lunes, 30 de noviembre de 2009

Las Ausencias Absolutas

Las Ausencias Absolutas

No encuentro esta noche mi ser en tanta nada,
Nada de tu reflejo se aparece en mis pupilas,
Vasta es tu ausencia y temo por los recuerdos de tu boca,
Perdiéndose en la diástole del tiempo,
Ciego, soy Edipo en el desierto,
Me desgarran por adentro tus idas caricias
Que se habían quedado durmiendo en mi pecho
Acampando bajo mi piel,
Legión inusitada a la espera de
Este paroxismo interno
E incendiar mis íntimas murallas.

Ya nada tiene luz, ya no hay faros sobre el mar,
Mar de incontenible gracia,
Me ha enseñado el lenguaje de la noche
Negro como tus ojos,
Su manto es un cielo que me mira
Desde tu recuerdo, desde tu sonrisa inasequible
Al fondo más insólito de éste pecho,
Pretexto carnal de tumba,
Donde yazco incierto,
Te descubro en forma de bestia
Bestia de ausencia, frontera incierta,
Del mapa de tu tacto;
Aún levanto mis manos en la noche
Y puedo trazar de memoria tu figura,
Es la ausencia de ti lo que maldigo,
La cotidianidad se come tus palabras,
Ausentes, breves cartas que guardo bajo mi almohada,
En garabatos que le hago al horizonte
Inventándome tu paradero,
Inventándome el último atardecer que nos cobija
Impregnado en mis pupilas
Y ahora cada día tiene luces de arrebol
De nubes que sangra su propia incontinencia,
Lloviendo en tus ausencias disipadas
Amargamente conocí el beso en sus lágrimas.
Tanta melancolía que me acompaña
Ha tejido todas las nubes de ese cielo,
Y ya no hay mañanas que acaricien mi rostro
Al amanecer, ya no hay albas,
Sólo el atardecer de mi alma.

Huyes en todos mis sueños,
Ocultándote en el dédalo del tiempo,
Ausente en todas tus formas,
Con tu simulacro en mi cama,
A solas con el rastro de tu aroma
Dejando su estela en mi garganta,
Sigo tu sombra a todas partes,
Sensación de tu mano sobre mi mano recientemente huérfana,
Mi cuerpo desahuciado de su hogar
Que son tus brazos, lejanos, arrastrados
Por las trombas impensables de la tristeza
Descubro en cada ruido tu voz
Hasta el viento te llama,
Tienes todos los nombres del aire,
Y sigo sangrándote en cada epitome que encuentro,
Cada rostro tuyo que se va dibujando en las paredes,
Donde sólo tu voz hace eco.
Me he vuelto menos que una sombra,
Más incierto incluso que la espera,
Más ridículo que el tiempo,
No encuentro mis párpados cansados en el reloj,
No me cabe tanto dolor en el pecho.
En mis sueños no eres más que una oscuridad vasta
Que me va robando el aliento,
Te apareces en todas tus mitologías
Inventándote anagramas sobre los objetos,
Te encuentro en todas partes donde miro
Grabada estás en mis párpados cuando duermo.

Nunca supe cómo ser feliz,
La obra ridícula de la vida,
En mi la inlograda hazaña que intenté
Realizar en ti;
Siempre me he ocultado en el lenguaje, con miedo,
Mis labios de soledad y frío
Son los puertos vacíos de un alma,
Que conoce el mundo a través de sus faros oculares
Alumbrando el mar de las percepciones,
Inmenso mar de realidad inconciliable
El mar de la desesperanza.
Con esa mirada distante, aprendí tu pirotecnia
Descubrí tu accidentada presencia a mi lado,
Cómo contener tanta imposibilidad
Cómo bañarse dos veces en tu cuerpo
Y aparecerme ahora sin tu tacto húmedo,
Donde mi propia piel es ajena,
Me queda grande el aliento,
Peligroso y escurridizo como los ríos que escarban las montañas,
En cada partícula de polvo que miro
Te apareces, un fragmento de tu piel flota en cada átomo
Todo el mundo está constituido a tu manera,
Copiado de tu forma, silueta imperfecta de ti,
Cómo no formarte en cada encuentro,
Y sentir tu mirada, cruel y cálida
Clavada en la espalda, como la cruz de un Cristo,
Azotado por tus últimas palabras
Látigos de adioses repartidos, de pasos decididos,
El monte de Sión se me promete más lejano que tu lecho,
Que intento palpar
Crucificado a tus ausencias
Sin redención para el pecado de anhelarte,
Muere el mesías de mi esperanza.

Dejando lecciones de felicidad
Perfección encontraba yo en tu piel,
Cada centímetro de tu epidermis,
Lo llevo bajo la mía, sitiado ahora y para siempre dentro de ella,
Se ha extinguido la última salida
Que tenía tu boca
Que tenía tus ojos,
Donde conocí el asombro
Donde conocí el sinsabor de la esperanza,
Todo se extingue más rápido que la llama,
Pierdo tu olor, con los pétalos del tiempo
Sucumbo en la ceniza de tu sombra;
Me fuerzo cada noche a repetir tu nombre
A simular tu cuerpo,
A buscar tus manos en la penumbra,
Y callar tu adiós en mis lamentos.
Temo que me arrastren las dunas del olvido,
Mejor morir ahora, que vivir muriendo,
Arrojarse al mar de la nada, tan incierto,
A perderme en la desesperanza cotidiana,
Tranquila muerte, que no cubre el gasto de la herida
Sólo el dolor me hace real,
Más pesado que cualquier viento,
Inasequible como el telón corrido y cubierto,
Maldita muerte, que es el único tacto que ahora tengo.

