jueves, 20 de enero de 2011


Vuelvo a escribirle a las columnas de fuego
negras como ojos insondables
lanzan sus miradas vastas sobre las calles,
nos ahogamos en sus parpadeos
intoxicados por sus pupilas
enfermos estamos de sus miradas
sus lágrimas nos llenan los pulmones
lágrimas de miasmas del sexo de la tierra.
Mutilan nuestros propios sexos con sus ojos
nos cuelgan como ganados
temblor de cuerpos inocentes
encolerizados hasta hervir su sangre
y su sangre brota
a chorros, a ríos
ríos para desiertos que nunca florecen
desiertos por ese ojo que todo lo marchita.

Vuelvo a escribirle a los amos del acero
aquellos que dirigen la orquesta de las marchas fúnebres,
que enseñan el llanto a las madres
colocando nudos en las gargantas de tantos amantes.
Hago sus discursos tiránicos
y evasivos
que blanden sobre las espaldas
frágiles de aquellas que nacieron marcadas
para ser carne de la tierra sedienta
desértica y marchita
de tantas palabras vacías...
Mientras escribo ellos, los amos de las cuerdas,
van cegando otros ojos con mis propias palabras.

Vuelvo a escribirle a los patíbulos
donde se ejecutan mujeres sólo por el pecado de su sexo,
una a una las entierro en mi patio
crecen oscuras hierbas sobre sus tumbas
y las piedras tiemblan, agitadas
por sus gritos silenciados por la bala impune.

Vuelvo a escribirle a las nadie
a las cifras astronómicas de muertas
como si murieran de repente
las sorprendiera la muerte como un beso.
Pero yo he visto sus ojos
y el terror que las mata,
he visto sus cuerpos arrojados del estómago de las calles
expuestas, sin más humanidad que la mirada
que evitamos dirigirles.
Escribo sobre las camas que ya no calientan
y ofrecen un cuerpo frío
a las lenguas blancas de los ataúdes.
Escribo sus epitafios
justo después de su nombre, siempre anónimo.

Vuelvo a escribir para que no se olvide
que aún hay terror en el mundo.

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