miércoles, 21 de octubre de 2009

A Las Afueras de Dios.

III
De nuevo los espejos me persiguen, el reflejo de una silueta que me cuesta creer es la mía, no quiero admitir que esta mente habita un cuerpo. Pienso en la muerte, y me acuerdo de Ramón Martínez Ocaranza, que me dijo en la noche mientras leía sus Patologías, que el mundo es la cárcel de la muerte y se avergüenza de su encierro. Que ya no le quedan hojas al calendario y eso no es lo que me asusta realmente, sino descubrir que todas esas páginas llenas de ideas inconclusas en realidad están vacías y que no he completado mi transformación en ser humano. Me confieso que no me asusta la muerte en tanto salto a la nada, me perturba la incapacidad que he tenido a lo largo de mis días de hacer algo por el ser que me encierra y es mi cárcel de la que habré de salir únicamente en silencio, con los ojos apagados como estrellas primitivas. Lopreocupante es que me sigue interesando el mundo demasiado y cada cosa que veo y que desconozco es un anhelo de más años, es una necesidad constante de descubrir el mundo y sus recovecos y pensar que tengo únicamente una vida para recorrerlos es lo que me llena de nostalgia. No temo a la muerte, sino a la incapacidad temporal de ser completamente.

1 comentario:

Reptante dijo...

Amigo, ya vi que rascando las inmudicias que a uno le atrofian como fieras por dentro, se puede sacar belleza del vacío: "con los ojos apagados como estrellas primitivas". Me quedo aquí, con esta imagen, perplejo. Y esa cita de Ocaranza, bárbara eh. Ya es necesario que comience a subir material de él por favor.