¿Qué aparato pusiste en mi pecho?
Constantemente te está llamando,
Por ti palpita,
Sus palpitaciones tienen el ritmo aprendido de tus pasos,
Cada pulsación es una pobre imitación de tu risa,
No encuentro paisaje que no tenga tus colores,
Legión de soles huérfanos, alojados en tu última mirada
En tu paso que se inmolaba entre las olas;
Más solitario que la luna en su orbita
Más lánguido que el sol brillando en el oscuro del espacio
Estoy, en la negra epidermis de lo infinito,
Sumergió hasta los mañanas,
Cualquier grito,
Cualquier silueta,
Aunque sea de pájaros que acarician el cielo,
Trae tu ritmo impreso,
Participan de tu recuerdo los entes siderales,
Cualquier dolor es tu recuerdo.
Diste instrucciones al cosmos,
Pusiste las estrellas en su sitio,
Cada órbita no es más que tu voluntad expresa,
Pobre de mí, observador maldito,
Viendo la inmensidad de ti, contemplando el éter,
Desasosegado en tu grandeza, tan incontenible,
En todas las estelas distantes te encuentras,
Atravesado por tu dilatada luz,
Hundido por su brillo en las penumbras
Habitando una caverna más profunda que tus ojos,
La de tus párpados cerrados.
Buscando un Dios a quien culpar de tanta armonía
Perdida la serpiente que abrazaba el universo,
Donde la muerte se presenta cada segundo
Entiendo que soy ser para una muerte
Prematura por tu ausencia,
Ya no hay razón para tanta arquitectura,
Voy a huir, perderme en algún punto donde la luz no tenga tu tacto,
Donde no contenga tus sabores,
Donde no recuerde ni quién era, ni quién fui,
En las orillas más distantes, donde no exista tu recuerdo.

Más lejos quizás, de donde llega el ojo divino,
Donde la luz ya no calcina con la forma
El color quedará lejísimos,
El espacio simulacro de tus manos,
Será absorbido por ese negro de tus ojos,
Negro de la noche, tan incierto,
El mismo negro del abismo inmediato
Llegaré donde no haya distancias,
Donde se quiebran los límites del lapso,
Ni soledad, ni muerte, ni frío, ni aliento
Donde la nada se presente,
Donde el ser ahí se ausente
Más vasto que el silencio será el lugar en que me refugie de ti,
Para poder saltar los muros de tus ojos,
Que amurallan mi realidad todos los días,
Necesito perderme sin el rastro del lenguaje,
Sólo entonces tendré esperanzas de olvidar tu nombre,
Más profundo aún que el infierno de Dante,
Voy a disiparme más allá de los vocablos,
Rompiendo apariencias, hacia la luz originaria
Y ocultarme en su sombra primitiva,
Participar de esas formas que ya no son tu ausencia,
Formas tan amplias habitadas de sombras, de sombras llenas.
Quiero encontrar un vacío más profundo que la muerte
Al cual saltar…
Y arrojarme al báratro por siempre…
Hundirme hasta borrar mi huella por el tiempo…
No quiero esperar a los eones…
Desintegrarme sin remedio…
Lejos de ti…
Ya no sitiado por tu evidencia
Por tu nombre…
Lejos de ti…
Quiero perderme en la nada.

2 comentarios:

Reptante dijo...

Escribir es purgar demonios.Y leerte también lo es. Contestar preguntas negativas que de antemano conocemos la respuesta. Pero necesitamos obituarizar la vida, epitafiarla. Construirle pequeños mauselos a nuestra tristeza, para que encuentren un nicho en el cual reposar. Así las cosas pasan, cuando en la bitácora de nuestros días, se va acumulando la borrasca, las nubes que desaparecen nuestra cabeza. Y ya después tal vez, encuentres, encontremos, un lugar en el cual caer cansados de tanto dolor, y descansar por un rato.

Y perdona por andar leyendo en voz alta, me hace menos largo el recorrido y siento que acompañado al otro lado, es menos áspero andar en esta ciénaga de desolación y desdicha. Saludos amigo.

Poeta Nómada dijo...

Todas las ciénegas engendran desdicha, desdicha que se comparte en la poesía, encuentro a veces en el lenguaje, bosque que es antesala de la ciénega, respuestas para la sin razón de la vida. Debemos admitir que el dolor es lo que hace palpable la vida, y que sentimos el corazón únicamente cuando se oprime contra las paredes del pecho, cárcel de hueso que le construyó algún demiurgo tenebroso, el mimso que engendró las sombras y nos abrió el hueco insasiable que llevamos por deseo.