahora él irá a la Universidad de Pasadena y yo me mudaré allá con él. Vine de vacaciones a visitar a mi madre, ella se regresó el año pasado.
- ¡Quería que tú lo supieras! Para mí México eres tú, mi infancia y todo.
Recuerdo haber soltado algunas lágrimas y por segunda vez haber sentido mi corazón quebrarse porque esa chica se alejaba de mí.
Estuve en la Ciudad México hasta que te fuiste, un 11 de enero. Tu madre y yo fuimos a despedirte al aeropuerto. Esa vez supe que ya no regresarías.
Hoy me escribes, enero del 2011, para decirme que será la primera navidad de Justin, (¡ja, vaya con el nombre!), que te has convertido tú en los reyes magos. En la foto que me andas lucen geniales, te ves feliz, tus ojos tienen una luz que envidio. Sobre todo ahora, sobre todo hoy. El tiempo pasa, tu ya te has convertido en los reyes magos, yo sigo siendo aquel niño despistado, aunque ahora hay alguien que hace nuevas mariposas en mi corazón.
Te escribo, porque empecé a escribirte cartas, porque por ti, empecé este oficio de escribir, esperando que los recuerdos te toquen y que Justin reciba todos los libros que le mando. Ahora eres los Reyes Magos Giselle, nunca dejas de ser una ilusión, a veces paso por tu vieja casa, en la que ahora vive una familia antipática, cuando voy a visitar a mis padres, y recuerdo mis mañanas tocando tu timbre. Recuerdo el 6 de enero, recuerdo todo y siento un calor que sólo alcanzo a definir como el clamor de la infancia. Fui feliz en esos tiempos, siempre has sido mis reyes magos Giselle y me alegra ahora poderte compartir con Justin.
¡Gracias!

2 comentarios:

Reptante dijo...

Hay que lo digamos una especie de halo rosáceo densamente tóxico que nos permite escribir de nuestro pasado con cierta manga en donde no vemos lo cursi si no lo que vivimos realmente, y los filtros valen madres, y vertirnos así, tal cual fuimos es prudente, no importando que el lector sea un descorazonado que probablemente hará pedazos nuestra prosa.
Es cosa tal vez de los primeros amores y de esas situaciones que nos vuelven al pasado. Y es bonito, tierno, sincero, leernos así de vez en cuando. Reconocer como fuimos aunque después no arrepintamos. Lo pasado ya nadie nos lo quitará. Tal vez escribimos de este modo, para regresar un día, después, en un futuro hecho un guiñapo mayor para recuperar la frescura de un corazón que se cree muerte. No lo sé de cierto, yo sólo bailo samba.

Poeta Nómada dijo...

la infancia no es algo que se busque o se encuentre en la poesía. Sabemos que todo recuerdo traiciona, que toda narrativa que se base en el recuerdo, al menos desde Proust ha sido claro, es siempre una reinvención. Por eso me había negado durante dos años a publicar este fragmento de una carta más grande, este pequeño relato que escribí para recordarle a Giselle lo que significaban para mí los días sextos de cada mes de Enero. Pero hay siempre una viciada intención literaria, quizá sólo espero que me lean y que puedan reconocerse en esas tímidas líneas..