miércoles, 4 de noviembre de 2009

ELEGÍAS DE DUINO - RAINER MARIA RILKE

TERCERA ELEGÍA


Una cosa es cantar a la amada. Otra, ay, ese oculto,
culpable, río dios de la sangre. Aquél a quien ella
lejanamente conoce, su muchacho, ¿qué sabe él,
realmente, del señor del placer, quien con frecuencia,
desde su soledad, antes de que la muchacha lo sosegara,
incluso como si ella no existiera, oh, chorreando
de qué incognoscible, levantaba su cabeza de dios,
convocando a la noche a la revuelta interminable?
Oh, Neptuno de la sangre; oh, su terrible tridente.
Oh, el oscuro viento de su pecho desde la retorcida
caracola. Escucha cómo la noche se ahonda y ahueca.
Ustedes, estrellas, ¿acaso no viene de ustedes, el placer
del amante en el rostro de su amada? ¿No recibió
el amante su íntima visión del puro rostro de la amada,
del astro puro?
Ni tú, ay, ni su madre, al muchacho,
le tendieron tan expectante arco de las cejas.
No fue junto ti, muchacha que sientes al muchacho, no
fue junto ti, que sus labios se curvaron
en la expresión más fértil. ¿De veras crees que tu leve
aparición lo sacudió, tú, la que camina como brisa
matinal? Le aterraste el corazón, sí, pero terrores
más antiguos se arrojaron sobre él durante el choque
en que ustedes se unieron. Llámalo... tu llamado
no lo separará del todo del compañero oscuro. Cierto,
él quiere, se escapa; aliviado, se acostumbra
a tu corazón secreto, se toma a sí mismo y empieza.
¿Pero empezó él alguna vez? Madre, tú lo hiciste
pequeño, tu fuiste quien lo empezó; para ti fue nuevo,
tú doblaste sobre los ojos nuevos el mundo amistoso
y rechazaste el extraño. ¿Dónde, ay, quedaron los años
cuando tú apartabas de él, con sólo tu delgada figura,
al bullente caos? Así le escondiste muchas cosas;
el cuarto, sospechoso en las noches, se lo hiciste
inofensivo; con tu corazón lleno de refugio mezclaste
a su espacio nocturno un espacio más humano.
No en la oscuridad, no, sino dentro de tu ser
más cercano, pusiste la lámpara, que brillaba
como surgida de la amistad. En ningún lugar
ni un crujido que no explicaras sonriendo,
como si desde mucho tiempo atrás supieras, cuándo
las duelas se comportan así...Y él te escuchó
y se sosegó. De tanto era capaz, tiernamente,
cuando se alzaba, tu presencia; detrás del armario
se levantó, en abrigo, su destino, y su intranquilo
futuro fue semejante a los pliegues de la cortina,
que se remueven con facilidad.
Y Él, el que ha recibido alivio, acostado, bajo
párpados adormecidos disolviendo tu ligera dulce
figura, mientras saborea su antesueño, parecía
protegido... Pero, dentro: ¿quién defendía,
quién dentro de él impedía las altas mareas del origen?
Ay, ninguna medida de precaución había ahí,
en el durmiente; durmiendo, pero soñando, pero
enfebrecido: ¡cómo se aventuraba! El, el nuevo,
el medroso, cómo se atascó entre las proliferantes
lianas del acontecimiento interior, enmarañado hasta
ser algo exótico, una maleza estrangulante, bestiales
formas que se daban caza. Cómo se entregaba. Amaba.
Amaba su interior, su selva interna, este bosque
originario en él, sobre cuyo mudo ser de derrumbes,
de un verde luminoso, su corazón se levantaba. Amaba.
Lo abandonó, siguió adelante por las propias raíces
hacia el poderoso origen, donde su pequeño nacimiento
ya había sobrevivido. Amando, descendió a la sangre
más vieja, a los barrancos donde yace lo terrible,
todavía ahíto de los padres. Y todos los terrores
lo conocieron, le guiñaron, como si estuvieran
de acuerdo. Sí, lo horrible sonrió... Rara vez
has sonreído con tal ternura, madre. Cómo él no iba
a amar lo que le sonreía. Antes que a ti lo amó a él,
pues cuando lo concebías, ya estaba disuelto en el agua,
que aligera el germen.
Mira, nosotros no amamos, como las flores, gestados
durante un solo año; nos sube, cuando amamos,
por los brazos, una savia inmemorial. Oh, muchacha,
esto: que nosotros no amamos dentro en nuestro adentro,
lo único, ni lo venidero, sino a la fermentación
innumerable; no al niño individual, sino a los padres,
que como los escombros de la montaña fundamentan
nuestro suelo; sino como el seco lecho del río
de madres antiguas; sino todo el paisaje silencioso
bajo el destino nublado o claro: esto llegó antes
que tú, muchacha. Y tú misma, ¿qué sabes?; tú
conjuraste lo primigenio en el amante. Qué sentimientos
bulleron, emergiendo de los seres desaparecidos.
Cuántas mujeres te odiaron en él. ¿Qué hombres
tenebrosos excitaste en las venas del muchacho?
Niños muertos trataron de ir hacia ti... Oh, suave,
suavemente, muéstrale una jornada diaria, amorosa
y segura; llévalo al jardín, dale el contrapeso
de las noches,
conténlo...

3 comentarios:

Reptante dijo...

Alguna vez leí en la revista Estudios Cinematográficos, un artículo en el que decía que lo que había que analizar en la obra artística no era en sí la forma, nisiquiera el primer fondo, sino el inconsciente, o ese primigenio fondo, enmarañado entre los trazos, y las formas que tratan de ocultar el que hace para lo que hace. Digamos que aquí el maestro Rielke nos la pone de a pechito, y nos muestra el horror (creo yo), de lo que fue andar a contracorriente desde pequeño, con las putas manías y patologías de su madre. Al enamoramiento no llega a uno, sino a ocultar las frustraciones, a proyectar las carencias, los crímenes, las heridas necesarias, urgentes de sanar.

Enhorabuena que te tengo cerca amigo, me haces reaprender lo que en su momento debí haber aprendido. Gracias por traerme de vuelta a este gran maestro de la tristeza.

Poeta Nómada dijo...

Rilke, como muchos de sus contemporaneos, incluyengo al megalómano de Nietzsche, ve a su madre hostigadora y perdida como a su patria, una alemania que para tristeza del propio Rilke jamás volverá a ser la de Goethe y la de Beethoven,que sólo aguardará el decadentismo, viviendo únicamente através de la filosofía y el horror nazi.
Una madre que se muestra en todo su horror, de a que se quiere escapar y de la que él mismo huyó en cuanto pudo y no se arrepintió de haber muerto en Vermont Suiza.
Creo que la madre es siempre una figura colosal que hace que algunos se saquen los ojos y otros maten a sus propios hermanos, siempre ha sido la figuro primordial de la tragedia.

Reptante dijo...

Menos mal que yo a mi madre la tengo en tan alta estima, y que mucho de lo que escribo, y de cómo escribo se lo debo a ella, que en su pasado, alguna vez hizo poesía.

Y bueno, muchas gracias por semejantes tablas bibliográficas, información realmente interesante la que me cuentas amigo.