lunes, 2 de noviembre de 2009

En El Lamento de las Elegías

Una vez terminada mi primera misión de propagación poética formal, osease, la semana que hice dedicada a este señor exiliado Juan Rejano, fue un tanto díficil decidrme cuál sería el siguiente homenaje poético que haría, y de entre los confines de mis colecciones poéticas, apareció un pequeño y llamativo librito, editado por Editorial Madrid, con la Traducción de Eustaqui Barjau, titulado ELEGÍAS DE DUINO. En realidad la primea vez que posé mis ojos, curiosos y melancólicos, en estás páginas, fue por influencia de Máximo Gorky y sus constantes referencias a Rilke a lo largo de su libro Los Bajos Fondos. Este laberinto referencional me llevó a un día, en la librería del Fondo de Cultura... por que la verdadera cultura esta hasta el fondo de susodicha libreria, me encontré con esta hermosa colección de poemas de Rilke, de los cuales, por cuestiones económicas y porque encontré la Poesía Completa de Virginia Wolff, sólo adquirí Sonetos a Orfeo y Elégías de Duino. A veces uno como polilla de biblioteca, no sabe apreciar de buenas a primeras sus propios mordiscos literarios, y pasaron algunos meses antes de que leyera yo aquellos simpáticos libritos con sus nombres rimbombantes, se nota que Rilke era un romántico tardío, enemigo del psicoanálisis y el nihilismo.
La historia de este autor es bastante graciosa, porque pertenece a ese extraño final de siglo donde todas las grandes mentes que inspiraron nuestra modernidad parecieron haberse encontrado. Asitió a la Universidad de Liepzig, junto a Freud, Schopenhaur (quien era maestro ya en ese entonces) y con el mismísimo Nietszche, a quien por supuesto le bajó la novia, la legendaria Lou Salomé. Dejando a toda la filosofía alborotada en alemania, después de haberles robado su joya, fue a dar a Rusia, con su amada en ese entonces (una de tantas), Salomé, entonces le presentó a quienes eran los 2 escritores rusos jóvenes más renombrados. Por un lado el socialista, profundamente Doistoveiskiano, Maximo Gorki y por el otro, a este señor religioso y descriptivo hasta sangrar el papel, Leon Tolstoi.
Huyendo de una Rusia que comenzaba a agitarse bajo le influencia "Bolchevique", Rilke, abandonado a Salomé (quien regresó a ser alumna de Freud y niñera de Nietszche), llega a París, la puta de Miller, aunque Miller tenía sólo 15 años en ese entonces. En París, hace una gran mancuerna con el escultor más renombrado de su época Rodin, y algunos que otros post-simbolistas, creo que Arthud y Rimbaud ya casi en la senilidad. Ahi vivirá cómodamente durante toda la segunda guerra mundial viajando por Europa, como si el Imperio Austro-Hungaro, Francia y el entonces Imperio Germano-Prusiano no se estuvieran dando en la madre. Finalmente se asentará en el Castillo de Duino, a finales de la segunda guerra mundial, en Tiestres, hoy norte de Italia, donde escribirá sus primeras 5 elegías. Claro, gastos pagados por la condesa Marie Von Thurn, algo asi como la prima hermana del Archiduque de Rivas y del Principe Francisco Fernando.
Cuando la agitación Facista del Duce comenzó a plagar de racismo y xenofobia Italia, Rilke finalmente encontró paz en suiza, en Vermont, de la que no salió sino en un Ataúd, que lo llevo a Praga (su ciudad natal) en 1926, afortunadamente los Nazis y sus guerras quedaban a diez años de distancia y Rilke todavía tuvo oportunidad de soñar con la humanidad y su belleza.
En la anterior biografía me extendí un poco, pero es que este señor, amante de Goethe (al menos intelectualmente) maestro de Hölderlin, tuvo una vida envidiable, y durante esta semana me dedicaré a subir las 10 Elegías que conforman a Duino. Disfruténlas.

1 comentario:

Reptante dijo...

Y cómo no extenderse y sacar palabras de más, vaciarse los bolsillos cuando de lo que se habla es de los maestros, de aquellos viejos fantasmas que no nos conocieron, y hoy, gracias a nosotros, o a gente, infausta gente como nosotros, sigue reviviendo. La genialidad y derrepente, el mesurado desparpajo con la que escribiste acerca de Rielke, me recordó demasiado a la primera mujer que me hizo saber de este señor, mi primera asesora literaria: Cecilia. Interesante será regresar después de algunos años a los mundos melancólicos de este señor que tuvo su lugar asegurado en un tiempo de relucientes estrellas negras.